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A quien honor merece

Adela Celorio

Recién he regresado de Tijuana donde diferentes actividades, todas muy gratas, me mantuvieron por algunos días alejada de esta capital, y por lo tanto de mi casa y mi correo electrónico que es cada vez más, el territorio neutral desde donde me encuentro, siempre mediante la buena palabra, con amigos y enemigos. Como en botica, de todo hubo en el viaje. Lo mejor fue la oportunidad de reactivar, al calor de las magníficas langostas con frijoles refritos y megatortillas de harina a la manera de Puerto Nuevo, amistades desactivadas por el tiempo y la distancia. Lo mejor fue el reencuentro con amigos exquisitos a quienes los vientos de la vida depositaron en aquella maldecida frontera. Y digo mal-decida, porque en los últimos tiempos, la delincuencia, el narco, el miedo, casi todo se ha dado para mal-decir de aquellas tierras fronterizas; mientras que nada se bien-dice de la gran parte de la sociedad tijuanense que con respeto y fe en nuestro país, gana su pan honradamente, se afana en afianzar en sus hijos la identidad mexicana tan desdibujada por vecindad con los Estados Unidos, y en construir día con día un futuro más prometedor que este conflictivo presente que los obliga enfrentar con entereza la inseguridad y el desprestigio que han generado para la región, una sucesión de gobernantes nefastos. Mientras se nos informa con puntualidad sobre las brutalidades cada vez más desafiantes del crimen organizado, nada sabemos en el resto del país de esa parte saludable de la sociedad que aun en tan difíciles circunstancias mantiene vivo y pleno de energía el magnífico Centro Cultural, ni del Libro-Club que con seis sucursales y un ambicioso programa expansionista promueve la lectura y la cultura en esa zona. Nada, o casi nada se publicita sobre los ruso-mexicanos que poblaron El Valle de Guadalupe y que hoy luchan por sacar adelante la industria vitivinícola de la región. Y así fue como reconciliándome con aquella frontera tan mentada se me pasó la semana, y cuando vengo a enterarme, ya no estoy a tiempo de preparar viaje a Torreón y acompañar este 25 de octubre a la señora Olga de Juambelz y Horcasitas, en la ceremonia en la que por su notable trayectoria se le otorgará la Medalla al Mérito Empresarial y Periodístico. La señora Olga, a quien conocí siendo una esbelta y bellísima mujer que miraba el mundo desde unos ojos verdes navegables como mares, estaba por entonces felizmente casada, tenía una hermosa familia y abundaba en dones por los que con el tiempo la vida habría de pasarle la cuenta. Un golpe de timón, y la situación sociopolítica de nuestro país sufrió nuevos y dolorosos reveses que habrían de obligar a nuestra hoy homenajeada periodista a salir de la nube rosa en que habitaba, para sacar la casta que ya le venía del galgo. Pasando el tiempo, con el bien ganado prestigio de su padre, Olga heredó también la enorme responsabilidad social que implica el periodismo comprometido que don Antonio de Juambelz practicó durante muchos años al frente de El Siglo de Torreón, al que hoy, siempre innovadora y creativa, Olga mantiene a la vanguardia. Ante la noticia del homenaje, aparece entre las brumas de mi memoria la foto de cuando todavía desde la nube rosa y poseída por el espíritu de Isadora Duncan, una noche mágica en el Pireo de la magnifica Atenas, Olga embrujó a todos los presentes con su danza. Tantos años, tantos recuerdos. Cuánto me hubiera gustado estar a tiempo para yo también, rendir honor a esa señora del periodismo que es doña Olga de Juambelz y Horcasitas, de quien tengo la suerte de ser vieja amiga y a quien abrazo desde aquí con la admiración y cariño que ella sabe le guardo. [email protected]

Escrito en: Olga, tiempo, quien, Juambelz

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