Siglo Nuevo

Laura Castellanos

México armado es un largo reportaje histórico

VICENTE ALONSO

Periodista independiente ganadora de múltiples premios, Laura Castellanos es bien conocida en los círculos periodísticos y literarios de nuestro país. Basta decir que a poco más de una década de su publicación, su libro México armado (Era, 2007) es una referencia ineludible para quienes investigan los movimientos armados.

Es también autora de Corte de caja, entrevista con el subcomandante Marcos (Búnker, 2008). Además ha publicado decenas de reportajes sobre mujeres, indígenas, guerrilla y comunidades contra mega proyectos. Conversamos con ella en torno a la aparición de su más reciente libro, Crónica de un país embozado (Era, 2018) volumen que toma como hilo conductor el uso de máscaras y paliacates para abordar fenómenos tan distintos como el EZLN, las autodefensas y las manifestaciones de grupos anarquistas en zonas urbanas. Se trata de un libro que es producto de veinticinco años de ejercer el oficio.

Tú misma aclaras que Crónica de un país embozado no es la segunda parte ni la continuación de México armado. Son libros que están ligados pero también han sido escritos desde registros distintos: el primero es investigación histórica, hemerográfica, una reconstrucción, mientras que el más nuevo es una crónica a ras de suelo. ¿Cuáles son las diferencias entre ambos libros?

México armado es un largo reportaje histórico. No tiene únicamente información hemerográfica o documental, también decenas de entrevistas que fueron recopiladas a lo largo de siete años, pero es un reportaje denso, diría yo que lo que hace es reunir un coro de voces para recapitular sobre la historia de las guerrillas mexicanas. En este libro que es una crónica periodística, recapitulo sobre mis coberturas durante 25 años sobre temas de subversión. En ese sentido tuve la oportunidad de dejar asentada mi mirada como observadora de algunos hechos, mi mirada sobre algunos de los personajes, lo que no pude hacer en México armado.

Para este nuevo libro tengo posibilidad de registrar las voces de personas que de manera directa, me comparten la entrevista en sus territorios. En mi opinión eso me dio la posibilidad de tener una mirada más profunda sobre estos escenarios y sobre estos personajes. También como en México armado narro una historia que a mí me hubiera gustado leer en la universidad; tuve que escribirla primero para explicarme la historia de este país, una historia en la que percibía un vacío que hacía difícil entender el México en el que había irrumpido el ejército zapatista.

En esta crónica yo recapitulo, a 25 años de la irrupción del Ejército Zapatista como una expresión que nos dio una esperanza de cambio. La violencia de Estado ejercida durante este periodo provoca otros fenómenos de subversión como las autodefensas y las resistencias en contra de megaproyectos debido a reformas estructurales. De fondo ambos libros sustentan la tesis de Carlos Montemayor de que la violencia popular es detonada por la violencia institucional.

Ha habido en los útimos años una reivindicación de la crónica como género literario. Svetlana Alexiévich gana el Nobel, Alma Guillermoprieto gana el Princesa de Asturias, Poniatowska gana el Cervantes. ¿Cómo ves que este género periodístico sea considerado también una expresión artística?

Me parece muy significativo que los reconocimientos que acabas de citar sean de mujeres periodistas. Lo destaco porque tenemos una mirada particular sobre la historia, sobre la violencia, y eso es lo que me interesa visibilizar o acentuar en ambos libros. Por ejemplo en México armado visibilizo también a las parejas de los luchadores sociales o de los líderes guerrilleros.

Te voy a dar un ejemplo: cuando entrevisté a Consuelo Solís, la viuda de Genaro Vázquez, de manera automática comenzaba a hablar de Genaro y yo le volvía a preguntar acerca de ella y volvía a hablar de Genaro hasta que le pregunté por tercera ocasión y me dijo: “es que nunca me habían preguntado sobre mí”. Y empezó a abrirse y a hablar de lo que ella vivió. A mí me parece que esta mirada de la misma manera en que lo hace Alexiévich de acercarse y recoger estas voces, o como también lo ha hecho Poniatowska, nos da otra dimensión de los hechos y otra dimensión de la violencia.

Particularmente en Crónica de un país embozado busco acercarme también a la mirada de otra generación, de una generación mucho más joven. Me interesa recoger su mirada sobre la violencia. Pienso que esto de escribir con énfasis no sólo en una mirada feminista, sino también en buscar voces jóvenes, da otro sentido a una crónica periodística y le da otra vigencia también. Por eso Crónica lo dedico a las generaciones post-Ayotzinapa.

Las nuevas tecnologías permiten una circulación de información que en otros tiempos parecía impensable, pero eso no significa que hayamos mejorado en la tarea de informarnos. Vivimos los tiempos de la posverdad. ¿Cómo ejercer un periodismo mucho más pausado, mucho más profundo, cuando la gente cree que con leer encabezados y tuits ya está informada?

No es sencillo, sobre todo si uno quiere escribir para una generación millenial, y sobre todo no es sencillo cuando uno ejerce un periodismo independiente, un periodismo freelance. Pero eso también me da la ventaja de llevar mi propia agenda. Siempre he dicho que el reto como reportera de investigación independiente es mirar a donde nadie está mirando. Es decir, si uno entra en la dinámica de la demanda, la competencia y la fugacidad de las redes sociales, queda totalmente devastado o por lo menos eso me sucede a mí.

