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LETRAS DURANGUEÑAS

Una noche en el campo

Una noche en el campo

Una noche en el campo

ANDRÉS ESTRADA REYES

Muy de mañana iniciaron el retorno a Las cañas, aunque el camino era cuesta abajo las mulas iban bien cargadas. La noche de ese jueves dormirán en el campo; ya conocen la rutina, hacen lo que tienen que hacer. Pero esa noche sería diferente, José Santos le pide al profe que les comparta una buena historia.

No conozco historias de fantasmas, aparecidos o tesoros escondidos. ¿Qué podría contarles?

Cuéntenos una anécdota de su vida, algo que a usté le sucedió.

Ah, ya recordé una anécdota de cuando yo era niño, tendría unos once años cuando la quietud del estrecho callejón del cerro se interrumpía con la estrepitosa carrera de un par de equinos, que pegados a un chasis corrían como verdaderos demonios; para colmo de males aquella callecita termina en un cerco de piedra, de casi metro y medio de alto. Justo antes de estrellarse sucedió el milagro: el carro se detiene, la tragedia se evita, las mulas quedan en el arroyo del callejón cansadas y sudorosas, se detienen antes de chocar en el cerco.

Agitado y a punto de soltar el llanto llega Nicho, venía corriendo tras el veloz carro. Profiriendo una retahíla de maldiciones, me dice:

¡Imagínese la friega que me hubiera puesto mi apá! Gracias. No dijo más, continuó con las agresiones a las mulas mientras revisaba los posibles daños.

Serían la cuatro de la tarde, había terminado de llover, mi primo Mateo, mi hermano Jesús y yo jugamos divertidos entre los charcos. La vegetación de verano embellece el callejón, destacándose unas frondosas maravillas, nopales y huizaches. El juego se interrumpe cuando Mateo dice:

Oigan, el Comino y el Ñango salieron ladrando de la casa y las mulas de Nicho se asustaron… No terminaba la frase cuando el chasis ya se encontraba a un lado nuestro, no lo pienso y pego el brinco, con tan buena suerte que caigo en medio del carrito de mulas; rápido tomo las riendas y piso a fondo el freno. Las llantas se arrastran y levantan buena polvareda; el chasis todavía recorre varios metros, hasta que las mulas y vehículo quedan quietos en la bocacalle.

Recuerdo que Nicho tendría quince años, pero utilizaba unas enormes palas para cargar arena. Ya casi terminaba de descargar el chasis cuando los perros salieron corriendo y ladrando, con tan mala fortuna que al asustarse las mulas, Nicho salió disparado. Todavía no alcanzo a comprender como me atreví a saltar al vehículo, tomar las riendas y presionar con fuerza el pedal de los frenos.

Los pinceles de la narrativa se desplazan suavemente por el lienzo de la vida, rescatando verdaderos cromos de realidad y fantasía.

Esa noche transcurre sin novedad, de vez en cuando atizan la lumbre para ahuyentar las fieras que merodean el campamento.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS mulas, chasis, noche, Nicho

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