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PADRES E HIJOS

Desapariciones, una herida que a todos nos duele

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Desapariciones, una herida que a todos nos duele

Desapariciones, una herida que a todos nos duele

IGNACIO ESPINOZA GODOY

Con relativa frecuencia, colectivos y familiares de personas desaparecidas se organizan en diversos estados del país, pero principalmente en la Ciudad de México, para protestar contra las autoridades federales y estatales, debido a que sienten que sus demandas para la búsqueda de sus familiares desaparecidos no encuentran el eco ni la empatía de esos dos órdenes de Gobierno para localizar, ya sea con vida o los restos, a esos seres queridos que un día común y corriente se los arrebataron del seno familiar, a veces sin una pista o una huella que seguir para dar con su paradero.

Dentro de los grupos que unen para levantar la voz ante las autoridades se encuentran lo mismo madres y padres de familia, hermanos, primos, tíos, sobrinos, abuelos y toda clase de personas que perdieron una parte importante de su vida luego de que alguien dentro del hogar desapareció en circunstancias misteriosas, sin una razón aparente para que ello ocurriera, con todo el dolor y el sufrimiento que ello representa ante un panorama que se observa sombrío y ante un vacío que nada llena por la herida que causa sentir la ausencia de alguien tan cercano y, sobre todo, tan querido.

Por supuesto que sólo quien ha perdido a un ser querido en circunstancias inexplicables, de una manera tan inesperada, sabe que ese dolor se lleva a cuestas todos los días y que, sin embargo, no pierde las esperanzas de encontrar vivo o viva a quien desapareció en un momento y un lugar en los que no había razón para que ello sucediera, principalmente cuando reinaba la armonía en ese hogar. Sin embargo, como luego dicen, la delincuencia no tiene día de descanso y sólo está esperando el momento adecuado para hacer daño a esas personas vulnerables que, generalmente, someten con cierta facilidad, sobre todo si se trata de bandas criminales bien organizadas.

De manera desafortunada, poco o nada se puede hacer cuando esos grupos delictivos seleccionan a sus potenciales víctimas, para lo cual desarrollan una logística minuciosa y precisa con el objetivo de no incurrir en errores que puedan frustrar sus planes cuando se trata de "levantar" a una persona y desaparecerla definitivamente de su entorno, lo que generalmente cumplen una vez que concretan cada fase de su meta, desde vigilar la rutina diaria de su presa, hasta someterla sin que tenga la posibilidad de defenderse de sus victimarios, que están preparados para resolver cualquier imprevisto o contingencia que se les presente en el plan originalmente trazado.

Los ciudadanos comunes y corrientes, ciertamente, nos encontramos indefensos y vulnerables ante la delincuencia común y organizada, ya que carecemos de un sistema de gobierno que nos proteja, que garantice nuestra seguridad dentro y fuera del hogar, ya que los criminales se pasean con toda libertad por las calles en vehículos sin placas, con vidrios polarizados, y no hay elementos policiacos que los detengan ya que estos saben con quién se meten y están conscientes de que su propia vida peligra si intentan pararlos para hacerles una revisión con el fin de buscar armas o drogas, así que mejor se hacen de la vista gorda para no correr un riesgo innecesario, aunque con esta actitud pongan en peligro la integridad física de los ciudadanos.

Una vez que se concreta una desaparición, los padres de familia (generalmente es la madre quien toma la iniciativa) se abocan a la búsqueda de ese ser querido luego de haber interpuesto la denuncia correspondiente ante el Ministerio Público, donde se supone que se activa un mecanismo para dar con la ubicación de la persona sustraída de su entorno, aunque el aparato gubernamental es tan lento en su actuación, que no le dejan a la familia otra opción que, con sus propias herramientas y medios, buscar hasta debajo de las piedras, si es necesario, para no quedarse con la esperanza de que el Gobierno les ayude en una tarea que es su trabajo y su responsabilidad.

Viene a mi mente una anécdota reciente en la que el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, se confrontó con un grupo de familiares de desaparecidos, y específicamente a una señora de los afectados le dijo: "¿Usted confía en mí?", ante lo que la fémina le respondió: "Pues, la verdad, yo no confío en nadie". Sin embargo, el funcionario, en tono algo molesto, reviró: "Pues yo tampoco confío en usted". No obstante, López Hernández recompuso la respuesta y la matizó: "Esto es de confianza". La mujer respondió molesta: "Yo soy la madre de un desaparecido y por ello no confío en las autoridades, necesito un documento con firma y sello". Adán Augusto agregó: "Yo le voy a firmar y sellar lo que usted y yo quedemos".

Con ese nivel de intolerancia, el Secretario demostró que no está a la altura de las demandas de una sociedad que, en verdad, está harta de la inseguridad y de la ineficacia de las autoridades para garantizar la tranquilidad dentro y fuera del hogar.

El pueblo mexicano está urgido de un sistema de seguridad y de justicia que garantice su tranquilidad, porque todos los días, por cada desaparición que se perpetra, se abre una herida que a todos nos lastima, pues de todos es sabido que son muy pocas las personas encontradas luego de que se pierde toda huella o pista para su localización, de ahí que reclamamos eficacia y trabajo por parte de los tres órdenes de Gobierno lo mismo para encontrar a los desaparecidos que para prevenir que se cometan más delitos de esta naturaleza que tanto nos hieren como sociedad.

Escrito en: Padres e hijos todos, que,, luego, ello

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