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Urbe y Orbe

¿Cómo se hundirá nuestra civilización?

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Ninguna civilización es permanente. Ningún imperio es eterno. Ningún orden mundial es inamovible. Si algo enseña la historia es que, tarde o temprano, toda estructura estatal o supraestatal desaparece y al desaparecer, se convierte en otra cosa. No debe quedarnos duda de que el mundo como hoy lo conocemos, como hoy lo vivimos, tendrá un final, y luego de éste, surgirá otro mundo con algunos rasgos del anterior, pero con muchos rasgos nuevos. Así ha sido en el transcurso de los siglos. Pensar que hoy será diferente por el avance técnico que hemos alcanzado es incurrir en la misma soberbia de imperios o civilizaciones anteriores que alguna vez se creyeron eternas o invencibles. Incluso, ese pensamiento sobrado de confianza suele convertirse, si no en uno de los factores que aceleran el hundimiento del orden establecido, al menos sí en un fuerte obstáculo para actuar y posponer la caída o, en el mejor de los casos, construir una alternativa al mundo decadente.

Una vez que somos conscientes de que el orbe actual se desmoronará, con su globalización, sus avances técnicos y científicos, sus grandes y espectaculares ciudades, sus asombrosos inventos, su sofisticación, pero también con sus cinturones de miseria, su consumismo, desigualdad, injusticia y crueldad, cabe cuestionarnos cómo desaparecerá nuestra civilización y qué tan cerca o lejos estamos del colapso. Existe una cada vez más abundante literatura histórica que habla de la quiebra de civilizaciones e imperios pasados, la cual puede ayudar a responder las preguntas que aquí nos planteamos. Entre esa literatura está un libro escrito por Eric H. Cline, titulado 1177 a. C. El año en que la civilización se derrumbó, que explica con esmerado rigor científico las posibles causas del desmoronamiento de los grandes imperios y civilizaciones de la Edad del Bronce en el siglo XII antes de nuestra era.

Resulta sorprendente la descripción de Cline sobre la Edad del Bronce tardía, entre los siglos XV y XIII a. C., como la primera era de "globalización" o quizá, mejor dicho, de mundialización en la historia humana, en la que reinos e imperios desarrollados en un área geográfica que va de la cuenca del Egeo hasta Mesopotamia, pasando por Anatolia, Levante y el Valle del Nilo, establecieron una estrecha red de relaciones diplomáticas, comerciales y de transporte y comunicación como nunca antes se había visto. Fue la primera vez que sociedades y estados de entornos geográficos distantes y tradiciones históricas distintas establecieron una interdependencia que llevó a crear el primer sistema internacional de intercambio multisectorial.

La evidencia de esta activa interrelación está en los abundantes vestigios de cartas sobre tablillas enviadas entre reyes y emperadores; el intercambio de productos de diversa índole; un idioma acadio utilizado como lengua franca de la diplomacia (el inglés de entonces); el uso generalizado de la escritura en la comunicación, del bronce como insumo principal de la tecnología y de la agricultura como obtención de excedente de riqueza; la utilización del barco y el carro tirado por animales como medios de transporte, y en la alta concentración de poder y riqueza generada por un sistema político-económico centrado en los palacios. Este primer mundo "globalizado", que ciertamente era mucho más pequeño que el nuestro, colapsó tras tres o cuatro siglos de apogeo en un proceso de decadencia que, según el autor, duró entre 50 y 100 años. Los reinos micénicos, minóicos y chipriotas, los imperios hitita y egipcio, los reinos mitanio, babilonio y asirio y las ciudades cananeas, se derrumbaron o replegaron en ese tiempo ¿Cuáles fueron las causas de esta debacle?

Cline se aleja de las soluciones simplistas y apunta al modelo teórico de la complejidad basado en la evidencia arqueológica y documental existente. No fue una sola causa la que provocó el hundimiento de las civilizaciones y los estados de la próspera Edad del Bronce tardía. Tampoco una progresión lineal de catástrofes en efecto dominó. La explicación estaría dada por varios factores, entre los que destacan sequías, terremotos, cambios climáticos, invasiones o migraciones, guerras, rebeliones y la suspensión de las rutas comerciales, desencadenados a tiempos distintos y con magnitudes diversas en un complejo sistema internacional que funcionaba gracias a la interdependencia de sistemas sociopolíticos individuales también complejos, como los reinos e imperios, entre los cuales destacaban los imperios hitita y egipcio como potencias dominantes de la época.

