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Érase una vez un pez…

Agencias, México D.F.

Su hijo, José Andrés, había luchado contra una enfermedad parecida al cáncer por más de 8 años y los medicamentos experimentales, aunados a la pérdida de su vista, memoria y movilidad, habían desilusionado a la familia entera, que se sentía sin fuerzas para seguir adelante. Un buen día todo cambió de forma positiva.

En las cálidas aguas del mar de Nueva Zelanda un pez daría más tarde la solución al problema de salud del pequeño.José Andrés, de dos años de edad, tenía una rara enfermedad denominada melluemitocondria, que le provocó que sus neuronas se desconectaran del cerebro y lo desgastara físicamente. En la búsqueda de soluciones, Édgar y su esposa, Sara, encontraron en Japón un medicamento de prueba extremadamente costoso y tomaron el riesgo con tal de darle a su hijo un futuro prometedor.

Tres inyecciones diarias, de mil pesos cada una, le fueron suministradas ininterrumpidamente durante seis meses, pero empezaron a surgir los efectos secundarios: el niño resultó con una descomposición de los componentes de la sangre. De inmediato le suspendieron el tratamiento experimental y se sentaron a llorar, pero sin dejar de pensar en la manera de ayudar a José Andrés. A Édgar le recomendaron un médico en Tel-Aviv, al norte de Israel. No pensó en recursos y viajó con el pequeño en sus brazos durante 14 horas. En el aeropuerto, José Andrés empezó a llorar. “Estaba asustado y lloraba mucho. Le pregunté qué tenía y no me contestaba. Luego me abrazó y me dijo ‘papá, no veo’.

En ese momento, a los dos años y medio, el niño perdió la vista”, recuerda.

Tres meses después perdió el movimiento, y tres meses más tarde, la memoria. El milagro de un pez Édgar y Sara habían fundado en 1990 la empresa GIA Company, dedicada a producir soluciones farmacéuticas. José Andrés nació 5 años después. Su enfermedad los obligó a buscar personalmente alguna sustancia que le devolviera la salud que tenía en sus primeros dos años.Pensaban: “¿Cómo es posible que teniendo una empresa para la búsqueda de soluciones de vida, nuestro hijo esté sufriendo?”.

Así, con el coraje y la fuerza que sacaron de todas partes, empezaron a experimentar con proteínas de peces de todas partes del mundo. El de Nueva Zelanda es de la familia de los bluefi sh (pez azul), completamente sano, sin metilmercurio, con la proteína ideal para reestructurar las células del cuerpo: justo lo que necesitaba José Andrés.Investigaron durante seis años y medio hasta que descubrieron que la proteína tenía la particularidad de reconvertir las células y de inmediato lo suministraron en su hijo, entonces de 8 años.

“El niño empezó a tener reacciones positivas”, recuerda con una grata sonrisa este investigador, reconocido a nivel internacional por sus aportaciones al combate del cáncer.La noticia se extiende En 2003, Rita Levi Montalcini, Premio Nobel de Medicina en 1986, se interesó en la investigación de Édgar y Sara y sugirió aplicar la proteína sintetizada del pez azul a personas afectadas por el cáncer.

Así lo hicieron y empezaron a ver resultados impactantes: más del 90 por ciento de las personas en fase terminal tuvieron una reconvención biológica y mostraron signos de mejoría en poco tiempo.

Después lo aplicaron a niños enfermos de cáncer en México con los mismos resultados. La noticia corrió tan rápido que mucha gente de todo el mundo empezó a pedir el producto.En su laboratorio comenzaron a producirlo. Édgar asegura que no vieron en ello un fi n lucrativo, sino la intención de ver a más gente recuperándose como su hijo, que a los 10 años ya estaba prácticamente sano.

Comenzaron a producir semanalmente unos 75 gramos de la proteína, que fue registrada con el nombre de ProtenGia.Actualmente, con una de las plantas más modernas de Latinoamérica, en la Ciudad de México, producen 150 millones de dosis al mes.

Con el producto tienen la posibilidad de atender a casi 3 mil niños enfermos de cáncer en condiciones humildes. El laboratorio de Édgar y Sara obtiene la proteína del pez azul a través de dos sistemas: el de sustitución enzimática y el de criogenización. Es tan noble que tiene la característica denominada nohigriscopía, que permite mezclar el producto con alimentos, refrescos, gelatinas y golosinas, para facilitar su consumo. Cuando entra al organismo se genera un procedimiento llamado angiogénesis, con el que se generan células efi cientes y las reestructura.

Es un niño estudioso Desde que José Andrés empezó a recibir la proteína tuvo reacciones positivas. Sus células se regeneraban con tal rapidez que en sólo un año y medio ya había recobrado la movilidad y la vista. El niño tiene ahora 11 años de edad y vive en Francia, estudia en una escuela políglota y cursa el quinto año de educación básica, combinando sus estudios con el aprendizaje del inglés y el francés. Tiene ligeras secuelas, pero no le impiden desarrollarse con normalidad. Édgar presume que José Andrés practica el bicicross y la natación.

No podía estar más feliz. Su hijo fue declarado clínicamente sano hace apenas un año y mil 800 niños más están en el mismo proceso. Su esposa, Sara, se hace cargo de sus otros dos hijos, Álex, de 15 años, y Diego, de 3. Édgar se dedica a ofrecer conferencias en varias partes del mundo y la proteína ya ha sido registrada en 276 países del Mundo.

Escrito en: botiquin Édgar, José, proteína, niño

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