Kiosko

LETRAS DURANGUEÑAS

Escribo para mí

Escribo para mí

Escribo para mí

SHAMIR NAZER
No leemos a otros: nos leemos en ellos— José Emilio Pacheco

Escribir es un acto político. No tanto porque se escriba sobre política, sino porque toda escritura lleva consigo una intención y una resonancia social. Desde las frases procaces (y a veces divertidas) escritas en las paredes de los baños públicos, hasta las más íntimas escritas en la privacidad de un diario personal, constituyen un acto político.

Este texto, por ejemplo, en este momento -martes 10 de febrero a las 14:59- es una cosa nonata, una cosa que aún no puede llamarse política del todo. Esta criatura que llamo texto apenas se gesta como una especie de embrión en la hoja de esta libreta que acabo de comprar.

Escribir es un acto político, reitero, y no lo digo por el hecho de estar escribiendo esto en un lugar público, rodeado de personas que fuman, que leen, que platican, que pasan. De hecho, pese a ser una cosa política, social, el texto requiere de cierto aislamiento que le permita gestarse. Aunque mi presencia física en este lugar, en esta banca de la Plaza Fundadores, es indiscutible, escribo solo.

Tengo los audífonos puestos, apenas si escucho a la niña frente a mí que llora junto a su padre y su hermana, el escándalo de esos camiones que pasan por 5 de Febrero es como un zumbido irrisorio, los chapoteos cercanos del agua de las fuentes chocando contra el piso me parecen lejanos bisbiseos.

Pero ya estoy divagando. Estaba con la escritura como acto político. El sustento de esta afirmación se materializa aquí, justo a un lado mío, en el otro extremo de la banca: un hombre de unos cuarenta y tantos años que lee el periódico.

Tiene la pierna cruzada: la pantorrilla izquierda sobre su muslo derecho. Desde aquí, sin apartar mucho la vista de la hoja, puedo ver la suela y la marca de su zapato: Dockers. Yo estoy sentado a mi vez, con la pierna cruzada, salvo que es mi pantorrilla derecha la que descansa en mi muslo izquierdo. De tal modo él puede ver también la suela de mi zapato sin esfuerzos. Ambos tenemos objetos sobre el regazo: él su periódico y yo mi libreta. Ambos tenemos la cabeza inclinada hacia adelante, y me imagino que los gestos de concentración que hacemos serán muy similares también.

Con un poco de imaginación, alguien que nos mire de frente, podría esbozar una sonrisa al ver las peculiares posturas que adoptamos, figurándose que somos un solo hombre sentado al lado de un espejo.

En varios sentidos, y no sólo en la postura, somos imágenes reflejo. Mis veintitrés años se reflejan exactos en sus hipotéticos cuarenta y seis, por ejemplo. Él lee; yo escribo. Lectura y escritura son eventos reflejo; en lo primero radica lo social, lo político, de lo segundo.

Mientras yo me empeño en escribir, en dotar de formas muy precisas a este 'feto' a pesar de los distractores que percibo -la molesta voz de la mujer que habla por celular en la banca contigua, el cadencioso andar de la chica que acaba de pasar enfrente, aquel señor de lentes oscuros que se rasura inopinadamente en otra banca, el tierno diálogo de miradas que entablan unos novios más allá; mientras escribo y paseo la mirada-, el hombre en el otro extremo de la banca mantiene su concentración en la lectura del periódico. Con la lectura de cada palabra, de cada frase, le va otorgando vida a esa criatura que alguien, un escritor, un reportero, un columnista concibió 'a solas' con la página.

Al momento de ser leído, todo texto deja atrás su pasado fetal y embrionario para nacer bajo los ojos del lector. En ese momento en que la luz, la tinta y la tipografía coinciden con tus retinas, lector, lectora, la escritura nace. Eres tú, en este momento, quien da pulso a esta criatura -o artículo- que justo ahora campea en la sección Letras Durangueñas de El Siglo de Durango.

Aunque escribamos solos, o cuando menos aislados por una burbuja imaginaria en medio de una plaza, escribimos para otros. (Incluso en la escritura del diario personal descansamos la remota tentación de que alguien nos lea). Eso de «escribo sólo para mí» -tan socorrido entre escritores indecisos-, es una falsía. Ahora lo entiendo, escribimos siempre para otros, porque los otros nos dan vida.

De ahí que el acto de escribir sea enteramente político, y que tú y yo, -y ese hombre que lee el periódico en el otro extremo de la banca-, seamos imágenes reflejo. De ahí que el periódico, con todas sus noticias, con todas sus columnas y apartados, sea una suerte de espejo en que nos vemos.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS acto, escritura, hombre, político,

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas