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Administrar y transformar

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RENÉ DELGADO

Gobernar a diario y al mismo tiempo transformar a grandes pasos un régimen constituye un reto descomunal. Una obligación y una intención de esas dimensiones demandan, sí, liderazgo, temple e inteligencia en el capitán, pero también conocimiento, habilidad, experiencia y versatilidad inauditas en los lugartenientes, sobre todo, si ambos propósitos se pretenden realizar sin sobresaltos ni rupturas. Exige eso, además de planes, flexibilidad y disposición a rectificar si es necesario.

Cuenta la voluntad, pero no basta por sí sola. Querer no es sinónimo de poder.

Quizá justamente por la ausencia de gobierno en las tres últimas gestiones, se pierde de vista una obviedad: asegurar tan solo, día a día, el funcionamiento eficiente, pulcro y eficaz de la administración y establecer un gobierno es una hazaña. Más, sin un servicio civil de carrera profesional, sólido y respetado.

Si a esa proeza se añade la pretensión de armar y aterrizar la transformación de un régimen quebrado, pero resistente al cambio y atado a tradiciones con tufo de injusticia, el desafío adquiere la talla de una gesta colosal. Y, en el arranque de esta nueva gestión, se percibe un problema que, de no controlarse y resolverse pronto, podría vulnerar la administración y frustrar aquella transformación.

Pese a haber sido nombrado con gran anticipación el gabinete, los integrantes de éste parecieran haber concentrado el esfuerzo y la atención en perfilar la transformación del gobierno, sin calibrar a fondo las tareas ordinarias de la administración. En la recepción de algunas dependencias se advierte un cierto desconocimiento del quehacer cotidiano, así como del engranaje y del equipo que, de ser el caso, posibilitarían su reajuste.

Se entiende que, durante la campaña y aun a sabiendas de la posición eventualmente a ocupar, los colaboradores pusieran el empeño en ganar la elección. La prioridad era la victoria electoral. Se entiende también que, durante el periodo de transición, dedicaran tiempo al armado de la transformación en su respectiva área de incumbencia. Se entiende eso, pero no que tomaran posesión del cargo sin conocer del mejor modo posible la administración y operación, en sus términos actuales, de su respectiva dependencia o área de trabajo. De eso depende, tras la victoria electoral, la conquista del gobierno y, de él, la transformación.

Puede parecer rutinario, incluso aburrido, tomar a cargo la administración, pero sin el dominio de ella es difícil generar la transformación del gobierno y el establecimiento de nuevos paradigmas.

Cambiar las ruedas de un tren sin detener su marcha nunca ha sido fácil.

Pese a la claridad del objetivo establecido y reiterado una y otra vez, se echan de menos planes, calendarios, estrategias, ritmos y hojas de ruta en la pretensión de engendrar un nuevo gobierno y transformar el régimen. De hecho, a diferencia de otras gestiones, aunque lo prometió, ésta descartó la costumbre de presentar el plan de los primeros cien días.

Puede ser o no importante fijar como muestra de la capacidad de alcanzar el objetivo último, el anunciar un plan de corto plazo para calibrar las posibilidades, pero sin esa estación de parada no se puede dar por sentado que se llegará al puerto de destino. El hecho asombra, sobre todo, conociendo la disciplina de Andrés Manuel López Obrador en el fijamiento de prioridades y la organización de la agenda.

Tal hecho obliga a preguntar cuántos frentes puede abrir, atender y resolver de manera simultánea el equipo comandado por el jefe del Ejecutivo. Cuántos de ellos es preciso encararlos aun en condiciones adversas, dada la urgencia de someterlos al imperio del gobierno, y cuántos otros conviene administrar sin pretender de inmediato su transformación.

No hay, desde luego, un manual infalible sobre ello. E, incluso, los planes suelen ser una mera aproximación entre el deseo y la realidad, pero siempre es conveniente esbozarlos para no perder el rumbo.

Emprender el camino sin esos rudimentos es complicado, sobre todo, reconociendo que la velocidad en la acción resulta clave para alcanzar los postulados.

Con frecuencia la falta de condiciones, la escasez de recursos, el temor a mover el tablero y no sólo las piezas o el gradualismo que, de lento, se convierte en inmovilismo han terminado por frenar o frustrar el anhelo de estructurar y ajustar el gobierno, a fin de impulsar un desarrollo más justo y equilibrado.

Esos factores y también la prevalencia de los privilegios sobre los derechos como la comodidad de hacer siempre lo mismo han dado lugar a una suerte de afición por la mediocridad en el crecimiento económico y el desarrollo social. El país, dicen, no avanza al ritmo ansiado, pero ahí va a paso lento. Ignorando o desafiando a la gente que no ve progreso alguno en su existencia y, ahora, contiene su desesperación.

Es comprensible la prisa del presidente López Obrador, pero no el desbocamiento, como tampoco la gana de retar o confrontar a quienes, sin resistirlo, le dan el beneficio de la duda sin renunciar a cuestionarlo. Quienes, como él, le apuestan a una transformación que recoloque al país ante el futuro.

El dominio del gobierno y la gerencia de la transformación reclaman prudencia y osadía. Combinación no fácil de integrar y equilibrar, pero fundamental para caminar, si no corriendo, sí a paso redoblado.

Apuntes

Cuando se ve la condonación de adeudos fiscales, la cancelación de la orden de aprehensión de Emilio Lozoya, el dictamen sobre el mal diseño del Paso Exprés de Cuernavaca elaborado por la misma dependencia que lo autorizó, todo otorgado, frenado y expedido en los últimos días de la anterior administración, es muy difícil ignorar el pasado.

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