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Dulce Durango

DESDE AFUERA

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DALILA RIVAS CORONEL

Pasear por la plaza principal de Durango capital, me sigue pareciendo una experiencia encantadora; algunas veces lo hago con premura, luchando con ese viento indolente que parece mofarse de las cabelleras de propios y extraños; en otras ocasiones voy despacio, me tomo el tiempo, dejo que el cielo me abrigue con su azul intenso, uno que parece interminable, voy de a poco, observando un entorno que ya me es familiar: los turistas tomándose fotos con las alas de pátina dorada, el chico vendedor de periódicos o el puesto de dulces típicos, ese que está a un costado de 5 de febrero, decorado con papel de china multicolor y en donde por cierto, descubrí los conos rellenos de cajeta, los cuales desde el primer momento me parecieron muy curiosos, envueltos en celofán y atados con un pequeño moño de listón luminoso, acomodados en canastas de mimbre, incitando al dulce consumo.

También hay quienes los llaman barquillos, nombre que recibieron en otro tiempo, por su figura convexa o de barco; aunque a decir de su singular historia, esta data del inicio del cristianismo, ya que en los monasterios los monjes elaboraban el 'pan sagrado' para la eucaristía sin levadura y endulzante, lo que hacía que adquirieran una forma muy básica y sencilla, y que hoy conocemos como oblea. En la última etapa de la Edad Media el pan ácimo se volvió muy popular, de tal forma que los monjes comenzaron a vender los sobrantes a los fieles, quienes lo daban como golosina a los niños; incluso llegó a formar parte de los manjares que degustaban los reyes y grandes señores. Es muy probable que su evolución a dulce gastronómico se deba al refinamiento de los religiosos.

Los conos, como los conocemos en el norte del país, evolucionaron a partir de que los panaderos franceses del siglo XIX los endulzaron con miel y canela, y con la aparición de los primeros moldes personalizados, los que le abonarían nuevas texturas más atractivas. Posteriormente los italianos lo adoptarían como ornamento comestible para el famoso 'gelato'; y claro, ya para el siglo XX alguien muy osado y práctico, simplemente le dio la vuelta y la funcionalidad que hoy conocemos, cargar la bola de helado de nuestro sabor favorito, el mío es de caramelo. Supongo que de ahí nació más tarde la figura del barquillero, el vendedor ambulante de barquillos, muy popular durante casi todo el siglo XX, pero que hoy en día sólo se deja ver en fiestas populares, como un recuerdo melancólico de un pasado que se resiste a volver.

No cabe duda que todo guarda una historia, como la de los conos rellenos de cajeta, lo que es además una gran idea si se quiere llevar un pedacito de ese Durango dulce más allá de sus montañas. ¡Yo lo hago siempre!

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Escrito en: dulce, Durango, siglo, rellenos

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