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IGNACIO ESPINOZA GODOY

Generalmente, cuando hablamos de valores, muchos padres de familia (mujeres y hombres, por igual) se muestran renuentes a reconocer que es una asignatura a la que no siempre se le dedica la atención que requiere ya que es más cómodo seguir instalados en esa zona de confort que representa continuar con el actual estilo de vida en el que cada miembro de la familia realiza su papel pero sin esforzarse por mejorar en ciertos aspectos en los que realmente vale la pena, porque tal vez se piensa que es mejor dejar que las cosas fluyan de manera natural.

Sin embargo, por ejemplo, uno de los valores más importantes que a los padres nos toca fomentar entre los hijos es precisamente el de la responsabilidad, del que se derivan muchos más como el orden, la disciplina, la constancia, la puntualidad y el respeto, de ahí que no debemos tomar tan a la ligera esa delicada misión que significa la transmisión de los valores, porque sólo a través de ellos es como se hace posible la construcción de un ambiente de mayor armonía no sólo en el entorno inmediato, sino en general en todos los ámbitos donde nos desenvolvemos de manera cotidiana.

En este contexto, una pregunta que muchos padres se formulan es cómo inculcar esos valores pues, de entrada, no forman parte de su catálogo de prácticas diarias ya que en su momento tampoco se les transmitieron y, además, no saben cómo empezar con esa ardua tarea que significa cambiar radicalmente sus hábitos para así poner el ejemplo en una rutina en la que sería muy complicado hacer a un lado todas esas costumbres que durante décadas se han convertido en todo un estilo de vida que, al menos a título personal, no está mal porque, aparentemente, no le hace daño a nadie.

Es cierto que toda esa larga lista de hábitos que venimos arrastrando desde nuestra época de la infancia o, al menos, hasta donde la memoria nos alcanza, forma parte de lo que somos, es decir, define nuestra personalidad en todos los aspectos. Sin embargo, una vez que nos cae el veinte en el sentido de que todos esos hábitos no son del todo positivos ni dignos de ser imitados, entonces es cuando reflexionamos que, efectivamente, algo tenemos que hacer para ser un ejemplo digno de imitar por parte de nuestros hijos si deseamos que se desarrollen en un ambiente de mayor armonía con su entorno.

Aquí no se trata, amable lector, de transformarnos de la noche a la mañana en un dechado de virtudes, en un modelo de padre o de madre por poseer un amplio catálogo de cualidades, sino en modificar gradualmente algunas actitudes y hábitos que no precisamente son dignas de ser enseñadas ni inculcadas, como por ejemplo el hecho de utilizar un vocabulario en el que abundan las palabras altisonantes, y no porque esté mal pronunciarlas, sino que el abuso en su empleo es lo que realmente está fuera de lugar, sobre todo si no se justifica en determinado momento.

Aunque a algunos padres de familia les enorgullece el hecho de que sus hijos también se expresen con ese tipo de lenguaje, lo cierto es que no es un aspecto relevante en su formación y desarrollo como individuos ya que -insisto- el exceso en el empleo de esa clase de términos termina por dañar a quien los usa y, en ocasiones, a quien los escucha y recibe cuando se utilizan para agredir e insultar sólo con la intención de demostrar una supuesta superioridad o de imponer una opinión o criterio, que es la forma menos adecuada de hacerlo pues sólo se demuestra que se carece de argumentos sólidos y de educación.

Asimismo, otro de esos hábitos y valores que en la actualidad se ha perdido es el de la puntualidad, que se podría definir como el respeto al tiempo de los demás, ya que es lo más valioso que tenemos los seres humanos y que no se debe perder esperando a alguien sólo porque no organizó debidamente sus actividades. Este factor es uno de los más relevantes y constituye, además, una sana costumbre porque así se demuestra la importancia que nos inspira el tiempo de los demás, de quienes nos esperan, así se trate de un compromiso familiar.

Después de todo, estimado lector, los citados valores, además de otros como la honestidad, la tolerancia, la limpieza, la solidaridad, la disciplina y la obediencia, entre muchos más, representarán el mejor legado, la herencia más valiosa que les podremos dejar a los hijos. Y créame que tarde o temprano lo reconocerán y lo agradecerán, una vez que les toque su tiempo de formar una familia.

Entonces, los hijos tomarán conciencia de que todos esos valores que les estuvimos machacando constantemente tienen un propósito en la vida, que es desarrollarse en armonía con todos los que nos rodean, pues a partir de esos pequeños elementos es como podemos crecer en todos los aspectos.

Escrito en: Padres e hijos todos, valores, esos, hábitos

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