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De Política y Cosas Peores

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ARMANDO CAMORRA

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En el solitario paraje llamado El Ensalivadero la linda chica se acercó insinuante a Babalucas y le murmuró al oído: "Los pajaritos lo hacen. Las abejitas lo hacen. ¿Qué te parece si lo hacemos nosotros?". Respondió el badulaque, dudoso: "No creo que podamos volar, pero en fin, vamos a intentarlo". Otro de Babalucas. Le dijo al mesero del restorán: "Dame una mesa de la orilla. Oí en la tele que va a llover en la Mesa Central". Avaricio Cenaoscuras, el hombre más cicatero del pueblo, caminaba por una playa de Acapulco. Un conocido suyo se lo topó. "¿Qué andas haciendo por acá?". Respondió el cutre: "Estoy de luna de miel". Quiso saber el otro: "¿Y tu esposa?". Contestó Avaricio: "Vine solo. Me casé con una viuda, y ella ya pasó por esto". Don Timoracio le contó a un amigo: "Voy a sugerirle a mi mujer que compartamos los quehaceres de la casa". Le preguntó el amigo: "¿Te has vuelto feminista?". "No -replicó don Timoracio-. Lo que pasa es que yo solo no puedo ya con todos". Cierto señor pasó a mejor vida. En el funeral su hijo sollozaba desconsoladamente. "No llores -trató de consolarlo su mamá-. Mira: lo más probable es que ni siquiera sea tu padre". En altas horas de la noche sonó el timbre de la puerta. La señora se asomó por la ventana del segundo piso y en la oscuridad nocturna alcanzó a ver ante la puerta a cuatro tipos que se caían de borrachos. "¿Qué quieren?" -les preguntó irritada. Preguntó a su vez con tartajosa voz uno de los beodos: "¿Aquí es la casa de Empédocles Etílez?". Respondió de mal modo la mujer: "Sí, aquí es". "Por favor -le pidió el ebrio-, baje a decirnos cuál de nosotros cuatro es Empédocles Etílez". Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le hizo una proposición poco decente a Dulciflor, muchacha de buenas familias. Ella se molestó: "¡Eres el último hombre con el que haría eso!". Sin inmutarse preguntó Afrodisio: "¿Cuántos hay antes que yo?". Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, le confió a su amiga doña Gules: "Mi marido bizquea cuando hace el amor". Respondió pensativa doña Gules: "Ya decía yo que le notaba algo raro". El juez reprendió severamente al individuo: "La señora aquí presente se queja de que hallándose usted en completo estado de ebriedad le dijo que tiene cara de nalga". El acusado se volvió hacia la quejosa y luego de mirarla detenidamente contestó: "No recuerdo haberle dicho eso, señor juez, pero de que la tiene la tiene". Dulcibel, joven soltera que pasaba ya de la treintena, les anunció llorosa a sus papás que estaba un poquitito embarazada. "¡Santo Cielo! -profirió su madre, consternada-. Dime: ¿al menos lo hiciste por amor?". "No -confesó apenada Dulcibel-. Lo hice por dinero". "¿Cómo por dinero?" -se escandalizó su padre. "Sí -confirmó Dulcibel-. Le pagué". En la barra de la cantina un individuo bebía su copa, solo y sombrío. El cantinero le preguntó: "¿Qué le sucede, amigo? ¿Por qué tan triste?". Respondió el bebedor: "Mi esposa me dijo que no tendríamos sexo durante un mes". Dijo el de la cantina: "Tiene usted razón en estar triste": "Sí -replicó el sujeto, pesaroso-. Hoy se cumple el mes". Mercuriano, viajante de comercio, regresó a su casa un día antes de lo programado. Al entrar oyó algazara en la recámara: exclamaciones, risas, alboroto. Abrió la puerta de la alcoba y lo que vio lo dejó pasmado: su mujer estaba en el lecho conyugal en compañía de cinco individuos. Tanto ella como los sujetos se hallaban totalmente sin ropa. Antes de que el atónito marido pudiera articular palabra le dijo la señora: "No vayas a pensar mal, Mercuriano. No es lo que parece". FIN.

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