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De Política y Cosas Peores

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ARMANDO CAMORRA

ARMANDO CAMORRA

Estaba tendida en el lecho, hermosamente desnuda, seductora e incitante, en actitud parecida a la de la Maja Desnuda de Goya, las manos entrelazadas atrás de la nuca, las piernas ligeramente abiertas, en los ojos una mirada invitadora, en los labios una sonrisa de provocación. Al ver así a su novia en la noche de bodas el recién casado se azaró. Diré por qué. La desposada, de nombre Ciria, se había mostrado siempre como una joven piadosa, inclinada a devociones religiosas, observante de los ritos de su fe. Vestía con modestia, jamás usaba términos vulgares, se persignaba al pasar frente a algún templo; antes de tomar los alimentos, aunque fuera en restorán, hacía una acción de gracias. Por eso fue sorpresa para su flamante marido encontrarla al salir del baño en esa postura voluptuosa, lúbrica, lasciva. Le dijo con asombro: "¡Pero Ciria! ¡Yo esperaba encontrarte de rodillas!". "Ah no -rechazó ella-. En esa posición siempre me duele la cabeza". El doctor Ken Hosanna le informó a su paciente: "Tiene usted la enfermedad de Henson". "¡Dios mío! -se angustió el infeliz-. ¿En qué consiste esa enfermedad?". "No lo sé exactamente -respondió el facultativo-. Éste es el primer caso que se me presenta, señor Henson". Dulciflor le dio una gran noticia a su galán: "Estoy embarazada". "¿Cómo es posible? -se consternó el mozalbete-. ¡Me decías que tomabas precauciones!". "Y las tomaba -aseguró la chica-. Antes de fornicar siempre tocaba madera". Nalgarina pidió un préstamo en el banco. Le preguntó el gerente: "¿Tiene alguna garantía para respaldar el crédito?". "Tengo dos" -contestó ella. Quiso saber el banquero: "¿Cuáles son?". Le informó Nalgarina: "Estoy sentada arriba de ellas". Don Poseidón criaba gallinas en su granja. Un vendedor le sugirió: "Si instala usted en el gallinero un sistema de aire acondicionado sus gallinas pondrán más". Hizo eso el granjero y, en efecto, aumentó la producción de huevo. Le dijo el vendedor: "¿Por qué no instala también aire acondicionado en su casa?". Replicó don Poseidón: "Mi esposa no pone". Don Soreco era duro de oído. Cierto día iba por la calle y vio un tumulto. "¿Qué sucede?" -le preguntó a uno que estaba cerca. Le indicó el hombre: "Es una riña. Una disputa". Comentó don Soreco: "Entonces ya no es tan niña". En la pequeña isla de Leiff el viejo encargado del faro vivía en absoluta soledad con su joven y hermosa mujer. Cierto día llegó un muchacho a ayudarlo en su trabajo. "Tomaremos turnos para operar el faro -le dijo el recién llegado al viejo-. Sólo un favor quiero pedirle: cuando yo esté arriba absténgase de follar con su esposa en la playa. Yo no tengo mujer, y el hecho de que usted disfrute de la suya ante mis ojos constituiría un reprobable acto de crueldad mental". El viejo farero le prometió no hacer eso. Una tarde, sin embargo, el muchacho le gritó desde arriba del faro. "¡Hey! ¡Me dijo usted que no follaría en la playa con su mujer, y lo está haciendo!". "No hay tal -le contestó el farero-. Estamos solamente conversando uno al lado del otro". Replicó el joven: "Pues desde acá arriba se ve claramente como si estuvieran follando". Al día siguiente le correspondió al viejo subir a lo alto del faro. Asomó hacia afuera y cuál no sería su sorpresa al ver a su esposa y al joven asistente haciendo el amor en la playa: "¡Hey! -les gritó hecho una furia-. ¡No estén follando!". "No lo estamos haciendo -replicó el muchacho-. Estamos solamente conversando uno al lado del otro". "¡Vaya! -dijo el farero para sí-. Pues es cierto: desde acá arriba se ve claramente como si estuvieran follando". FIN.

Escrito en: De Política y Cosas Peores arriba, usted, esposa, viejo

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