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Sobre el duelo y la luz

Sac

En ‘El arte de vivir mucho’, Lessius escribe: ‘Los sueños de los biliosos son sobre fuegos, incendios, guerras, muertes; los de los melancólicos, de entierros, sepulcros, huidas, fosas, de cosas siempre tristes; los de los pituitosos, de lagos, ríos, inundaciones, naufragios; las de los sanguíneos, de vuelos de pájaros, de carreras, festines, conciertos y cosas que no se osa nombrar’. 


Lessius resume así la creencia de que los sueños se originan bajo la influencia de los cuatro elementos y los cuatro temperamentos. Yo, melancólica de signo, sueño, en efecto, siempre cosas tristes. Y a esos sueños, cuando el duelo por tu muerte era aún como un recién nacido al que no puedes dejar de mirar, se le sumaban tus ojos tristes, las escenas reales de un hospital, las imaginarias en un automóvil. Chamarras de invierno, llamadas telefónicas, un mensaje de WhatsApp.


Una visita sin cruzar la puerta.


***

Tonight, I'm gonna dance / for all that we've been through

Tonight I’m gonna dance / like you were in this room


***

El duelo es subjetivo e inestable. Para Francisco Goldman podía ser un sándwich de pastrami recordado en una entrevista. Fue también la locura que llevó a un libro hermoso. Para Joan Didion fue la necesidad de respuestas. Respuestas clínicas, psicológicas, arrancadas con crudeza. Para otra de mis escritoras favoritas fue un bloqueo traumático. Para mí también. 


El duelo se aloja en el estómago. En el pecho. Sobre los párpados, obligándote a llorar cuando no debes, impidiéndolo cuando es necesario. Se parece a un ataque de pánico, pero ahí lo que más se teme es real, ha ocurrido, no se puede dar marcha atrás. 


***


El primer día que siento que puedo respirar es irónico. Ocurre en Madrid, en el segundo aniversario de tu muerte. Estoy sola otra vez. Paso el día leyendo ‘Las veces’ de Esperanza López Parada. Meses después, leeré ‘La ridícula idea de no volver a verte’, de Rosa Montero, que compara al verdadero dolor con la locura, con el ‘terror a estar enloqueciendo’. Entiendo que en ese momento aún no puedo escribir ni hablar de ti ni pronunciar tu nombre porque sigo ‘enterrada bajo esas pedregosas toneladas de pena’ de las que habla Montero.


El duelo es escapar de esas piedras, sobrevivir al alud.


En terapia, me resisto al cierre, a la despedida. Sentiré como vuelvo a romperme ante la idea de perderte otra vez. (Qué ridícula es la idea de posesión ante la desesperanza). ‘Acarreamos a nuestros muertos subidos a nuestra espalda’, escribe Montero, ‘somos relicarios de nuestra gente querida. Los llevamos dentro, somos su memoria. Y no queremos olvidar [...] porque ésa es la derrota final frente a nuestra gran enemiga, frente a esa asquerosa muerte que es la destructora de las dulzuras’. Un día, hace casi un año, al fin lo hago. Y entenderé que el cierre es limpiar y dejar sanar una herida. Que la memoria se activa al pasar los dedos por la cicatriz, ya sin dolor. Porque al final, como dice Rosa Montero, uno no se recupera nunca. Uno se reinventa. 


Un día, en un autobús, escucho HolyGround de Taylor Swift y pienso en ti. Pienso en tu casa. Mi piñata de Cenicienta. El primer día de clases en primaria. Me sorprendo con una sonrisa.


***


And right there where we stood

Was holy ground


***

‘El arte es una herida hecha luz’, decía Georges Braque, lo cita también Rosa Montero.


No sé cuándo pararon los sueños, cuando dieron paso a los destellos de medianoche.


No sé cuándo lograré escribir el texto que de verdad mereces (lo digo en cada columna porque es mi forma de pedirte perdón). Nunca te lo dije, porque era tu amiga maniática y tu mi guardián apacible, pero siempre me gustó que fueras exactamente cuatro meses y siete días mayor que yo. Ahora, estoy a cuatro meses y ocho días de cumplir veintinueve años y deshecho una columna casi terminada para iniciar ésta.


Sé que tu luz existiría incluso si yo no siguiera escribiendo sobre ti, pero la mía no. 


Así que aquí estamos.


Escrito en: duelo, Para, cuatro, nuestra

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