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“La boleada es un arte”

¿Usted qué hace por Durango?

Claudio Gallardo Reyes

Durango. Caminaba por la Plaza disfrutando del sol de junio, a mi lado las palomas danzaban sin descuidar el intento frustrado de los niños por atraparlas, el paletero caminado a paso lento buscando al cliente con la esperanza de terminar todo su producto antes de que el sol se ocultara y la temperatura bajara. En el centro de la Plaza el kiosco magistral, junto a su lado el globero asechando a los niños incitándolos a tomar un globo y los padres con tirones separando a los pequeños de la tentación de aquellos objetos de múltiples colores. Pasaban las parejas, de ida y vuelta. En el número 311 sur de la Plaza se encontraba el bolero ahí sentado viendo la vida pasar, esperando a sus clientes y a todo aquel que gustara de un poco de grasa en su calzado. Al verlo sentado y tranquilo me decidí abordarlo. “Me llamo José Silvestre García, pero todos me conocen como ‘El Chivete’”. Ésas fueron sus primeras palabras y de ahí una historia escuche.

Pasado

A la edad de siete años comenzó a trabajar, inducido por un joven de 14 años acudió a una carpintería donde le labraron su primer cajón. Por no existir otro trabajo para su corta edad el bolear fue su única opción y así “El Chivete” recorría las plazas, cantinas y jardines de Durango en 1943. Con su andar ganaba los centavitos para comer y llevar sustento a la familia ya que él era huérfano de padre y su madre al ser criada de casa no podía atender a los hijos y mucho menos sustentar a la familia. Llegaba temprano en la mañana a la Plaza de Armas a bolear a las personas, con la vista siempre atenta a los inspectores municipales pues éstos no dejaban bolear en la plaza principal del estado. Con los inspectores encima “El Chivete” recurría a los jardines de San Antonio, Santa Ana y Victoria donde corría con mejor suerte, de ahí brincaba a las cantinas de una en una con calma y amabilidad. “Yo ya no dejé que mi madre trabajara, yo mero la sostenía, y mandaba a la escuela a mis hermanos para que aprendieran”, me dijo con voz fuerte mientras se acomodaba los lentes.

Matrimonio

A la edad de 14 años se casa con su primera esposa, al comenzar su matrimonio y con la llegada de los hijos la situación económica poco a poco se convertía en un problema, así que mientras los cantineros y meseros se retiraban a descansar le daban oportunidad de cubrir sus puestos debido a que era conocido por honrado. Poco a poco el ser mesero lo fue absorbiendo llegando a trabajar en los mejores restaurantes como el del Hotel Presidente (ahora Hotel Gobernador), en el Durango, Hotel Roma, Hotel Casa Blanca. Desempeñándose como mesero, cantinero y en ocasiones llegó a ser ayudante de cocina. A lo largo de su vida procreó 22 hijos, 11 mujeres y 11 hombres, “así que no me quedaba de otra más que talonearle”, entre risas me confesó, “todos saben leer y escribir y agarraron su oficio, no se quedaron burros”. Tiene hijas enfermeras, secretarias y otras trabajando en el Seguro Social, sus hijos lograron ser mecánicos eléctricos, mecánicos en suspensiones y herreros De sus hijos, sólo Antonio García Avilés continua con el oficio de su padre, para José el ser bolero es todo un orgullo, “la boleada es como un arte”, dijo con voz tranquila y profunda.

Tradición

Además de una tradición el ser bolero es una necesidad, pues el zapato boleado nunca pasará de moda, “usted ve una gente y luego luego se fija en los zapatos, más en aquel que anda de tacuchito”, en cambio Antonio siente que con el paso del tiempo la tradición de acudir a la Plaza de Armas a lustrar el calzado se ha perdido, “por ejemplo en los desfiles, las Bandas de Guerra no van boleados, lástima de uniformes que traen”. A sus 75 años de edad José no recuerda época mala en la Plaza, la ausente demanda del lustro de los zapatos se debe a que los tiempos cambian y en el mercado del calzado aparecen tenis, sandalias y calzado que no es necesario bolear. Pese a esto él sigue al pie del cañón de 7:00 de la mañana a 9:00 de la noche, nunca se cierra y ya sea que se encuentre a Antonio o “El Chivete” la boleada cuesta 15 pesos “y no pague más”, con estas palabras se despido José Silvestre García.

Escrito en: Plaza, Hotel, edad, José

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