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La palabra desierta II

Enrique Arrieta Silva

Ser jurado de un concurso de oratoria es ser juez, porque el jurado después de la apreciación de las pruebas de discurso preparado y de discurso improvisado, va a emitir una sentencia lo mismo que un juez al concluir el juicio. He sido jurado de oratoria y juez civil de segunda instancia, y conozco la gravísima responsabilidad de pronunciar un fallo inapelable.

En tratándose de concursos de oratoria los concursantes que no fueron considerados para un premio es muy probable que se estimen robados; lo mismo que quien obtiene el tercer lugar piensa que era merecedor del segundo y el que obtuvo el segundo cree que merecía el primero. Todavía más, quien no pasó a finales comenta a sus amigos que mereció pasar, pero que el jurado no le hizo justicia.

En tratándose de un juicio civil, la parte que obtiene queda satisfecha considerando que obtuvo porque le asistía el derecho y la justicia, y la parte perdidosa asegura que el juez fue injusto, ignorante o corrupto. Tanto en uno u otro casos se reciben recriminaciones fuertes, duras. Así me pasó a mí, en el Concurso Estatal de Oratoria de 1971, celebrado el jueves 24 y viernes 25 de mayo.

Para quien quiera enterarse de la pesada carga que es ser juez, recomiendo la novela de Stefan Zweig Los ojos del hermano eterno, en donde Virata, después de desempeñar por un tiempo el papel de juez, renuncia prometiendo nunca más en su vida volver a serlo, por las angustias sufridas por tratar de ser justo.

Resulta que por el año de 1971, me encontraba viviendo en la ciudad de México, estudiando el semestre de Administrativo de la especialidad de Derecho Constitucional y Administrativo de la Facultad de Derecho de la UNAM, y hallándome de vacaciones en esta ciudad, fui invitado para integrar el Jurado Calificador del Concurso Estatal de Oratoria de la UJED, de los Festejos Estudiantiles de 1971, al lado de Juventino Rodarte Solís, Jorge Contreras Casas, Rutilio Martínez y Roberto Aguilar Vera.

El concurso fue presidido por Corazón I, reina de los festejos, y por el señor rector Carlos Galindo Martínez. Corazón I había sido coronada el 23 de mayo en el Auditorio del Pueblo, con la actuación del show de Germán Funes, quien se anunciaba que traía con él a las 20 mujeres más hermosas de México; Marco Antonio Vázquez, quien era presentado como el embajador de la balada, y Lilia Prado.

El fallo del Jurado Calificador declaró desierto el primer lugar, otorgó el segundo a Carlos Ornelas Navarro de la Escuela Superior de Comercio y Administración de la UJED, quien había desarrollado el tema La democracia en América y su futuro, y el tercero a Horacio Gómez Cano, del Instituto Tecnológico de Durango, quien habló sobre Exigencias de una tecnología humanizada.

El fallo fue bien recibido por unos considerándolo como equitativo, pero otros lo rechazaron estimándolo injusto, pues daban como triunfador a Guillermo Rodríguez Gallegos, estudiante de la Escuela de Derecho de la UJED, toda vez que consideraban que había sido brillante el desarrollo de su tema La filosofía como instrumento de progreso.

Una vez quietas las aguas, el público y el jurado empezaron a abandonar el Edificio Central, tocándome a mí hacerlo casi al último por escuchar comentarios de los asistentes, la mayoría de ellos críticos pero afables, vendría lo peor. . Encontrándome ya afuera, en la acera del edificio, fui detenido intempestivamente por una estudiante preparatoriana, para recriminarme enérgicamente el fallo con una retahíla de palabras en la que ponía en duda mis conocimientos de oratoria, “¿qué sabe usted de oratoria?”, me dijo, en tono airado. El momento fue embarazoso, guardé silencio y cuando la enojada increpadora hizo un respiro para tomar aire y seguir adelante con su filípica, aproveché el momento para preguntarle si ya había terminado; ella -sorprendida por la pregunta- dijo que sí, aunque se le veía a las claras que tenía todas las intenciones de seguir, y aproveché el momento para retirarme un tanto pensativo por la metralla, pero también pensando que entre los deberes del Jurado Calificador está el escuchar críticas y reclamaciones, como un árbitro de futbol en un clásico Chivas-América, que ya se sabe gana el Chivas.

Seguí mi marcha, agradeciendo que no me hubieran invitado como jurado para el concurso de declamación, ni como réferi de los Guantes de Oro, a celebrarse en la Arena Azteca. Finalmente un consejo para un Jurado Calificador de oratoria: Así como el orador debe estar seguro de lo que dice, lo mismo el Jurado Calificador debe de estar seguro de lo que dictamina, pues quien titubea parecería que no tiene razón, aunque la tenga y mucha. Conozco jurados calificadores que no sólo se muestran titubeantes, sino en cuanto es dado a conocer el fallo, corren a decirles a los oradores que no resultaron agraciados, que ellos votaron a su favor pero que los demás miembros del jurado no. Ésos son timoratos, que no merecen el alto honor de ser jurados, ¡vamos! ni cosa alguna, porque violan el secreto profesional buscando quedar bien con todos y a final de cuentas no quedan bien con nadie. Lo que se discute en el interior de un jurado no debe salir de su interior y hay que sostener con pantalones al exterior el veredicto, aunque uno no haya estado de acuerdo. Hacer cosa distinta es debilidad y deslealtad.

Escrito en: jurado, quien, Jurado, Calificador

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