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El viajero está en una taberna de Segovia. Desde su mesa mira el acueducto que los romanos construyeron. Por sus arcos han pasado los siglos igual que pasa el viento. Los recios bloques pétreos parecen contener la eternidad.

El viajero tiene una amable compañera: ha pedido una botella de buen vino. El vino es en la copa la sangre de la tierra y en el cáliz la sangre de Nuestro Señor. Bebe a pequeños sorbos el viajero, y se le va revelando poco a poco la sabia geometría de la obra romana.

Acometen al bebedor insanas tentaciones de filosofía. Se hace preguntas a sí mismo y descubre que no tiene las respuestas. Las busca en una tercera copa y no las halla. ¿La vida es tan duradera como las piedras de que está hecho el acueducto o tan efímera como el vino que se le está acabando?

Quién lo sabe. En todo caso el viajero cierra las manos para que no se le escape este momento hecho a la vez con la roca de la fábrica romana y con la mágica levedad del vino. Eso es la vida, piensa: tiene la eternidad de lo que queda y la fragilidad de lo que se va.

Frente a él está el acueducto, y está también la última copa.

¡Hasta mañana!...

Escrito en: Mirador viajero, tiene, vino., vino

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