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SORBOS DE CAFÉ

Éxtasis puro

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Éxtasis puro

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MARCO ANTONIO LUQUE ROJAS

El pudor reía a carcajadas. Para su deleite, por fin habíamos sucumbido a la atracción natural que por años negamos y disfrazamos de amistad. Ninguno de los dos nos atrevíamos a vernos en estos nuevos ojos, a decodificar esa mirada urgida de entregar la clave del deseo.

Yo fui el primero y efectivamente, nunca la vi tan hermosa como ese día, no sé si la admiré por un minuto o por un siglo.

Ella, fue más precavida. Me observó de reojo y agachó la mirada, pero esta vez más sonrojada.

Tomé su mano como mero protocolo, y bruscamente busqué sus labios. Aceptó mi falta de diplomacia, correspondiendo con un beso moldeado de una cortesía que se extinguía poco a poco por el instinto.

Mis manos descontroladas temblaban recorriendo su silueta.

No sé si la acaricié por un instante o por un año.

Su ropa era un fastidio, también la mía, y creo que hasta el silencio, roto de vez en vez por los suspiros amplificados en la tenue atmósfera nocturna de su casa.

Se puso de pie, y su cuerpo ya sin nada encima eclipsó la metálica luz de la luna, obsequiándome un paisaje único, dentro de ese mundo hecho sólo para los dos.

No supe si la inmortalicé desde ese día o desde que nacimos.

Por un instante, las cuatro paredes de la sala se pintaron de plata, junto a un estruendo que detuvo valiente el ventanal, pero dejó entrar una centella que se ocultó dentro de mí.

Ella, con cautela pero ágil, caminó sobre las sombras que las gotas de lluvia, colgadas en el cristal, adornaban la duela, impregnándose del deseo guardado en el baúl de nuestra historia.

No supe si la respiré esa noche o toda la eternidad.

La lluvia terminó justo a tiempo. Nos pusimos la ropa porque la castidad ya no cupo en nuestros cuerpos.

Una mezcla de decencia con pizcas de pena, saturó la estancia, ahogando cualquier intento de reflexionar sobre los detalles del acontecimiento.

Suspiré, besé su mejilla y ella sonrió. Así, mutuamente nos dijimos adiós y gracias.

Al cruzar el umbral, la fría humedad aferrada invadió a mi pecho, aunque la sangre embravecida aún, templaba la helada estocada.

Nunca la volví a ver hasta hoy. Ahí va, de la mano de alguien a quien entregó su corazón para siempre, o por lo menos eso prometieron.

Mientras su compañero de vida se distrae en cualquier aparador, ella lo espera paciente, explorando con la vista escaparates, artículos en venta, gente, y entre tanto, sorprendida coincidimos.

Le sonrió la fascinación aprovechándose de la cansada amabilidad. Responde nerviosa, apenas moviendo sus labios vigilando la ausencia parcial de su esposo.

Y aunque sólo murmuró, sus labios dijeron "adiós", ese que nos debíamos desde hace tanto.

No sé si detrás de su puerta, se quedaron mis ganas de extrañarla o mi cobardía nunca me permitió hacerlo.

Escrito en: Sorbos de café ella, ropa, cualquier, supe

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