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SORBOS DE CAFÉ

El abismo

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El abismo

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MARCO LUKE

Tu suspiro liberó lo que llevaba encerrado por años en mis labios.

Pero para poder llegar a ellos la caminata fue larga y agotadora.

Creo que jamás había sentido tanto cansancio en un sueño, ni un sueño me había quitado tanto.

Se robó la tranquilidad que sentía antes de dormir.

Sólo duró el instante entre cerrar los ojos para conciliar el sueño y despertar para verte a lo lejos sentada sobre esa roca.

Aunque lejos, pero alcanzaba a ver tu sonrisa. Al verte sonreír fue cuando supe que estaba dentro de un sueño.

Caminé durante días, pero el camino no avanzaba, no se movían las pequeñas rocas que marcaban un angosto sendero en medio del bosque.

No lo convencía de darme paso a pesar de mi esfuerzo por mover mis piernas que se hacían pesadas sin ninguna razón.

Después descubrí sus motivos. No pertenecíamos a su época. Éramos intrusos en un universo ajeno.

Tampoco tu cuerpo me pertenecía, pero llegó el día en que lo pude conquistar.

No se le puede llamar invasión cuando la única defensa del vencido es abrir los brazos a su conquistador.

Tardó el asedio, pero al fin cediste.

Esa sonrisa era la llave para entrar.

Lista para dejarme llevarme el botín debajo de tu ropa, pero aún estabas lejos.

Al fondo, un castillo adornaba el horizonte. Bajo sus pies lo serpenteaba un río bajando desde la montaña hasta caer en cascada por el precipicio.

De este lado una roca vacilaba a la orilla de la quebrada.

Era una sobreviviente de la montaña cercenada por el tiempo.

Y tú, sentada sobre ella, obligándola a resistir para salvar tu vida.

Ahí se esfumó mi tranquilidad.

Aceleré el paso en vano.

No lograba avanzar. Mis piernas no se cansaban, pero podía sentir el terreno como una masa atrapando mis pies.

Grité advirtiendo el peligro a tus espaldas.

Seguías sonriendo y alcancé a notar tu mirada ausente. Y también se había ausentado el miedo a morir.

Tu suspiro lo dijo todo.

Ya no le temes a la altura del precipicio, sólo le temes al dolor de los huesos fragmentados por la caída.

A esos escasos par de minutos que dolerá en caso de sobrevivir el golpe al final del abismo.

Tu resignada mirada me dijo de los abismos dentro de tu alma.

Estaba enamorado de una sobreviviente.

La inevitable caída del agua dejaba salpicados los odios de un estruendo ensordecedor.

Cuando calculé el tiempo de tu llegada al fondo, la impotencia de poder rescatarte enmudeció el ruido de la cascada.

En su lugar las voces de un coro gregoriano invadieron el viento.

El aire cantó en tus oídos erizando tu espalda. Te sedujeron robando sonrisa apacible que, hasta entonces, era única dueña de tu rostro.

Cerraste los ojos, te dejaste llevar por la tentación, y abriste los brazos para crucificarte sin cruz.

Bajo mis pies el camino desapareció y me dejó justo en la roca abandonada por tu cuerpo un instante atrás.

Un instante eterno que jamás me dejará olvidar lo cerca que estuve de salvar tu vida.

Le permití salir lo que llevaba en mis labios encerrado por años.

-No merecías morir así- Te grité mientras caías.

-Sólo fue el cúmulo de las muchas injusticias que cometí contra mí misma- Te escuché decir como despedida.

Tu cuerpo estalló violentamente en el fondo, pero cerré los ojos para no verte morir así.

No sé si sigo hincado en la orilla esperando a que me digas que todo fue un sueño... o si no quiero despertar para darme cuenta de que hace mucho que te has ido.

Escrito en: Sorbos de café cuerpo, verte, fondo,, instante

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