Por fortuna hay todavía carniceros en el mundo. Lo digo porque poco a poco se van imponiendo las doctrinas veganas y vegetarianas, que a quienes aún comemos carne nos hacen sentir monstruos sanguinosos o infelices seres condenados a prematura muerte por nuestro pernicioso hábito de poner en uso los dientes caninos de que nos dotó el Señor.
El tema -está de moda esa expresión: "el tema"- me lleva a recordar a un carnicero de mi ciudad que celebraba haberse dedicado a tal oficio.
-La carnicería -declaraba con orgullo- me da para pagarme todos mis vicios: el cigarro, la bebida, el juego, las mujeres.
Y añadía en seguida con tristeza:
-Para lo único que no me da es para pagarles la carne a mis proveedores.
Respeto grandemente a los veganos y vegetarianos, y en el fondo -muy en el fondo- pienso que tienen la razón. Sin embargo olvido esa razón, y todas las demás razones, a la vista de un buen corte de carne, de unos sabrosísimos tacos al pastor o de una excelsa fritada de cabrito hecha con sabiduría y amor por mi mujer.
Bien hayan, pues, los carniceros, les paguen o no sus proveedores.
¡Hasta mañana!...