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Y después del neoliberalismo ¿qué?

Urbe y Orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Además de la corrupción y la desigualdad social, el neoliberalismo ocupa un papel central en la retórica del régimen inaugurado por Andrés Manuel López Obrador. El combate a esos tres "demonios" es el motor del actual presidente, al menos en el discurso. Respecto a la nueva corriente de liberalismo económico vigente en las últimas dos décadas del siglo XX y las primeras dos del XXI, el titular del Ejecutivo federal decretó la semana pasada, en un acto simbólico, el "fin de la era neoliberal". Para entender las implicaciones que esto tiene y prospectar las nuevas rutas económicas que pudiera seguir la República, es necesario primero revisar qué es el neoliberalismo y por qué se volvió tan indeseable desde la óptica de la izquierda.

Los artífices del consenso neoliberal en Occidente fueron la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, y el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan. Ambos llegaron a la cúspide del poder político de sus respectivos países con una diferencia de dos años y gobernaron durante la década de los 80. Conservadores en lo político, iniciaron una revolución económica y financiera que dejaría una profunda huella en todo el orbe. Ambos tomaron las riendas en un contexto global de debilitamiento del poder estadounidense derivado del terremoto económico de la década de los 70: depreciación del dólar, fin del acuerdo de Bretton Woods que vinculaba la moneda norteamericana al oro, aparición de déficits comerciales, incrementos de déficits presupuestarios para mantener un Estado de bienestar en expansión, alza inusitada de los precios del petróleo, inflación galopante y ensanchamiento de la deuda pública.

La fórmula aplicada por ambos mandatarios fue la reducción del gasto público, la venta de activos estatales, el control del circulante a través del incremento de las tasas de interés, la liberalización del mercado cambiario y la facilitación del movimiento de capitales a partir de una desregulación financiera y laboral. En suma, los objetivos de estas medidas fueron reducir el tamaño y la capacidad del Estado y dar al mercado un mayor peso en la economía. A ojos de los analistas de la época y posteriores, se trataba del mismo liberalismo del siglo XIX, pero con trajes del siglo XX. Es importante aclarar que el liberalismo económico no es sinónimo de capitalismo, sino sólo una corriente dentro de éste y que, como tal, puede tener -de hecho, los ha tenido y está teniendo ahora- retrocesos a lo largo de la historia moderna y contemporánea.

La fórmula se exportó gracias al consenso de las élites políticas a prácticamente todo el mundo occidental y buena parte del llamado Tercer Mundo. La nueva estrategia permitió a Estados Unidos y sus aliados no sólo frenar el avance del comunismo, sino también provocar la quiebra del bloque socialista liderado por la Unión Soviética. En México, fueron Miguel de la Madrid y, sobre todo, Carlos Salinas de Gortari los impulsores del neoliberalismo que, pese a la crisis económica de 1994-1995, se mantuvo como la ortodoxia de los gobiernos priistas y panistas de la era de la alternancia. Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, se apegaron en esencia a las medidas promovidas por Washington y Londres. En consecuencia, se privatizaron bienes estatales, se liberó el tipo de cambio, se aprobaron reformas estructurales para flexibilizar el mercado laboral y facilitar el flujo de capitales transnacionales.

El efecto fue un Estado más débil frente a un mercado internacional más fuerte, aunque, hay que decirlo, esto no significó un crecimiento de la competitividad como se había prometido al principio. Para muchos críticos del neoliberalismo, existe una relación directa entre el incremento de la desigualdad económica, la criminalidad y la corrupción y la aplicación de este modelo que propició el enriquecimiento de una élite y la precarización de la mayoría de la población. En La Laguna, el período neoliberal se caracterizó por la enajenación de las tierras ejidales, el crecimiento urbano desordenado, la lumpenización de sectores proletarios, la llegada y salida de capitales golondrinos, la reconcentración de la riqueza, el surgimiento de "nuevos ricos" en la clase política, la sobreexplotación de recursos naturales, la destrucción del antiguo tejido social corporativista y, al final, la explosión de la criminalidad.

