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De polÍtica y cosas peores

Catón

Un hombre sorprendió a su fea esposa en trance de fornicio con un desconocido. “¡Caramba, Uglicia! -le dice con sincero asombro-. ¿Cómo le hiciste para convencerlo?”... El barbero, evidentemente no muy sobrio, le hizo una cortada en la mejilla al indignado cliente. “¿Lo ve? -dice éste furibundo-. ¿Se da cuenta de lo que hace la bebida?”. “Sí, señor -responde el fígaro-. Hace que la piel del rostro se vuelva muy delicada”... La amiga de la recién casada le pregunta: “le gusta a tu marido tu forma de cocinar?”. “¿Que si le gusta? -responde con orgullo la muchacha-. Siempre que llega a la casa la segunda cosa que me pide siempre es que le sirva de comer”... Don Geroncio, señor de edad madura, fue a una casa de mala nota, y contrató los servicios de una de las señoras que ahí profesaban el muy antiguo oficio de las daifas. Con ella fue a uno de los habitáculos o accesorias del local. Pasó una hora; pasaron dos, tres horas, y la pareja no salía del aposento. La dueña de la negociación, inquieta, fue y dio unos discretos golpecitos en la puerta. Preguntó con cautela: “¿se puede?”. Desde adentro responde don Geroncio con voz feble: “se trata”... Hay un refrán que dice: “año de nones, año de dones. Año de pares, año de pesares”. De pesares ha sido este año, ciertamente, pero nada indica que el próximo será de dones. El panorama se ve caliginoso. Y eso no es nada: también se ve denso, oscuro y nebuloso. Los efectos de la recesión en Estados Unidos llegarán a todo el mundo; de ellos no escapará ni siquiera El Moquetito, Tamaulipas. En nuestro país empezaron ya a notarse esos efectos: cientos de miles de trabajadores han sido despedidos ya, y es de temerse que muchos cientos de miles más perderán también su empleo en los siguientes meses. Tiempos son éstos, pues, de austeridad. Hemos de ser muy cuidadosos en el manejo de nuestra economía; debemos evitar endeudarnos -¡ojo con esas tarjetas de crédito!-, y, si podemos, debemos hacer un guardadito para hacer frente a esta crisis que puede agravarse todavía más. Lo dicho no es ominoso vaticinio; es simplemente previsión ante la realidad... El marido llegó a su casa; cerró la puerta con estrépito, y cantando subió por la escalera que conducía al segundo piso. Entró en la recámara y vio a su mujer sobre la cama, al natural, respirando agitadamente y con una lamparilla en la mano. “¿Qué haces?” -le pregunta. “Nada -responde con nerviosismo la mujer-. Limpiaba esta lámpara”. “Bien -dice el marido-. Nada más vine por mi raqueta. Voy al club, y al rato vengo”. Y así diciendo vuelve a salir. La señora entonces le dice a la lámpara: “Podemos seguirle, genio. Ya se fue”... Astatrasio Garrajarra, ebrio consuetudinario, llegó a su casa poseído por el espíritu del vino. En la oscuridad de la alcoba se desvistió con torpes movimientos y se metió en la cama. Su mujer lo siente y le pregunta entre sueños: “¿Eres tú, Astatrasio?”. Responde el temulento: “¡si no soy yo vas a ver la que se va a armar!”... Don Senilio, maduro caballero, fue a confesarse. “Me acuso, padre -le dice al sacerdote-, de que anoche hice el amor con una mujer que no es mi esposa. Y se lo hice tres veces seguidas”. Le indica el sacerdote: “de penitencia rezarás diez padrenuestros”. El veterano se alegra. Exclama feliz: “¿entonces usted sí me cree, padre?”... FIN.

Escrito en: mujer, casa, dice, -responde

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