Hoy no traigo poemas,
llegué solo con tu silencio
y con él puedo hacer una cadena
de voces,
un tejido de miradas
para encontrar la música de tus
pasos, el perfume de tu piel
florecida
y el capullo de tu mano en mi
rostro.
Hoy no traigo poemas,
los dejé guardados en tu boca
para cuando amanezca
los puedas leer con tus ojos de
sueño
y tu cabello de cansadas olas
en la húmeda arena de tu pecho.
Hoy no traigo poemas,
los dejé en la banqueta de tu calle
para que los vecinos sepan que te
escribo
y volteen a mirarnos
como girasoles fundidos por el sol
y de sus labios de espantapájaros
nazca un canto de asombro.
Hoy no traigo poemas,
te traigo a ti en todo mi cuerpo,
como hormigas que me estremecen
y me gritan tu nombre
con agudos golpes de espinas,
igual a piedrecillas
que certeras han caído en mis ojos
para recordarme que soy mortal
y vivo de tu mirada.
Hoy no traigo poemas,
los dejé en la banca del jardín
donde esperé tu llegada,
junto al vuelo de los pájaros,
cerca del sueño del anciano,
delante del transeúnte que camina
a su trabajo.
Hoy no traigo poemas,
y más me lastima la lástima
que tú no estés aquí.
(Fogatas III, 1989).