López Obrador ha sido uno de los críticos más duros de esta corriente y ahora como presidente dice tener como misión la desarticulación de lo que él llama el Estado neoliberal. La pregunta natural es ¿cuál es el rumbo que tomará la política económica de México tras el decretado "fin del neoliberalismo"? No está claro todavía, aunque la retórica lopezobradorista apunta a una vuelta al desarrollismo de economía mixta basado en el petróleo anterior a Miguel de la Madrid, principalmente del período entre Lázaro Cárdenas y Díaz Ordaz. Es decir, el restablecimiento del Estado de bienestar de la guerra y posguerra que en México se dio bajo la ideología del nacionalismo revolucionario.

El problema con esta recuperación y adaptación de las políticas económicas del pasado radica en que fueron producto de un momento histórico preciso dentro de un contexto internacional que no es el de ahora. Pero, además, la ejecución de las mismas sólo pudo llevarse a cabo bajo la dictadura de facto del PRI, en un régimen de partido de Estado que hoy ya no existe, con todo y la abrumadora mayoría de Morena que, dicho sea de paso, no sólo está lejos aún del corporativismo que fue la base del tricolor, sino también de ser un verdadero partido. En su lugar, lo que se observa es un movimiento político con un liderazgo carismático, único y avasallador. Una de las grandes paradojas del actual gobierno es sugerir la restructura de un Estado de bienestar que requiere de una cierta visión institucional y en lugar de fortalecer las instituciones existentes o crear nuevas, se esmera por afianzar el liderazgo único del presidente a través de la transformación del antiguo clientelismo basado en una estructura piramidal territorial a uno fundamentado en la relación directa con el máximo líder de la República.

Pero no es la única vía posible. Durante los 40 años de capitalismo neoliberal, China ha seguido una ruta alternativa de capitalismo de Estado de corte mercantilista. Desde las reformas aplicadas por Deng Xiaoping a finales de la década de los 70, y lejos de los reflectores mundiales, la república popular desplegó una estrategia de crecimiento económico acelerado basada en el aumento de las exportaciones de manufacturas y el control de las importaciones, lo cual trajo como consecuencia enormes superávits comerciales que se tradujeron en un extraordinario ingreso de divisas y un incremento sustancial de las reservas internacionales.

Tras una primera etapa de devaluación del yuan y mantenimiento de bajos salarios para fomentar las exportaciones, el gobierno chino pasó en los 90 a una etapa de estabilidad monetaria, expansión fiscal y desarrollo frenético de infraestructuras. El resultado de esta economía dirigida y protegida por el Estado, que provoca cada vez más recelos en Occidente, principalmente en Estados Unidos, es un nivel de crecimiento sostenido sin precedentes en la historia de la humanidad. Hoy, China no sólo es la segunda potencia económica y la primera industrial y comercial, sino que está a un paso de superar a la Unión Americana y convertirse en el líder tecnológico del mundo.

No obstante, los costos de la vía china son altos en términos políticos y sociales. El crecimiento del gigante asiático ha sido posible en buena parte gracias al férreo control que el Partido Comunista ejerce en toda la sociedad, lo cual impide el avance democrático, inhibe la libertad de expresión y representa un alto riesgo para los Derechos Humanos. Hoy, frente a la crisis de la hegemonía estadounidense y la incertidumbre política de la Unión Europea, China se muestra al mundo como un modelo alternativo y seguro de desarrollo, y con la Nueva Ruta de la Seda y su plan Hecho en China 2025 se alista para dar el gran salto hacia el liderazgo mundial.

Para nuestro país, explorar esta vía resulta muy complicada debido a la cercanía con Estados Unidos, con el cual tarde o temprano terminaría confrontado política y económicamente y con bajas posibilidades de salir avante. Por eso, el gobierno federal actual debe aclarar hacia dónde va México tras el cambio de régimen de 2018 y dentro del nuevo contexto mundial, y cuál es la nueva ruta de la que habla el presidente.

Twitter: @Artgonzaga

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Escrito en: Urbe y orbe Estado, crecimiento, China, Estados

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