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Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que ve el mar, siguió hablando mientras su rubia compañera lo oía con atención.

-El problema de nuestro tiempo -dijo- es que ya no hay pecadores. Los pecados capitales han quedado reducidos a meras provincias. ¿Por qué crees que la Edad Media fue edad de fe? Porque fue también edad de pecado. ¡Cuán profundamente religiosos seríamos ahora si tuviéramos pecadores como aquellos que inmortalizó Dante en su Comedia, divina por ser tan humana!

Se interrumpió un momento Jean Cusset para beber de su martini, y luego continuó:

-Ya no hay verdaderos creyentes porque ya no hay verdaderos incrédulos. La Iglesia necesita con urgencia buenos pecadores para sobrevivir. Pero en estos tiempos ya nadie sabe pecar como en aquellos tiempos. No pecamos de gula porque contamos las calorías para no engordar. No hacemos nada que sea digno de soberbia o causa de envidia. Nos falta la imaginación que se requiere para ser perezosos. Indiferentes a todo, nada nos produce ira. Y la tasa de inflación hace desaconsejable la avaricia. Vivimos, pues, la era de la virtud automática. Llegaremos al cielo con pasos de robot... Y a propósito -le preguntó Cusset a su rubia compañera- ¿cuál es tu pecado favorito?

Respondió ella:

-La lujuria.

-Qué coincidencia -dijo él-. Pidió la cuenta; tomó del brazo a la muchacha y salió con ella del lugar. Pero antes dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.

¡Hasta mañana!..

Escrito en: Mirador Jean, rubia, aquellos, edad

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