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LETRAS DURANGUEÑAS

Visiones de Durango

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ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Durango es fundamentalmente visual. Junto al mundo de los sabores, de cierta moderación y sin tanto contraste como en el sur del país, o su música tradicional con reminiscencias y ecos del corrido, sus espléndidas imágenes forman una galería de verdadero privilegio. Enmarcados entre el austero semidesierto y los verdes vigorosos de su sierra, sus paisajes y arquitecturas más emblemáticas seducen siempre la mirada. La sensibilidad para ver –y a veces descubrir- nuestros lugares más memorables propician ese momento, que luego por fortuna se prolonga, en donde se enlaza el sentimiento de pertenencia, de muy hondas raíces, con los esperanzados horizontes del porvenir. Voluntad de ser y permanecer en el tiempo.

Fotógrafo de prensa, cuyos largos recorridos por el territorio durangueño han contribuido a forjar su experiencia profesional, Luis Eduardo Meraz Mejorado, quien ahora nos presenta su libro Bajo el cielo de Durango, ha recibido igualmente las lecciones de José Antonio Meraz Mejorado, sin dejar de lado otras valiosas admiraciones: Fernando Gaytán Serrano, Jesús Alvarado Haro, Juan Nava Stenner.

Abrir las páginas de esta obra es reencontrase con estampas por demás entrañables. Es un regreso al pasado a través de algunas muestras históricas como las ruinas de la antigua fundición de La ferrería o los admirables recintos que guardan la fe de sus pobladores: la Catedral, los templos de Analco, San Agustín y, sin agotar la lista, el Santuario de Guadalupe. Destacan también los diferentes ángulos que nos acercan al Edificio Central de la Universidad Juárez, que siglos atrás albergara las enseñanzas de los jesuitas. Y al girar la cámara, nuestro autor recupera asimismo lo mejor de la construcción civil de la ciudad: los palacios de Zambrano y Escárcega, recientemente convertidos en atractivos museos, el teatro Ricardo Castro, la casa particular de estilo afrancesado que perteneciera al ilustre Lic. Francisco Gómez Palacio –y que significativamente la voz popular sigue llamado “El aguacate”-, el actual asiento de Bancomer, que tantas añoranzas despierta al recordar aquel majestuoso Banco de Durango, para llegar a la que sin duda es, en este sentido, la joya de la corona: la fachada barroca de la Casa del Conde del Valle de Súchil (desde hace algunos años residencia de Banamex), según los especialistas el edificio más hermoso en su categoría de todo el norte de México. Se nos viene entonces a la memoria aquella ilustrativa frase de Francisco de la Maza, quien en sus Notas de arte con razón apuntaba: “Una visión general de la ciudad de Durango nos convence inmediatamente de que estamos en presencia y vivencia de los siglos XVIII y XIX”.

Al seguir en las mismas cercanías, doblando esquinas y hojas de la obra que nos ocupa, nos detenemos ante un Durango restaurado –ampliación estética redimensionada en fechas cercanas a las celebraciones de los 450 años de la fundación de la ciudad-, una multiplicación, digo, de la magnífica belleza recobrada. Aparece La Plaza Fundadores, la calle Constitución –de día y de noche-, el puente de Analco, el Paseo de Las Alamedas – maravillosa pintura de sucesión de primaveras y otoños, lugar del amor y la inspiración de los poetas-, el túnel del nuevo Museo de minería, para continuar unos pasos más allá y observar la anterior Estación del tren, el llamado Puente del Baluartito o el deslumbrante ex Internado Juana Villalobos, con su afortunada conjunción de geometrías de cantera y sus entornos de jardines extendidos. Cercados por los emblemáticos cerros de Los Remedios y de Mercado, encontramos fuentes, pequeños lagos de aguas diáfanas, parques y rincones que se añaden al cultivo espiritual de los vecinos.

De la misma forma, no han escapado a la lente sitios más lejanos como La velaria de las instalaciones la feria, los sets cinematográficos de Chupaderos, la presa Peña de Águila, el Espinazo del Diablo, las cascadas serranas. Vistas panorámicas, nocturnas, de amaneceres, de nevadas que regresan de vez en vez, incluso con cierta puntualidad.

Testimonio del hacer infatigable sus habitantes, de su casa tan llena de regalos naturales, Bajo el cielo de Durango es así, simultáneamente, la nostalgia común de todos nosotros y la certidumbre del valor histórico, cultural y artístico del patrimonial que hemos heredado y transformado con esfuerzo y creatividad. El libro de Luis Eduardo Meraz Mejorado deja constancia, con los saberes de su oficio, de las formas y los colores que nos acompañan en este cruce de milenios. Tenemos a la mano una inmejorable carta de orientación para el siglo XXI (prólogo al libro del título y de la autoría de referencia, de cuyos contenidos ilustra esta página una muestra. La obra será publicada en fecha próxima).

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Durango, libro, Meraz, obra

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