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LETRAS DURANGUEÑAS

Humo que desaparece

VÍCTOR HUGO GONFE

Ella enciende un cigarrillo, él apagó un cerillo que casi le quemaba los dedos. El olor a carne quemada le había causado algo de náuseas, no muchas, se había acostumbrado a resistir ese olor penetrante, ella sospechaba que desde hace veinte días había quedado embarazada. Él se dio cuenta que se estaba acabando la leña, salió al bosque a buscar unos trozos, llevaba en la mano una hacha que brillaba con la luz de luna llena; llevaría los fragmentos de madera de quince a veinte centímetros. Así se lo habían pedido. Sin darse cuenta caminó por un sendero hasta adentrase al centro del bosque. Ella sentía calor... por eso se quitó el suéter rosa que se había manchado con algo de sangre; sintió alivio cuando el aire comenzó a rozarle la espalda descubierta. El invierno había traído un frescor agradable. Buscó en su bolso los cigarros; se habían agotado, los compañeros olvidaron hacer provisión de ellos, por eso estaba enojada, se sentó a observar cómo los últimos restos de la fogata se iban consumiendo. Las náuseas no cesaban y maldijo no haberle hecho caso a su madre de ponerse el dispositivo.

Él pensaba en la última vez que tuvo sexo, la frustración de un orgasmo precoz lo tenía frito, ella se lo había advertido, no era la primera vez que terminaba su noche de pasión de esa manera, lo abandonaría para siempre, debía continuar su labor buscando tramos de madera y ajustarlos a la medida solicitada, tuvo que desechar algunos que no le convencieron; pudo haberla dejado embarazada pues pensaba ponerse el condón en medio del acto, no fue suficiente mentalizarse, estaba demasiado excitado y descargó el liquido dentro de ella. Había comenzado a inquietarle la tardanza, estaba sola, se puso de pie, estaba decidida no abortar al producto; hace dos años decidió hacerlo y estuvo en depresión varios meses, hasta que entró a una cesión de terapia psicológica. "Debes mantenerte con mente ocupada, sal al aire libre, fortalece tu interior, no bebas ni te drogues", eso le decía su terapeuta de turno. Ella inmutable, solamente daba una fumada al mentolado con algo de ceniza acumulada. Había vacilado en ir al campo, pero fue tanta la insistencia de él y de ellos, y la alergia de tristeza que le provocaba la casa sola. ¿Cómo se les pudo haber olvidado los cigarros? El aire comenzaba a molestar, levantando polvo que cegaba. Y el frío aumentaba en minutos. No había visto las nubes que llegaban y se quedaban alrededor de la luna, buscó su suéter rosa, la mancha de sangre se había secado, ya no le provocaba náuseas, trató de quitarla, imposible, estaba demasiado pegada. Tal vez la debía matar para que no abriera la boca, en lugar de cargar el costal de ixtle lleno de trocitos, pudiera ser ella y enterrarla viva ¿quién se iba enterar? Si ella vive sola en la casa desde hace cinco años. ¿Pero, un hijo? Él siempre quiso ser padre, aunque antes pensaba que la paternidad era un estorbo, y su madre dio miles de razones al echar a su progenitor de casa, y él tuvo que cargar con la culpa sin deberla; a las mujeres las manipulaba, las usaba y abandonaba sin remordimientos. Para ella, la maternidad era una meta, sabía que quedar embarazada, a su edad, podía complicar su salud y la del futuro bebé, a él lo había encontrado en un supermercado escogiendo manzanas "Golden". Él parecía un Hamlet, preguntándose si era la manzana correcta o no. Hasta que llegó ella, tomó dos frutos, volteó a verlo y le dijo que parecía que estaban buenas. A él le pudo pasar de largo o establecer una relación exprés, pero ella lo desafiaba y lo aterrizaba. Para él esa seguridad era aterradora, por eso le llamó la atención.

No soportó estar sola, caminó hacia la brecha, donde él y los otros habían desaparecido, se alejó del campamento lo suficiente como para encontrase en una encrucijada de varios caminos. Algo le dijo que tenía que seguir, que sola se podía volver loca con los sonidos del bosque, que se le hacían cada vez más fuertes. Una sombra negra pareció ver detrás de un encino, creyó que era su imaginación, daba unos pasos y la volvía a ver más cercana. Trató de acelerar el paso, pero ahora no la veía, pero escuchaba como algunas ramas secas eran pisoteadas, tenía que alcanzarla, en momentos parecía que se le olvidaba la intención de la salida. Ella resbaló por una pendiente dejada por un arroyo, rodó y como pudo se protegió el abdomen y la mano, que se había herido antes, cortando filetes de res.

Ella gritaba pidiendo auxilio, él escuchaba la voz, con el hacha cortaba ramas que le impedían llegar hasta ella; sintió coraje al ser tan torpe con la herramienta, se acercó a ella, podía haber descargado su furia, pero se contuvo. Ella le pidió que la levantara, se sacudió la tierra y le pidió un cigarrillo, él de la bolsa sacó una cajetilla a medio terminar. No eran mentolados, no importó, sin pensarlo se lo llevó a la boca, lo miró con ojos de agradecimiento, jamás supo su nombre, se volvió a tocar el abdomen, murmuró, este es el último, él encendió un fósforo, estuvo a punto de quemarse, agarró el hacha y sus pensamientos, se despidió y se fue al paraje, donde había abandonado el costal con trocitos de madera.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS estaba, ella, Ella, pudo

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