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De Política y Cosas Peores

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ARMANDO CAMORRA

ARMANDO CAMORRA

Dos compadres fueron de cacería. La primera noche bebieron unas copas al amor de la fogata del campamento. Uno de ellos se veía meditabundo y cabizbajo. "¿Qué le pasa, compadre? -le preguntó el otro con amistosa solicitud-. Lo veo muy pensativo". "Le diré la verdad, compadre -respondió el otro-. Usted no conoce bien a su comadre, mi señora. Es una mosquita muerta. Su carácter es liviano, y temo que en mi ausencia esté haciendo el amor con otro hombre. No estoy a gusto. Regresar é a mi casa mañana mismo". "No se inquiete -lo tranquilizó el compadre-. ¿Con quién podría estar haciendo el amor mi comadrita? Tanto usted como yo estamos acá". Empédocles Etílez llegó ebrio a su casa en horas de la madrugada, como de costumbre. Se metió en la cama, y al sentir que su esposa despertaba hizo como que estaba leyendo. Le dijo a la señora: "Me la pasé toda la noche en la lectura de este libro. Ya ves que está muy grande". "¿Leyendo un libro, eh? -masculló con enojo la mujer-. Cierra esa maleta y vete a dormir al otro cuarto". Pudicia, linda muchacha que estudiaba en colegio religioso, fue de vacaciones a su casa. Cierta noche la invitó a salir un joven muy apuesto que al amparo de las sombras nocturnales le dio un beso. "¡Ay, Leovigildo! -exclamó Pudicia acongojada-. ¡Esto ha de ser pecado! ¡Sentí muy bonito!". El agente de bienes raíces enumeraba las ventajas de la casa que ofrecía en venta al señor y a la señora. "Y además -les dijo-, para ustedes que tienen hijos esta casa posee una gran ventaja: está a tiro de piedra de la escuela". En ese momento una piedra dio en la frente del presunto comprador y lo hizo venir descalabrado al suelo. Sin turbarse comentó el agente: "¿No les digo?". Eso de la lucha contra la corrupción y la impunidad, cosa tan decantada por el régimen, ha sido atole con el dedo. Todos los que se enriquecieron en el pasado sexenio, epítome de lo corrupto, andan libres y campantes, bailando mal y jugando al golf peor, sin que el gobierno actual los haya tocado ni siquiera con el pétalo de un ligero susto. No parece ser falsa la impresión según la cual debe haber habido algún arreglo o pacto entre el que se fue y el que llegó. "No te metas conmigo y yo no me meteré contigo". De otra manera no se explica que el combate a la corrupción, una de las mayores banderas ondeadas por López Obrador en su campaña, haya quedado en agua de borrajas, esto es decir en nada. Puras palabras. Y para colmo mal pronunciadas y con exasperante lentitud. El cuento que ahora sigue fue reprobado por doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral. La molestó el lenguaje que en él se usa. Las personas que no gustan de leer palabras altitonantes deben saltarse en la lectura hasta donde dice "FIN". Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, le confió a una amiga: "Sospecho que mi marido está follando con Ardilia, la muchacha de la casa, pero no tengo forma de comprobar el adulterio". Le indicó la amiga: "Yo tengo un perico que me cuenta lo que en mi ausencia hace mi esposo Te lo prestaré por unos días. El cotorro te lo dirá todo. El único problema es que hace tiempo una mujer maltrató al perico, y éste ya nunca volvió a hablar delante de mujeres desconocidas. Pero eso no importa: te disfrazas de varón y el perico hablará contigo". En efecto, doña Macalota llevó el perico a su casa y lo puso en la recámara a fin de que observara todo lo que pasaba ahí. Al día siguiente se vistió con ropas masculinas y fue a hablar con el perico. La vio el loro, meneó la cabeza y luego dijo: "¡Sí que son especiales los habitantes de esta casa! ¡Un viejo cogelón y una vieja travestista!".

Escrito en: De Política y Cosas Peores casa, perico, noche, amor

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