Eso de estar alimentándolas con opiniones… el reto para mí es ver más allá de lo que nos permite el diarismo. Yo ejercí el diarismo por un breve tiempo y cuando uno está en esa dinámica es muy frustrante recoger pedacitos de los hechos. Hacer un periodismo de investigación en el que uno busque estar en el terreno y ver más allá no es sencillo pero es posible, y la idea es hacerlo sin que yo sea la actora central de la crónica, sino sencillamente dejar asentado que estuve allí, que presencié hechos, que pude constatar algún gesto o suceso que pueda reforzar narrativamente una historia o un personaje.

En Crónica de un país embozado tuve como reto encontrar una estructura narrativa distinta, no quería que pareciera la segunda parte de México armado, entonces narro del presente al pasado. Eso me complicó tremendamente la existencia, pero si tenía como desafío escribir para una generación millenial, me parecía importante ubicarlos en el presente y partir desde Ayotzinapa e ir recorriendo hacia atrás. Intenté que además fuese una pequeña ventana hacia el siglo pasado, al México armado, que es un libro más denso y complicado. Si logro atraer la atención de lectores que desconozcan lo que sucedió en este país en décadas anteriores me sentiré complacida, contenta. Porque efectivamente la fugacidad de la información en las redes sociales, en los medios de comunicación y en los portales de internet es cada vez mayor pero es importante visibilizar un periodismo que nos ayude a profundizar la mirada y a avizorar posibles escenarios.

En lo que sí están muy emparentados México armado y Crónica de un país embozado es en que cuentan historias. No son libros que acumulan datos, más bien trazan arcos narrativos que nos cuentan historias. Si al leerlos uno comprende perfectamente lo que pasó en el cuartel Madera, en Chihuahua, o de dónde surge el Partido de los Pobres, en la sierra de Atoyac, es porque tú haces una reconstrucción narrativa de estos pasajes. Allí advierto a una lectora de narrativa. ¿Quiénes son tus narradores favoritos?

Entre narradores favoritos hay periodistas, pero no son únicamente periodistas. A mí me marcó leer cuento y novela lationamericanos. En el caso de la subversión me marcó, por supuesto, Guerra en El Paraíso, de Carlos Montemayor, pero también me marcó leer a Poniatowska, a Rulfo y a Borges. Por supuesto también me marcó García Márquez. De la misma manera me marcó leer a periodistas de la nota roja como Eduardo Téllez Vargas, alias El Güero Téllez, pues hice mi tesis sobre él. Fue este periodista policiaco de El Universal que paraba las rotativas y que podía narrar un suceso, un asesinato y ganarle en la investigación a los mismos policías y a agentes secretos. Leí muchas de sus crónicas y tuve oportunidad de conocerlo. Me parece que en el diarismo, sobre todo de esa época, encontramos cronistas fenomenales que quizá no fueran tan conocidos.

Era otra manera de hacer periodismo narrativo, quizá no tan reconocido, pero el periodismo policial de esa época fue uno muy apreciado que en los cuarenta y cincuenta era la prueba de fuego para los reporteros, aunque luego se tergiversó en lo que se llamó periodismo amarillista en los sesenta y setenta.

Incluso gente como José Revueltas hizo crónicas periodísticas. En el joven Revueltas que cubre la marcha del hambre en Nueva Rosita está ya el gran escritor de El Apando y de Los días terrenales.

Efectivamente, como pasé por la hemeroteca de un periódico nacional tuve la oportunidad de leer muchas notas. Quizá entonces los géneros no estaban tan divididos como ahora. De pronto en una nota informativa se podían permitir licencias de narrar determinados hechos. Leí mucha literatura.

Acerca del proceso de elaboración de México armado te puedo decir que fue un libro silvestre, por llamarle de algún modo. Con eso me refiero a que no tuve acompañamiento de algún politólogo, historiador o un sociólogo, lo hice como dios me dio a entender. Lo mismo sucede con este nuevo libro, Crónica de un país embozado. Fue simplemente un proceso muy fuerte de hacer una recapitulación de esas coberturas, contactar a muchas de estas fuentes para ver en qué habían quedado esas historias y darme cuenta de que en buena parte de los casos, la situaciones habían empeorado en una espiral de violencia que se manifestaba de distintas maneras.

Para mí ha sido importante también reivindicarme como parte de un grupúsculo de periodistas que buscamos tratar los temas de violencia desde otra mirada, no reproduciendo de manera acrítica la versión oficial de la llamada guerra contra el narcotráfico, sino cuestionándola. En mi caso decido no utilizar el llamado narcolenguaje, no quedarme con el último eslabón que es el de las víctimas, sino de registrar cómo se da esta cadena de complicidades sin eximir al Estado.

¿Hacia dónde está mirando ahora Laura Castellanos, qué proyectos trae bajo el brazo?

En Crónica de un país embozado recurro a las máscaras como el hilo conductor de los distintos Méxicos que se han encubierto tanto para defender un territorio como por razones de seguridad o razones de represión o para delinquir. He dicho en algunas ocasiones que es un retrato del México actual. Como me dijo hace poco un colega: no es un retrato porque no está fijo, es algo vivo y punzante, es más bien un ultrasonido del México actual y sí, porque es uno que ahorita está observante y que tiene procesos de radicalización distintos. Será interesante ver cómo actúan a partir de la toma de decisiones del nuevo gobierno.

Escrito en: México, mirada, país, periodismo

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