Kiosko

SORBOS DE CAFÉ

Infierno

SORBOS DE CAFÉ

Infierno

Infierno

MARCO LUKE

Ninguna muerte me había dolido tanto.

No sé cuántos hay en mi lista, probablemente más de cincuenta.

Las "calaveras" que tenía pendientes por pagar las pagué, y sin duda, muy caro.

Creí que el diablo me esperaba en el infierno con una condena infinita, sabía que la eternidad no sería suficiente para completar mi deuda.

Y así ha sido y así será.

La diferencia es que el infierno no es cómo yo creía.

Imaginar que el mismo satanás se sentía orgulloso de mí, pensar que yo era uno de sus mejores soldados en la tierra me hacía sentir especial, y por supuesto, superior a los demás.

Recuerdo cómo me burlaba de los "románticos" cada vez que algún conocido hablaba de enamorarse, los ofendía llamándoles "afeminados", o peor aún: "débiles".

Para mí, eso de las "obrillas" de teatro, y esas estupideces de hacer poemas, significaba ser menos hombre, significaba ser un imbécil.

Yo me sentía un verdadero hombre, por eso mataba.

Sostenía que asesinar a un ser humano requería de valentía, de agallas, de verdadera hombría. Quien no lo podía hacer no tenía "bolas", por lo tanto, no era hombre.

Pasearme por las calles mostrando el arma en mi cintura, cubriendo mi rostro con unos lentes oscuros, el gesto serio y retador, imponía, daba miedo.

Y eso es precisamente lo que confundí. Creí que la gente me respetaba, ahora sé que me temía.

¿Y quién no lo teme a un psicópata?

El miedo es un mecanismo de defensa al que yo nunca le hice caso porque me creía valiente.

Claro. Nunca me dolió la muerte de las decenas de personas que maté porque simplemente no eran de mi sangre.

Sólo una ocasión, recuerdo que, circulando por las calles de la ciudad alterado por la mezcla que hacía en el auto la hierba, el polvo blanco y las letras de una canción alabando a falsos dioses, me dejé llevar por la euforia.

Uno de los compañeros, también extasiado, me retó, y como yo no era ningún cobarde, no sólo acepté el desafío, sino que lo multipliqué.

Era simple. Matar a cualquier transeúnte sólo para demostrar que mi fiereza era real. Que de verdad los sentimientos de bondad no me dominaban.

De mi arma salieron tres balas que enlutaron a tres familias diferentes.

Esa fue la única vez en la que algo dentro de mí me hizo cuestionar a mi conciencia.

Pero el ego, la vanidad, y algunos malos recuerdos de mi infancia, la tenían secuestrada, por eso nunca la escuché.

"El infierno me espera", decía orgulloso para después beberme de un solo trago la botella de whiskey, arrojarla con violencia contra la pared y soltar un sonoro y largo grito donde descargaba la euforia del placer momentáneo.

Una noche, tuve el cinismo de pasar frente a la casa donde velaban a uno de los "difuntitos", que, hacía sólo un par de días antes, me suplicaba por su vida mientras lo encañonaba con mi pistola sobre la carretera desolada.

Su error fue sonreír demasiado.

Todas las veces que lo vi, desde que lo conocí, nunca dejó de sonreír. Esa alegría "estúpida", sin sentido, sin razón aparente, despertaba en mí una ira que, tampoco tenía ninguna razón aparente.

Hoy sé que ambas tenían un por qué.

Pero, cuando lo tuve arrodillado frente a mí, ya sin la sonrisa, suplicándome, provocó que la sensación de poder recorriera mi cuerpo con una adictiva adrenalina mil veces más poderosa que cualquier sustancia que hubiera probado antes.

Sonreí mientras pasaba lentamente frente a los dolientes. "¿Dónde quedó tu sonrisa?" Murmuré y me alejé no sin antes dejarle un escupitajo frente a su banqueta.

Sabía que todo eso algún día lo pagaría. Justo en ese lugar donde los días ya no existirían más, donde los castigos tendrían un dolor irreconocible en la tierra, ahí donde podría presentarme ante satán para decirle "hágase tu voluntad".

Así, sabría que fui uno de sus mejores súbditos y que el infierno era mi hogar, porque ese era la última morada de los hombres rudos, de los machos, de los que no se rajan.

Eso pensaba hasta que maté a la última de mis víctimas. Ahí comenzó mi infierno.

Esa noche, llegué más drogado que de costumbre. Dos días sin dormir con la ayuda del "cristal", festejando la puntería que tuvo mi arma para mandar a mejor vida a uno de mis acérrimos enemigos, lo valía.

Mi hoy exesposa, embarazada de 7 meses, se acercó y me dijo con la voz quebrada, con una ternura que me provocó algo de remordimiento por primera vez en mi vida: "Necesitas ayuda".

Mi ira, para no dejar entrar la compasión a mi corazón, me hizo reaccionar propinándole una patada justo en el vientre.

Ella cayó un par de metros delante de mí, sólo se escuchó un grito ahogado por el dolor que intentaba quitarse con sus manos apretando su vientre.

El charco de sangre empapando su camisón y después el piso, fue lo que quedó de mi hijo que nunca vi nacer, donde nació el verdadero infierno para mí.

Las familias de quien asesiné me han perdonado.

Pero yo, nunca podré perdonarme por matar a quien esperaba con tanto amor... y eso es el verdadero infierno.

Escrito en: Sorbos de café infierno, nunca, frente, arma

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas