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Enrique Mijares, una recreación novelística del país norteamericano

LETRAS DURANGUEÑAS

Enrique Mijares, una recreación novelística del país norteamericano

Enrique Mijares, una recreación novelística del país norteamericano

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Mientras voy siguiendo las más de doscientas páginas de la obra, el sabor del café recién traído de Veracruz, aromática nostalgia del oriente, acompaña esta entretenida y documentada historia. Contra mis reservas de leer una novela en la pantalla de la computadora –lector tradicional, creo que los ojos y las manos al tomar un libro deben entenderse bien para deletrear un poema, un cuento o una larga narración-, la escritura de Enrique Mijares vence por una ocasión mis fidelidades al papel literario. Iremos, evidente es, a la era digital; sin embargo, seguiremos disfrutando siempre un placer aprendido en siglos: el de adentrarse en una historia por medio de un acto, si no mágico al menos sí prodigioso: el libro que abren a un tiempo nuestras manos y nuestra mirada.

Voy al centro de “Retrato de un amigo perdido hace mucho tiempo” (IMAC, 2009). A la manera de Pirandello, un personaje busca en Enrique Mijares a su autor. Así se presentan algunas facetas que le dan a los Estados Unidos de Norteamérica un carácter singular desde sus orígenes. ¿Dé que está hecho este animal histórico? La pluma de Enrique Mijares traza su figura secular. Para ello acude a sus imágenes ya emblemáticas: el dibujo imperativo, y algo cómico –sobra decirlo- del Tío Sam. ¿Quién diablos le dio el poder supremo del planeta a este espantapájaros?, es una de las preguntas que surgen apenas iniciada la lectura de esta obra. Pueblo elegido para la modernidad según sus próceres-, prototipo de la vida del placer sin fin; tierra natural de héroes, únicos y plenipotenciarios; conquistador por antonomasia, encarnado en el cowboy a lo John Wayne; destinado a salvar al mundo por la “gracia divina” de las sectas fanáticas de la Religión; plena consagración del ritmo y del sabor: del Rock and Roll a la Coca Cola. Poco a poco el personaje, pues, define su verdadero rostro. Y lo forman muchos nombres: paradigmas de la inteligencia política como Washington o Jefferson. Arquetipos de la sensualidad femenina como Marilyn Monroe. Iconos de la música: Elvis Presley o Jim Morrison (ahora agregaríamos sin duda a Michael Jackson, y como invitada especial, a Madona)

Hago algunas anotaciones. Contemplo por unos momentos la montaña en el sepia otoñal que enmarca la ventana de mi estudio. ¿Cuál fue el primer libro que leí de Enrique Mijares? Lo aclara pronto mi memoria. “Una ciudad lejana”, una selección de fotografías de los ayeres de Durango, conjuntadas con textos provenientes de un apreciable trabajo de investigación. Se publicó en 1984. De ahí en adelante el jardín creativo del autor se bifurca por diversos senderos: en un lugar principal, el teatro; el esfuerzo del escrutinio de archivos y bibliotecas; las tareas ensayísticas; el diverso ejercicio, en fin, de géneros y formas artísticas.

Un recuerdo trae otro recuerdo: “Durango a cordel y regla”, “Convidado de piedra”, aquel espléndido monólogo del Cerro de Mercado contando su propia historia -y en cuya narración integra resonancias clásicas con sucesos durangueños-; y prosiguiendo, los panes se multiplican luego en los frutos de una vocación auténtica: “¿Herraduras al Centauro?”, “Enfermos de esperanza” –trabajo de dramaturgia premiado en España-, y sin agotar la lista, Los cabos sueltos. Anoto de paso: casi siempre a un buen autor lo representan sus buenos títulos. Sustento mi afirmación con los libros mencionados. Sabiduría forjada en años de trabajo incesante, más que fortuna nominal caída del cielo, “Retrato de un amigo perdido hace mucho tiempo” asimismo confirma la aseveración.

Vuelvo al café y a la lectura. Me encuentro dentro con una exiliada cubana que indaga las entrañas del país que habita. Busca el diccionario, el libro en que están contenidos –creo que lo dijo Borges- todas las obras de todos los tiempos, en palabras disueltas y enlistadas en un orden que escode sus potencias creativas. La novela presente se despliega. Me detengo en un párrafo que recupera de manera maravillosa –permítaseme la palabra- una de las leyendas autóctonas que nutren las arterias del naciente país del norte: “Y está el bello cuento de la “Madre de los Espíritus”, la mujer india que cuida de abrir y cerrar con toda puntualidad las puertas del día y de la noche, la hermosa mujer cuya vivienda está en la cúspide de los Apalaches, la encargada de colgar las lunas nuevas en el cielo y de recortar las lunas viejas para que sus trocitos de plata se transformen en astros.”

Una escritura, en suma, que refleja múltiples revisiones mezcladas con una amplia experiencia vital. Tiempos y obras que, como en autores de ancho registro, vienen a condensarse en obras abarcadoras, como la que hoy nos ocupa ¿Cómo se puede entonces recrear la historia de un país, sucesor –no falta el historiador o el sociólogo que lo subrayan- del antiguo imperio romano? Eligiendo, como ha quedado ya dicho, el género novelístico. Y aquí vale la pena repetir una vez más lo que con tanta pasión intelectual defiende el escritor Mario Vargas Llosa: el arte mayor de la literatura es, precisamente, la novela. Porque en el género cabe todo, y a profundidad: cuento corto, diálogo teatral, lenta descripción de entornos y caracteres, digresión filosófica o, incluso, los fluidos caóticos del inconsciente.

“Retrato de un amigo perdido hace mucho tiempo” lo confirma. La narración nos lleva de la crítica implacable y efectiva de un modelo de vida –y por extensión a toda una civilización esencialmente hedónica y lanzada siempre al porvenir-, al profundo discurso narrativo en primera persona que sueña y sueña y sueña en el reverso de lo que se experimenta día a día.

Deconstrucción de un Mito, examen de la cinematografía puesta al servicio de la educación épica de un pueblo excepcional para bien o para mal-; juego de radiografías del Leviathán moderno; defensa artística de la pluralidad y diversidad de la existencia humana, el libro de Enrique Mijares es mucho más de lo que se puede sintetizar en una presentación editorial.

No obstante, ahí está la oportunidad de adentrarnos en ese ambicioso tejido verbal. Hacer de la lectura un encuentro con una historia bien contada, en principio. Pero también, y más que eso, abrir una posibilidad real de reflexión y autocrítica. “Retrato de un amigo perdido hace mucho tiempo” es, digo al final, un espejo incómodo del hombre contemporáneo. Algo me había contado Enrique Mijares de su novela, por la calle Constitución, hace no muchos ayeres. Y la tarde ya moría lentamente tras mi ventana.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Enrique, libro, mucho, Mijares

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