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Rápidos

Miguel Ángel Granados Chapa

De pronto, la corriente de la historia adquirió inusitada velocidad, entró en rápidos como dice Juan José Bremer al describir fenómenos de cambio político, económico y social que ha visto de cerca y que ha estudiado a profundidad, en parte para servir a sus funciones diplomáticas y en parte para ceder ante la vena intelectual que no había dejado hasta ahora prosperar. La idea del apresuramiento del ritmo histórico, su metáfora fluvial lo hubiera llevado a titular Rápidos el libro que prefirió denominar El fin de la guerra fría y el salvaje mundo nuevo.

Una deplorable combinación de torpezas y mezquindades frenaron en 1982 la todavía joven carrera político-administrativa del joven abogado que tuvo que renunciar a la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes. Pero como nunca hay daño insalvable y completo, el que se le haya confiado como salida airosa la embajada en Estocolmo lo puso en contacto con la diplomacia. Si bien todavía retornó a sus actividades públicas (incluido un trienio como diputado federal), volvió al servicio exterior en 1988 e hizo allí, desde el principio, una carrera brillante. Sus dotes personales, y la fortuna, le permitieron dar testimonio de acontecimientos trascendentales que ha recogido en un sólido libro que ha empezado a circular.

Se trata de un conjunto de ensayos abordados desde los miradores de la política, la historia, la cultura, que son los corredores donde Bremer ha hecho su andadura. No es una memoria diplomática, el relato de cómo se tejieron las relaciones mexicanas con los gobiernos ante los cuales representó al nuestro. Es un análisis que mucho tiene de periodístico, y al mismo tiempo puede ser leído por los académicos como si lo hubiera producido uno de los suyos. El componente personal, que ocupa un lugar discreto --apenas unas breves pinceladas aquí y allá--, adquiere por momentos, sin embargo, la relevancia que otorga el testimonio directo:

"El 11 de septiembre de 2001 salí temprano de nuestra residencia en Washington, rumbo al Departamento de Estado-. Tenía concertada una entrevista con Paola J. Dobriansky, subsecretaria de Estado para asuntos globales, a fin de tratar uno de los temas atorados de nuestra agenda bilateral: las barreras no comerciales interpuestas a nuestras exportaciones de atún".

Al subir a su automóvil, Bremer fue enterado de que "un avión se había estrellado en una de las Torres Gemelas de Nueva York y a lo largo del camino las noticias aclararon que se trataba de un asunto de gran envergadura.". En llegando a su destino, se percató de la gran tensión que imperaba en la cancillería norteamericana. "Al entrar al despacho de la subsecretaria Dobrianky, CNN estaba transmitiendo la impresionante secuencia del impacto de la segunda aeronave en el edificio contiguo. La tragedia comenzaba ya a adquirir su terrible dimensión.

"Comentábamos con estupor los sucesos y nos disponíamos a diferir nuestro encuentro, cuando el Departamento de Estado se cimbró por una explosión cercana. La oficina de Paula estaba situada en el cuarto piso, el más elevado y desde su ventana vimos surgir, de inmediato, una impresionante columna de humo. Ella me dijo asombrada: 'Es el Pentágono'. El hecho de que el centro del poder militar del país hubiera sido impactado daba a los sucesos una dimensión enteramente distinta. Buscábamos en las noticias una explicación, cuando por altavoces se nos ordenó evacuar inmediatamente el lugar".

La erudita y sin embargo amena obra de Bremer está dividida en cinco capítulos. Los cuatro primeros se llaman estaciones y se refieren al colapso de la Unión Soviética (vivido por el embajador mexicano desde su llegada a Moscú en mayo de 1988 hasta que se despidió de Gorbachov y el canciller Shervardnatze dos años y ocho meses después); la reunificación alemana (vista desde Bonn y Berlín, durante los siete años y medio, de 1990 a 1998 en que sirvió en las capitales germanas); la estación Europa (examinada desde Madrid durante los años de 1998 a 2000); y la estación Atlántica (vivida por Bremer desde las capitales de Estados Unidos y la Gran Bretaña, de 2000 a 2004, y de entonces hasta el día de hoy). El último capítulo, "El salvaje mundo nuevo' recapitula el significado de la evolución descrita y analizada en las páginas precedentes y es al mismo tiempo una invitación a vivir el futuro, en espacios que como la palabra salvaje lo indica son, al mismo tiempo, reducto de la violencia instintiva pero también campos sin roturar.

Bremer escribió su libro en distintos momentos. La estructura básica de la estación Moscú, la primera y la más extensa, fue preparada mientras ocurrían los acontecimientos pero quedó en reposo durante algunos años, pero cuando resolvió integrar a esa porción las restantes estaciones y la reflexión final, asumió "los riesgos que implica contar la historia en movimiento". El autor salió bien librado del riesgo, porque examinó la hondura de los temas abordados y se mantuvo lejos de las puras anécdotas. Es un libro de investigación y un testimonio:

"Por azares de la vida, he tenido todo lo que aquí se narra 'delante de mis ojos'. Abordo un tema de descomunales proporciones, una mar demasiado ancha, con la sola autoridad que me confiere ser testigo de los hechos; lo hago también en reconocimiento a todos quienes hicieron posible que estuviera presente en el momento oportuno, en el interior del taller, en medio del ruido de las máquinas y de los grandes chispazos, cuando la historia forja", concluye.

Por vacaciones del autor esta columna se reanudará el dos de enero de 2007.

Escrito en: Bremer, libro, estación, historia

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