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Miguel González Avelar, páginas de vida y literatura

LETRAS DURANGUEÑAS

Miguel González Avelar, páginas de vida y literatura

Miguel González Avelar, páginas de vida y literatura

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Se ha dicho siempre, con toda razón, que a diferencia de lo que ocurre en otros idiomas, en español el género autobiográfico es más bien escaso. En descargo, en México un despliegue tan personal como el de Vasconcelos en sus memorias narrativas y políticas es, si no único y excepcional, sí muy representativo del contraste literario que confirma la regla. Sin embargo, también es verdad que los llamados libros colectivos -ese conjunto de voces que pintan un retrato- son cada vez más frecuentes. "¿Yo soy? Eso no sé. Homenaje a Miguel González Avelar", obra editorial que hoy nos ocupa pertenece a esta grata e interesante tradición.

Lo dice inmejorablemente Octavio Paz: nosotros, los otros. Más allá del "yo", somos asimismo lo que hay en los demás de nuestra propia existencia, y al revés. La serie de textos incluida en este libro describen la vida del Lic. González Avelar: su niñez en Durango, su primera juventud en Torreón, su desarrollo profesional en la ciudad de México. Y cada etapa contada por el testigo oportuno. Hermanos, amigos, colegas, esposa, hijos y nietos. Una suma cariñosa que recobra espléndidamente a nuestro entrañable paisano.

Así, las imágenes se suceden al recorrer las presentes páginas. El Durango de los treinta, la casa familiar muy cercana al Templo de San Agustín, por un lado, y al Cerro del Calvario por el otro. La tienda "La Florida" -que no pocos recordamos todavía-, surtidora de dulces para aquellos alegres chiquillos. Pronto, el viaje a la Laguna y el verdadero despertar a lo social: los estudios, el muchacho que sigue los ejemplos para hallar su camino particular. Se observan ya las claves que lo definirán a lo largo de su trayectoria. El rigor del estudio, la responsabilidad para asumir sus compromisos y la fraternidad con sus compañeros. No deja de llamar la atención la labor editorial del adolescente -publicaron la revista "La Voz de Estudiantado"-, que siempre sería la índole de los trabajos culturales. Vendrá luego la UNAM y el contacto con figuras capitales en su formación y posterior carrera política.

Son varios los comentaristas que coinciden en otro ángulo -principalísimo- de su personalidad. Su profunda vocación por el servicio público, apoyado en una sólida base académica y en una férrea voluntad por entender la problemática del país. La palabra "Educación" -para usar los términos de Juan José Arreola, su amigo y maestro- era para el Lic. González Avelar la llave maestra que debe dar paso a la solución de fondo, la promoción de las potencialidades individuales, la cualidad -y no solamente la cantidad- de toda comunidad.

Como una suma de lo anterior, uno de los articulistas de esta obra señala: "no ha habido en los últimos tres sexenios ningún político que le haya llegado ni a los talones". Y es que sus muchas lecciones lo predisponían, en efecto, para el eficiente ejercicio de gobierno. Los clásicos ingleses de teoría política advertían que para conocer a alguien habría que esperar a que tuviera poder. El Lic. González Avelar fue el mismo dentro y fuera de los importantes cargos públicos que desempeñó (senador de la república y secretario de educación, para nombrar los más sobresalientes). Su cordialidad, la sencillez y la elegancia de sus expresiones, el talento para privilegiar los acuerdos y los puntos de equilibrio fueron su constante vuelo de práctica. Y siempre tuvo presente las enormes carencias de un pueblo que reclamaba su resolución adecuada. Sus infatigables lecturas daban cauce a la reflexión inteligente…para de ahí convertirse en acciones concretas en la tarea administrativa.

Nunca dejó el cultivo de las letras -los palíndromos eran, junto al ajedrez, sus deportes mentales favoritos-, ni tampoco abandonó la talacha periodística. Incluso se dio tiempo para llevar a la imprenta sus preocupaciones intelectuales. Significativamente, por ejemplo, en el libro "La Constitución de Apatzingán", publicado en 1973 apunta su autor con ciertas resonancias en la actualidad: "En un sentido amplio, la educación organizada es el instrumento de que la sociedad dispone para transmitir a la nuevas generaciones el acervo cultural que considera valioso (…) Cualquier reforma en el campo de la educación tiene su piedra de toque en el ámbito de cada aula; allí, en la intimidad de los que enseñan y los que aprenden, se prefigura el éxito o el naufragio de cualquier propósito innovador".

Cuando uno repasa los conceptos y las ideas del duranguense, y sabido que fue uno de los distinguidos priistas que llegaron a la recta final para suceder a Miguel de la Madrid en la responsabilidad más alta de la nación, no puede uno dejar de decir: ¡Qué buen presidente hubiera sido el Lic. Miguel González Avelar! Porque el hubiera sí existe, no nada más como conjugación verbal, sino como territorio de sueños e imaginaciones, sustancias humanas también. Son este tipo de personajes, honestos, informados, de amplios horizontes, por lo que un país de verdad se engrandece y trasciende.

Unas páginas traen otras páginas. Al escuchar a Sergio García Ramírez, Rosario Green, Víctor y Raúl González Avelar, Beatriz Paredes, a la también coterránea Norma Meraz o a escritores como Gilberto Prado Galán -otro amistoso lagunero-, volví a sus demás publicaciones. Valdría la pena poner de vuelta a circular lo que el maestro dedicó a figuran nuestras como Guadalupe Victoria, Francisco Zarco y Francisco Villa. La lectura de estas reflexiones sería un magnífico ejercicio de aseo cívico, en los inhabitables escenarios que nos lanzan a diario las noticias.

Y yendo todavía más lejos, considero que, contando con la aceptación familiar y la debida autorización reglamentaria, de acuerdo a los extraordinarios méritos ya enunciados, el Lic. González Avelar debe ocupar un lugar en la Rotonda de los Hombres y Mujeres Ilustres de Durango. Su entrega política y cultural se cumplió cabalmente; es ahora nuestro turno de reconocer y difundir, en mayor medida, su valioso legado.

No quiero cerrar este artículo sin antes subrayar el agrado que produce el prólogo escrito por Tere Vale. El texto da el clima emocional a toda la obra. Es un acto de amor a un hombre que hizo del amor su cardinal carta de creencia. Detrás de cada una de sus líneas hay innumerables días luminosos, llenos de admiración y cariño. Recordé la frase de una película italiana: El mejor regalo que se le puede hacer a una mujer es una inolvidable historia de amor. Tere ya la tiene.

Concluimos con Whitman. Dijo el poeta: "quien toca este libro toca un hombre". Quien lee "¿Yo soy? Eso no sé" toca el carisma, la pasión, los pensamientos y sentimientos del Lic. Miguel González Avelar, quien en sus Versos hospitalarios (2004) nos dejó casi a manera de despedida: "Armoniosa la vida, / Parezca un calderón entre dos notas; / la aguda de partida / Y la grave que flotas /Al ver irse tu ser en alas de gaviotas" ("Punto final").

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS González, Lic., Miguel, cada

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