Durango

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Catón

Un gran vicio tenía este señor, llamado Karret A. Deséisez: el dominó. Tal juego era su pasión. Cuando ante sí tenía las fichas negras y blancas de todo se olvidaba; quedábase abstraído en las inextricables combinaciones de los números, y ya no tenía otro propósito en la vida más que vencer a sus rivales, ganar, ganar, ganar. De turbio en turbio se pasaba los días jugando al dominó; de claro en claro la vigilia de las noches. Sufría por eso graves males: su esposa le reclamaba con áspera acrimonia su afición. Por el dominó, le decía, se olvidaba de la familia, y las cosas de su trabajo andaban siempre desordenadas, sin concierto. Pues bien: sucedió un día que al salir de la oficina, cuando se dirigía a su automóvil, una atractiva morena se cruzó en el camino de Karret. ¿Cuál humano camino, me pregunto, está al amparo de esos cruces? Clavó la sibilina mirada esa mujer en el señor Deséisez y lo dejó rendido, preso en la red de su sinuosa voluntad. Karret, como hechizado, fue tras ella; con temblores de miedo y ansia erótica se atrevió a hablarle con palabras tímidas. ¡Oh, ventura! Ella no rechazó sus solicitaciones, antes bien respondió con una sonrisa que encendió más el deseo de Carret. ¡Ah! ¡Cuántas veces una mirada es un abismo! ¡Cuántas veces una sonrisa es nuestra perdición! Haré corta la historia (“-Demasiado tarde”, refunfuña uno de mis cuatro lectores). Le hermosa mujer invitó a Karret a su departamento. Ahí bebieron unas copas; hablaron de cosas que convocaban a la intimidad; en la tibia penumbra de la sala bailaron al compás de piezas musicales llenas de lánguida sensualidad (“-¡Caborón! -prorrumpe el mismo lector hecho una furia-. ¿No dijiste que ibas a hacer corta la historia?”). Al final sucedió lo que tenía que suceder: ebrios de pasión se entregaron los dos a los febricitantes arrebatos del sensorial deseo. Hasta las horas de la madrugada terminó aquella erótica alianza ocasional. Agotado del cuerpo y del espíritu se dispuso Deséisez a retornar a su casa. En el camino fue asaltado por los remordimientos. ¿Cómo era posible, se dijo consternado, que hubiera él transgredido los deberes morales, las normas jurídicas y las reglas del buen trato social faltando de ese modo a la fe que en el altar juró a la compañera de su vida? No había duda: era un réprobo, un infame que no merecía ni siquiera respirar el aire común a los mortales. Hecho una ruina moral llegó a su domicilio. Su esposa lo aguardaba hecha un basilisco. “-¿Dónde estabas? -le preguntó furiosa-. ¿Por qué llegas a esta hora?”. “-Esposa mía -le contestó Karret bajando la frente, avergonzado-. No puedo mentirte. Soy el peor de los hombres, el más ruin. Déjame confesarte mi pecado. Al salir del trabajo una atractiva morena se cruzó en mi camino. Como hechizado fui tras ella. Me invitó a su departamento, tomamos unas copas, bailamos con languidez sensual y luego hicimos el amor hasta cansarnos. Perdona, te lo ruego, mi extravío”. “-¡Mientes! -bufó en paroxismo de cólera la esposa-. ¡Has de haber estado con tus amigotes jugando al dominó!”... Será difícil que algo concreto salga de la Conago, agrupación que reúne a los gobernadores, en lo que hace a una reforma fiscal. De esas juntas, en la que cada gobernador procura llevar agua a su molino, no sale otra cosa más que fotografías y vagas declaraciones sin substancia. Resignémonos: en materia fiscal seguiremos siendo regidos por parches. A lo más que podemos aspirar es a otra miscelánea... FIN.

Escrito en: tenía, Karret, invitó, mirada

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