La complejidad de un sistema, radicada en la interdependencia de sus miembros, actúa de forma paradójica. Mientras permite a través de la colaboración enfrentar con mayor éxito de manera particular el desastre provocado por fenómenos naturales o conflagraciones bélicas, las complicaciones por la suspensión de suministros o crisis económicas y la inestabilidad derivada de migraciones no previstas o mal gestionadas, también aumenta la vulnerabilidad de todo el sistema dada la estrecha relación existente entre los estados integrantes. Lo que ocurre en un espacio geográfico delimitado tiene impacto en los demás debido a la interdependencia, y con mayor razón cuando se presentan varios de los fenómenos citados en un período relativamente corto de tiempo cuyas consecuencias, aunadas a las distintas formas de responder a ellos por parte de cada uno de los estados, provocan un efecto multiplicador que configura la catástrofe "global".

Para comprender cómo se desmoronan los imperios y las civilizaciones, debemos desprendernos de las imágenes apocalípticas que Hollywood ha creado en ese subgénero llamado cine de desastres. Los hundimientos a gran escala no se presentan nunca de un día para otro. Son procesos que se maduran durante años, incluso décadas, y que la mayoría de las veces pasan desapercibidos para las sociedades en peligro. La historia es testigo de otros momentos en los que se han presentado estas debacles que tienen sus raíces en los momentos de auge de las civilizaciones y el orden mundial consecuente. Podríamos mencionar, por ejemplo, el colapso del orden internacional en el siglo III d. C. en un espacio que abarcaba desde Asia Oriental hasta el Mediterráneo occidental, con imperios otrora estables y poderosos -Roma, Partia, India y China- que interactuaban entre sí directa o indirectamente y que terminaron sufriendo profundas crisis que, tarde o temprano, derivaron en el derrumbe o repliegue de sus civilizaciones.

En este contexto, el año que da título al libro, 1177 a. C., es sólo simbólico, como simbólico es el 476 d. C., año de la "caída" del Imperio Romano de Occidente. Al llegar a esos años, el desmoronamiento ya estaba muy avanzado, producto de una serie de acontecimientos que por décadas fueron debilitando las estructuras que soportaban al sistema. Algunas sociedades resistieron, pero al final se transformaron. La mayoría sucumbió y los órdenes estatales de extensos espacios geográficos dieron lugar a regímenes más pequeños en una pulverización o fragmentación política. Un nuevo mundo surgió de las ruinas del anterior y con las fuerzas que sobrevivieron al declive, transformadas, en un proceso que tardó siglos hasta generar un nuevo orden internacional, más amplio y poderoso que el anterior, pero no por ello menos vulnerable.

Llegados a este punto, estamos en condiciones de preguntarnos cómo desaparecerá nuestra civilización y su sistema mundial. ¿Cuáles son los signos que evidencian la inminencia del colapso? El actual sistema mundial tiene su origen en el siglo XVI, y se construyó sobre las ruinas del antiguo orden centrado en Asia. La expansión colonial e imperial europea configuró un orbe por primera vez interrelacionado y, posteriormente, interdependiente, en su totalidad bajo el signo del capital y la dependencia energética. Un orden mundial que desde mediados del siglo XX ha sido liderado por los Estados Unidos de América, herederos y a la vez transformadores de la tradición europea, pero que hoy se encuentra en un proceso de descomposición. Los factores están ahí. En primer lugar, el calentamiento global, un proceso provocado por la industrialización y las sociedades de alto consumo y que se erige como la principal amenaza a nuestra forma de civilización dado el agotamiento de los recursos, la sobrepoblación humana y la potenciación de los desastres. Luego están las crisis económicas, presentes a lo largo de toda la historia del capitalismo, pero que ahora se han vuelto potencialmente más nocivas debido a la interdependencia de todos los países, en un momento en el que se libran guerras comerciales y se avanza en un proteccionismo que desestabiliza al sistema.

La competencia entre potencias globales y regionales está provocando un nuevo escenario de guerra en el que no hace falta una declaración para atacar a un país ya sea con misiles, drones, armas cibernéticas o económicas y rebeliones subsidiadas. A la par, las potencias nucleares desmantelan los antiguos tratados de control para iniciar una nueva carrera armamentista. Mientras tanto, avanza el debilitamiento de los estados frente al poder privado del capital mundial, hoy refugiado en la alta rentabilidad de una industria tecnológica sin regular. La mala gestión de los movimientos migratorios surgidos por los desequilibrios estructurales en países subdesarrollados azotados por la crisis, la violencia o la guerra, está provocando en las naciones desarrolladas un nuevo auge del nacionalismo xenófobo y tribalista que debilita aún más el orden internacional. Si a lo anterior sumamos la creciente polarización social, el aumento de la propaganda a favor del autoritarismo y la proliferación masiva sin precedentes de mentiras a través de las nuevas tecnologías de comunicación, nos encontramos ante un escenario en el que se está gestando ya el desmoronamiento de nuestra civilización como la conocemos. ¿Cuándo y cómo será el punto final? ¿Qué surgirá de las ruinas de este mundo? Queden ahí las interrogantes.

Twitter: @Artgonzaga

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Escrito en: Urbe y orbe orden, imperios, sistema, civilización

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