Kiosko

LETRAS DURANGUEÑAS

Te irás y en tus libros volverás

Te irás y en tus libros volverás

Te irás y en tus libros volverás

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

¿Ya encontraron a Nellie Campobello?, me dijo el maestro José Emilio Pacheco tras unos minutos de plática. Nada se sabía entonces del paradero de nuestra paisana, la notable mujer de letras, como lo había subrayado él, alerta y generoso, en la influyente revista Proceso. Terminaba su participación en el Congreso Internacional Los Contemporáneos organizado por El Colegio de México en marzo de 1992. Siempre cordial, recogía de la mesa sus escritos para retirarse. Habla al Colegio Nacional, contestaba a mi invitación para que viniera a Durango. La alegre sencillez en persona. Un profesor espléndidamente amigable.

Y antes, semana a semana, más allá o más acá de sus obras, los Inventarios como oráculos imprescindibles, esas colaboraciones que eran una pléyade de personajes, títulos, espacios históricos y tiempos literarios (yo fotocopiaba artículos y artículos y los guardaba con esmero, tesoro de papel, asidero para la clase o la charla). Un placer tejido de reflexiones, recuerdos, alta composición estética. Una espléndida suma intelectual, como aquel texto dedicado a Marcel Schwob y sus Vidas Imaginarias. Poeta de lo cotidiano y lo efímero con su propia filosofía como telón de fondo, llevaba siempre las manos con regalos para todos: la línea recién traducida de T. S. Eliot o de Tennessee Williams, la ocurrencia festiva, la preocupación social. Sus relatos ampliaban nuestra mirada existencial.

Ahora que se ha ido -muerte de domingo, inesperada e hiriente, luminosidad apagándose al caer lentamente-, uno echará de menos su infatigable labor para tratar de entender mejor la realidad escondida las cosas, la sinceridad con la que fue dicha la maravilla y la miseria, la aventura de vivir y el colectivo dolor que nos lacera. Puentes de palabras, sus novelas, poemas y ensayos retrataron Las batallas en el desierto, El principio del placer, Irás y no volverás, El reposo del fuego, Islas a la deriva, El silencio de la luna, Los trabajos del mar…La prensa ya ha dado cuenta en estos días de duelo de su largo itinerario cultural. Permanecen las experiencias de cada lector, únicas y por ello excepcionales. Ojalá que más pronto que tarde se vuelva a publicar su lograda antología de poesía mexicana del siglo XIX. Cada quien su autor.

Lo volví a saludar en Colombia varios años después. Lo encontré, extrañamente solo, él que sin pausa se rodeaba de la admiración y el cariño de todos, recargado en un cubo de adorno. Se disfrutaba el receso de la serie de conferencias. Voy al salón, lo acompaño maestro, qué amable. Me dio el brazo y con la otra mano tomó su bastón. Mira, me dijo, y me regaló una cachucha de Radio Caracol, seguramente de alguna entrevista que le habían hecho durante la mañana. Caminamos hacia la escalera tapizada de azul que bajaba hacia el Centro de Convenciones de Cartagena. Estoy gordísimo. Respiraba con esfuerzos. Bajamos algunos escalones y nos sentamos a descansar, cercados en ese momento por un buen número de butacas vacías. Yo suponía que retomaríamos pronto el camino, pero me empezó a platicar cómo se había recibido Cien años de soledad en México, sería muy bueno rememorarlo por escrito, cavilaba, (en el 2007 se celebraban los ochenta años de Gabriel García Márquez en el magnífico marco del IV Congreso Internacional de la Lengua Española). De pronto, desde abajo, la novelista Ángeles Mastretta descubrió feliz a José Emilio Pacheco. Vino hacia su amigo y se sentó con nosotros. Unos segundos después llegaron, también contentos, los historiadores Héctor Aguilar Camín, esposo de la escritora, y Javier Garciadiego, director del Colegio de México, quien por cierto me preguntó que dónde había conseguido un libro acerca de los ensayos cervantinos de Borges, que entre salía de mis libros y programas generales del evento. Luego de unos minutos se fueron, cuando ya se había incorporado parte del grupo de durangueños que había hecho el viaje. Tomaban fotografías y conversaban brevemente.

Al final queda de un hombre lo que nos hace pensar su nombre, señalaba Paul Valery. Y el de José Emilio Pacheco nos remite a esa imprescindible brújula del quehacer artístico mexicano en el último medio siglo. Como muy pocos, fue un extraordinario ejemplo de cómo debe ser un verdadero intelectual comprometido con sus ideas y su lenguaje: formado en los clásicos, atento a las aportaciones modernas en múltiples campos, imaginativo y crítico de buena fe. No va a ser nada fácil llenar el hueco que deja su lamentable partida. Nos consuela el legado de la magistral hechura de sus páginas, dispuestas a la lectura generacional, sensible e inteligente. Se irá…pero volverá cada vez que repasemos las hojas renacidas de sus libros.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Colegio, José, Emilio, hacia

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas