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¿Hacia la trampa de Tucídides? Parte II

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ARTURO GONZÁLEZ

La entrega pasada revisamos algunos de los casos de rivalidades que terminaron en conflicto, y los que pudieron librar la trampa de Tucídides. Repasemos ahora lo que ocurre con EUA y China, motivo de preocupación entre cada vez más académicos y periodistas. Partamos de realidades conocidas por todos. La gran potencia ganadora de la II Guerra Mundial y la Guerra Fría fue EUA, quien construyó a partir de 1945 un orden internacional basado en instituciones de gobernanza mundial ligadas a sus intereses geopolíticos. En ese proceso de más de 70 años, hay un parteaguas: finales de los 70 y principios de los 80. En esos años de crisis internacional por el alza en los precios del petróleo y otras causas, ocurren dos cosas: en Occidente, la instauración de las políticas neoliberales impulsadas por Washington y Londres para combatir la baja en la tasa de beneficio de los países desarrollados y frenar la emergencia del bloque de países no alineados; y en Oriente, el inicio de las reformas económicas y de apertura comercial de la China comunista. En ambos casos, la caída de bloque europeo socialista a fines de los 80 y principios de los 90, y el inicio de una nueva era de globalización del capital, impulsaron aún más las medidas iniciadas una década atrás.

Los resultados de ambas decisiones están hoy a la vista de todos: mientras en Occidente el Estado ha disminuido sus capacidades de bienestar social, la desigualdad ha aumentado y la concentración de riqueza se ha disparado, en Oriente, China ha superado a todos sus competidores asiáticos en desarrollo industrial y tecnológico y ha vuelto a poner el eje de la economía en el mismo punto en el que estaba hasta antes de que la Revolución Industrial y capitalista desarrollada en Inglaterra hiciera del Atlántico Norte el centro de la economía mundial. China está a unos cuantos años de rebasar a EUA en Producto Interno Bruto (PIB) nominal, pero ya lo rebasó en PIB por paridad de poder adquisitivo. Es decir, a valores equiparables, China ya es la primera potencia económica del orbe, además de ser el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo, la primera potencia industrial manufacturera y está muy cerca de convertirse en la primera potencia tecnológica. Ni la URSS llegó a representar el nivel de competencia que representa hoy China para EUA. Tal vez sólo en dos aspectos Pekín está aún lejos de superar a Washington: el poder militar y el poder financiero. No son poca cosa.

No obstante, bajo el gobierno de Xi Jinping, China ha comenzado a dar grandes pasos hacia el aumento de su influencia y liderazgo en varias regiones del mundo, empezando por Asia Oriental e, incluyendo, a América Latina, región históricamente subordinada a los intereses de Washington. Pekín está desplegando todas sus capacidades económicas y diplomáticas para vincular a toda Asia y buena parte de África, Europa y Sudamérica a su economía. Y lo hace aprovechando los vacíos que está dejando EUA desde el fracaso del proyecto geopolítico de George W. Bush, "Un nuevo siglo americano", y el repliegue que ha emprendido Donald Trump con el desmantelamiento de los órganos de gobernanza mundial y la sacudida al orden global, los cuales, a su parecer, están dando más beneficios a otros países, como China, que al propio EUA. Para los estudiosos de la teoría del sistema-mundo, como Giovanni Arrighi e Immanuel Wallerstein, lo que observamos en las últimas cuatro décadas no es otra cosa que la evolución de la crisis de la hegemonía estadounidense y, muy probablemente, del capitalismo liberal promovido por Europa Occidental y Norteamérica. El desafío de China no sólo tiene que ver con el liderazgo mundial en todos los renglones económicos, sino también con un nuevo modelo de desarrollo basado en un capitalismo de Estado dentro de una sociedad no liberal con un gobierno autocrático.

Pero el repliegue estadounidense ha abierto la puerta a otros jugadores, incluso a algunos que se creían derrotados. Sin gozar de una economía tan grande como la soviética, la Rusia de Putin ha logrado recuperar terreno e influencia en el mundo, al grado de posicionarse como la principal potencia de equilibrio en Oriente Medio, con crecientes intereses y despliegues en Europa, África y América Latina, y un ejército que es el segundo más poderoso del mundo. Por su parte, la UE, a pesar del debilitamiento que implica la salida de RU, es una potencia económica indiscutible, aunque tiene mucho camino por recorrer en cuanto a cohesión política y militar y desarrollo tecnológico. Si nos enfocamos en protagonismos, estas son las cuatro grandes potencias de nuestro tiempo: EUA, la UE, China y Rusia. Entre las dos primeras, las viejas alianzas se tambalean; entre las otras dos, la simbiosis de intereses cada día es más fuerte. ¿Significa esto que avanzamos inexorablemente hacia la trampa de Tucídides? No necesariamente, pero posiblemente.

A pesar de la guerra arancelaria declarada por EUA contra China, más por motivos tecnológicos que comerciales, las economías de ambos países siguen estando muy conectadas. EUA depende de China no sólo por las manufacturas y algunas materias primas sino también por el financiamiento de su deuda y de su capacidad de consumo. De igual forma, China depende del mercado norteamericano para colocar sus productos además de la compra de cierta tecnología. Esta conexión hace improbable, para algunos, una guerra directa entre ambas potencias, a lo que se suma la ventaja militar que aún tiene EUA. Pero el desafío al liderazgo estadounidense existe, además de que no se puede soslayar un elemento básico de la hipótesis de Tucídides: no fue sólo el crecimiento de Atenas lo que desencadenó la guerra, también el temor que generó este hecho en Esparta. Es decir, que haya o no una guerra abierta entre EUA y China depende también de la forma en que digiera y gestione la potencia declinante su nueva realidad, no sólo de lo que haga la potencia emergente. Y, al menos con Trump, no está siendo de la mejor manera. Pero tampoco se puede descartar que se den enfrentamientos indirectos o derivados de los cambios hegemónicos, como ocurrió en los cuatro casos en los que se evitó la guerra abierta. Hay que estar atentos a las señales. El riesgo por errores de cálculo aumenta en escenarios volátiles de alta rivalidad y competencia.

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Escrito en: Urbe y orbe China, potencia, guerra, intereses

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