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Contar hasta cinco o instrucciones para leer

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SAC

Había un pizarrón de velcro en una de las paredes. El juego era unir sílabas y letras para formar palabras y oraciones: mi nombre, mi dirección, el nombre de mi hermana. Como si fueran rompecabezas. Yo me sentaba en la orilla de la cama, mi mamá siempre de pie.

Así aprendí a leer.

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En 'Building a new world', un ensayo de Valeria Luiselli para Words without Borders, la escritora mexicana relata, a grandes rasgos, cómo construimos nuestro propio mundo a partir de diferentes lenguajes: el lenguaje de la amistad y enemigos, de las exageraciones, de las omisiones, de las reglas que se respetan y las que se rompen, de ser extranjero y de la extrañeza. Pero que la primera pieza de ese mundo son siempre las palabras. 'No sé si las personas recuerdan cómo aprendieron a leer y escribir [...] y tal vez parece más razonable creer que nunca existí en un mundo sin letras, aunque por supuesto todos vivimos en un mundo así durante un tiempo, aunque intentar volver a él sea tan antinatural como saltar al fondo de una piscina y pretender que no sabemos nadar'.

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Mi mamá y yo somos virgo. Ella cumple años un día antes que yo y eso, que en mi adolescencia era peleas sin sentido, se ha convertido, con el paso de los años, en la complicidad del cliché de la mejor amiga, que no por ser un lugar común deja de ser cierto. Con ella, y sólo con ella, he aprendido el lenguaje de los viajes en solitario, de los aeropuertos desconocidos, de las estaciones de metro, de los hostales miniatura, del llanto mientras se vacía una habitación, de la risa hasta que la limonada sale por la nariz.

Cuando era niña, y pasaba la noche en la recámara de mis padres, mi mamá solía levantar una mano para que se reflejara en el espejo de su tocador. Yo contaba sus dedos: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Era una forma de salir de las pesadillas, de empezar el día con otro juego.

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'Las veces' es un libro de Esperanza López Parada que rompe el corazón desde las primeras páginas. Pero ahí, cuando narra una de las muchas dinámicas que compartía con su madre, la pintora Esperanza Parada, sentí reflejadas esas lecciones de mi infancia, y entendí, como nunca, la importancia que aún tienen: 'Ella me enseñaba a leer / en un libro vencido, / un libro de horas / para el traspaso del año. / Ella enseñaba el final de la página en ciernes / y de la voz que habla.

[....] una y otra vez sobre la página cieno / las palabras se extraen como carbones costosos / se juntan las letras como carros, / piezas de horizonte que porten / una riqueza sentida. / Ahora no se hace así, / pero antes las madres enseñaban a leer, / abrían la vida y su despojo, / armaban la banda de carga en la rueda / y reunían los hilos de dos significados, / ellas llevaban hacia lo alto la poderosa / sintaxis de la cueva, conocían las líneas ralas / donde se mezclan con el cielo'.

Ese pizarrón de velcro de mi infancia era un juego en el que, letra a letra, mi madre me enseñaba el universo.

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De pronto, tengo 23 y vivo en una residencia de estudiantes en Madrid.

Frente a mi cama hay un espejo que cuelga de la puerta.

De pronto, tengo 26 y vivo sola en un laberinto encantado en la Ciudad de México. El espejo del tocador frente a mi cama.

A veces, sólo algunas veces, es necesario salir del sueño. Volver a jugar.

Miro el espejo madrileño. El mexicano. Sé que volveré a la realidad en unos segundos. El truco no falla. Levanto la mano derecha. Uno, dos, tres, cuatro, cinco.

Escrito en: ITINERANTE espejo, mundo, mamá, libro

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