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Francisco Castillo Nájera, hombre de ciencia, letras y diplomacia

LETRAS DURANGUEÑAS

Francisco Castillo Nájera, hombre de ciencia, letras y diplomacia

Francisco Castillo Nájera, hombre de ciencia, letras y diplomacia

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Tengo la mayor de las admiraciones por Francisco Castillo Nájera, uno de los intelectuales más notables –si no es el que más- que dio Durango al siglo XX. Nacido en esta ciudad en 1886 (cerca del Cerro del Calvario, según él mismo), y fallecido en la ciudad de México en 1954, fue un eminente profesionista de la medicina, un valiente general revolucionario y ya en la etapa constructiva del México moderno, un prestigiado diplomático que alcanzó no pocos reconocimientos por sus esfuerzos en favor de la paz mundial. Con intachable labor nos representó en Washington, China, Francia, Bélgica y Holanda, entre otros lugares. Incluso coordinó trabajos en la Liga de las Naciones, antecedente de la actual ONU. Y junto a tan importantes tareas, nuestro ilustre paisano –qué orgullo llamarlo así- también sobresalió como escritor.

Repasemos brevemente su trayectoria literaria, apoyado por algunas de sus obras que están a la mano: “Un Siglo de Poesía Belga. 1830-1930” (1931); “El Gavilán” (1934); “Treguas Líricas” (1946); “Invasión norteamericana. Efectivos y Estado de los ejércitos beligerantes. Consideraciones sobre la campaña” (1947); “El tratado de Guadalupe” (1947); “Manuel Acuña” (1950)”. Digamos algo más a propósito de parte de sus contenidos, si bien van implícitos en sus propios títulos.

“Un Siglo de Poesía Belga” reúne en un grueso volumen –lo integran alrededor de quinientas páginas- las traducciones del autor acerca de escritores de aquel país. Prologada en Nueva York por el poeta José Juan Tablada, la obra incluye amplios estudios históricos, biográficos, bibliográficos y estilísticos. De la pléyade representativa de autores escogidos, llama la atención Maurice Maeterlinck, Premio Nobel de Literatura en 1911, y que dice en una parte de sus versos: “¡Oh! Las miradas, tan pobres y cansadas!/ Las vuestras y las mías!/ ¡Y las que ya murieron, y las que nacerán!/ ¡Y todas las que existen y nunca llegarán!/”. Por su vigencia y esmero en el tratamiento, señalo al paso, que precisamente por esta obra Castillo Nájera tiene un sitio bien ganado en la literatura nacional.

Muy diferente resulta, por otra parte, “El Gavilán (Corrido grande)”, pieza que reseña la vida de un bandolero duranguense del XIX. Se trata de un viaje muy agradable, lleno de aventuras provincianas pintadas con verdadero arte verbal. Citemos a manera de ejemplo siquiera el pasaje inicial del relato: “Los episodios y cuentos/ que este corrido cometa, / van hasta mil novecientos/ desde ochocientos setenta./ Son fechas aproximadas, / y el que busque precisión/ qui a gentes más enteradas/ les pida la corrección/. Hubo un tal Jesús Cienfuegos, / por alias, “El Gavilán”, /siempre metido en rejuegos/ y bravo como alacrán;”. Con un texto introductorio de Ermilo Abreu Gómez, el libro en su primera edición cuenta asimismo con grabados debidos a B. Coria y un útil glosario. Inconseguible por mucho tiempo salvo en bibliotecas y fotocopias, (hay la edición mexicana de 1939 que incluye grabados de Francisco Díaz de León) por fortuna recientemente, en el 2013 se ha publicado una nueva edición de esta obra por parte del Instituto de Cultura del Estado de Durango (ICED) con un ilustrativo estudio de Manuel Salas Quiñones.

Una década más tarde, nuestro autor decide conjuntar su obra poética, ya se advirtió antes, en “Treguas Líricas”, también prologadas por Juan José Tablada. Aquí hay de todo: entonaciones cívicas, recuerdos personales, páginas de amor. Añoranzas de la tierra original –una clave de la producción de Castillo Nájeraplasmada en poemas como “El poema del hierro” y “Mi tierra”. En el primero se lee: “En medio de la noche, habló el alma del cerro/ cantando los prodigios del soberbio metal/ y en la quietud del valle, las estrofas del hierro/ sonaron como notas de un cántico triunfal.” Un valor añadido de este recuento son las notas en que el autor describe sus diversas etapas creativas, con pinceladas a su entidad natal. Una obra, por lo demás, que también obliga a otra luz editorial.

Hace unos días presenté la conferencia “Francisco Castillo Nájera, lector del Quijote”, en ocasión del 27 aniversario de la Sociedad de Escritores de Durango. Ahí señalé los textos cervantinos firmados por el personaje durangueño, tomados del tomo XII de las Memorias de la Academia Mexicana –ahora digitalizadas-, institución de la que Castillo Nájera llegó a ser miembro de número. Es una exposición sobre la sique de Cardenio, en la que profundiza en un ensayo de Salvador de Madariaga con el mismo tema. Igualmente se cuenta en el volumen que nos ocupa con un “Tríptico” igualmente afín, escritos que, por sus propuestas, ya serán materia de otro artículo de mayor extensión.

Lo anterior nos lleva a concluir en que, en justicia, los duranguenses de esta generación podemos hacer mucho más por preservar y difundir el legado de tan eminente personaje. El Dr. Francisco Castillo Nájera, por su gran a amor a sus orígenes y sus ameritadas aportaciones al servicio de la patria, así lo merece.

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