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Viviendo de Pancho Villa

Gilberto Jiménez Carrillo

H ace noventa y tres años el general duranguense Francisco Villa ordenó a sus tropas invadir Columbus, Nuevo México, entonces un pueblo de 400 habitantes defendido por un fuerte militar. Se trató de la primera incursión armada a tierras continentales desde 1812. La maniobra se convirtió con el tiempo en una curiosa ironía, ya que el pueblo vive hoy en gran parte gracias a esa ofensa. Cuando se llega a este lugar cualquier duda sobre la capacidad norteamericana para vender hasta sus desgracias desaparece. Si se conduce al sur o al norte, al este o al oeste, queda claro que Columbus sobrevive por la incursión que el nueve de marzo de 1916 consumaron las tropas de Francisco Villa, y la habilidad para transformar el agravio en fuente de vida eterna en verdad es sorprendente.

El alcalde de Columbus considera que la gente tiene muchas opiniones sobre Villa, pero él mismo se ha encargado de comentarle a varios historiadores que consideran al nacido en San Juan del Río como un bandolero, que no importa si el Centauro hizo las cosas bien o mal, ya que finalmente fue quien puso en el mapa a su pueblo y gracias al hecho histórico existen. Las palabras de la autoridad del lugar no sólo identifican a los habitantes del pueblo, sino al resto del estado y a la clase política. El once de marzo del 2006 el gobernador de Chihuahua José Reyes Baeza y el gobernador de Nuevo México Bill Richardson fueron testigos de la inauguración formal de un nuevo museo que tuvo un costo de un millón setecientos mil dólares ubicado dentro del parque estatal “Pancho Villa”, mismo que se encuentra situado en una enorme extensión de 24 hectáreas, mismo que opera desde 1961.

Los testimonios que describen la confrontación de esa madrugada del nueve de marzo son un contraste con el ánimo que se tiene hoy en día a uno y otro lado de la frontera, ya que de cierta manera se intenta que el museo celebre la buena relación entre dos países. Al parecer son pocas las personas que piensan distinto. Quienes habitan Columbus son, en su mayoría, descendientes de inmigrantes que llegaron meses después de la invasión, pero entre los principales promotores del parque y el museo se encuentra el historiador Richard Dean, cuyo abuelo, James T. Dean, fue asesinado por las fuerzas villistas. Desde la calle central se domina gran parte del pueblo que es muy pequeño; por eso cuando además del parque y el museo, hoteles, restaurantes, tiendas de artesanías y pequeños supermercados llevan el nombre de Pancho Villa, está claro que la incursión de sus tropas dejó algo más que cadáveres y edificios incendiados. El general, de hecho, penetró con sus fuerzas y jamás volvió a salir.

Quedan en pie algunos cuantos edificios históricos, pero no por el ataque de los villistas en 1916, sino por el abandono del pueblo. Casi todos ellos se perdieron en la década de 1970 tras años de abandono. Antes, en 1963, las compañías ferroviarias decidieron eliminar las rutas que pasaban por Columbus y con ello las pocas empresas que operaban allí se fueron. Muchos testigos de la invasión también huyeron. Entonces el pueblo dependió unos años del cultivo del chile y la cebolla pero eso no fue suficiente. Por esos motivos un grupo de ciudadanos solicitó a sus congresistas apoyar el rescate de la historia, que era lo único valioso que les quedaba. Así fuera una ofensa, todos entendieron que no había opciones.

Con doce hectáreas iniciales, quedó abierto entonces el parque estatal “Pancho Villa”. Con ello, muchos otros negocios cambiaron su razón social por el mismo nombre del revolucionario nacido en Durango el 5 de junio de 1878.

La apertura del museo fue la fase culminante de un proyecto que actualmente alimenta a Columbus. En el 2005 el senador John Smith obtuvo fondos por 118 mil dólares con los que se adquirieron algunas piezas del museo, como la réplica del automóvil Dodge empleado por Pershing y de un aeroplano Curtis Jenny JN-3, que por primera vez sobrevoló el cielo en un acto de campaña militar encabezado por diez mil soldados americanos que en el estado de Chihuahua buscaron a Francisco Villa sin poder encontrarlo. Para el supervisor del parque el museo tiene la intención de que los visitantes se documenten sobre lo que pasó, dejando que ellos mismos se forjen una opinión, ya que no se pretende estar a favor o en contra de ninguna de las partes. En su primer mes de apertura el museo recibió dos mil visitas y en la actualidad se reciben aproximadamente 15 mil al año. La apuesta al agravio como forma de subsistencia es total, porque el estado de Nuevo México comprará otras 48 hectáreas para añadirlas al parque, porque, como dice el alcalde, Columbus vive y existe por Francisco Villa.

El tan anunciado museo de Francisco Villa en Durango es una desagradable burla. No se ha dicho en qué parte del Palacio de Gobierno va a estar ubicado, de cuántas salas va a constar, cuánto se va a invertir y quiénes serán los museógrafos expertos en diseñarlo. Ante esta falta de sensibilidad nadie va a querer donar una antigüedad o documento. La famosa acta de nacimiento de Pancho Villa, que misteriosamente apareció en el estacionamiento del Registro Civil, no sabemos actualmente dónde está, quién la está restaurando y dónde se va a exhibir. En cambio se cometen simplezas como la donación de un sombrero que no perteneció a Villa y arbitrariedades como la confección de nuevas placas de circulación que no reflejan el aporte histórico de Durango a la historia nacional, y eso que estamos en plena celebración de los festejos de los bicentenarios. Como ejemplo las nuevas placas del estado de Chihuahua portan orgullosamente el rostro del general Villa.

Con defectos y virtudes, la figura de Francisco Villa nos da identidad como duranguenses en México y en el mundo entero, y a pesar de tener como ejemplo las famosas jornadas villistas de Parral, el simulacro de la boda de Villa en San Andrés, la caminata a la cueva de Coscomate y el festival en Columbus, acontecimientos a los que el que esto escribe ha tenido el privilegio de asistir invitando a las autoridades estatales y municipales, solamente los presidentes municipales de Canatlán y Ocampo han tenido interés por estar presentes en estas fiestas. La pregunta es dónde está la Secretaría de Turismo, la Dirección de Turismo Municipal y el Comité Estatal de Conmemoraciones de los Centenarios que no mueven un dedo para impulsar a Durango a través de la figura del Centauro del Norte. Como están las cosas más le hubiera valido a Doroteo Arango haber nacido en Chihuahua.

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Escrito en: museo, Villa, Francisco, Columbus

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