Editoriales

OPINIÓN

Sri Lanka en el ajedrez geopolítico

Urbe y orbe

Sri Lanka en el ajedrez geopolítico

Sri Lanka en el ajedrez geopolítico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Mientras la Rusia sancionada avanza en su guerra en Ucrania, la inflación azota al mundo, el euro se desploma a niveles no vistos en 20 años y el fantasma de la recesión se asoma a las principales economías, Sri Lanka, un pequeño país de Asia Meridional, se convulsiona políticamente en medio de una crisis económica generalizada con poca atención de los grandes medios. Pero lo que sucede en la antigua Ceilán importa más de lo que a simple vista parece, ya que refleja las pugnas que libran las grandes potencias en el nacimiento del nuevo orden mundial postpandémico.

La República Democrática Socialista de Sri Lanka es un pequeño estado insular del océano Índico, muy cerca de India, de apenas 65,610 km2 (poco más grande que Nuevo León) y 22 millones de habitantes. La isla fue colonia portuguesa, neerlandesa y británica hasta 1948, pero siguió siendo parte de la Mancomunidad de Naciones hasta 1972, cuando se convirtió en una república y cortó sus últimos vínculos con el Reino Unido. La mayoría de la población es cingalesa, de origen indo-ario, aunque existen importantes minorías tamil y árabe. Hasta 2020 se consideraba con un Índice de Desarrollo Humano Ajustado por Desigualdad alto, similar al de Turquía. El tamaño de su economía a paridad de poder adquisitivo es parecido al de Grecia y la renta anual per cápita de su población es semejante a la de Sudáfrica. Bajo el dominio colonial, su economía se basaba en las plantaciones de canela, caucho y té, productos de exportación. A partir de su constitución como república independiente, gobiernos de corte socialista impulsaron la industrialización de la isla al grado de que los productos agrícolas pasaron a segundo plano y ahora las principales exportaciones son vestido y textiles, lo que ha permitido mejorar la calidad de vida de los esrilanqueses. Europa es su principal mercado, seguido de Asia y Norteamérica, mientras sus principales proveedores son, por mucho, China e India. Es, en suma, un pequeño país emergente maquilador y agrícola.

Con vaivenes, el gobierno de Sri Lanka ha sido controlado de facto o de iure desde hace dos décadas por la familia Rajapaksa, una dinastía de terratenientes a la que pertenece Gotabaya Rajapaksa, quien ejerció como presidente desde 2019 hasta hace unos días, cuando tuvo que renunciar debido a las fuertes protestas sociales en Colombo, la capital esrilanquesa. La revuelta comenzó en marzo y en menos de cuatro meses ha obligado al cambio de timón en el gobierno. Señalamientos de mal manejo en la economía, corrupción y endeudamiento excesivo por parte del gobierno se suman a una crisis por el incremento de precios y la escasez de combustibles y productos básicos, así como el deterioro de la calidad de vida de las clases medias. Si bien los problemas económicos tienen que ver con la tendencia inflacionista que se presenta en el mundo por la pandemia y la guerra en Ucrania, existen asuntos que los manifestantes atribuyen a la gestión de los Rajapaksa. Uno de los más importantes es la decisión del gobierno de acelerar la incorporación de Sri Lanka a la Nueva Ruta de la Seda (NRS), el proyecto de infraestructuras que el presidente de China, Xi Jinping, impulsa para aumentar la influencia económica y política del gigante asiático en el mundo, y que, según críticos del proyecto y del régimen Rajapaksa, ha provocado que la deuda de Sri Lanka haya pasado de equivaler 69 % del PIB en 2012 a 101 % en 2020.

Desde 2016, Sri Lanka forma parte de la NRS, en su fase marítima. La antigua Ceilán es una pieza importante del llamado collar de perlas chino, una serie de puertos marítimos que Pekín controla desde el mar de China Oriental hasta el mar Egeo, y que son fundamentales para el comercio internacional. La NRS evoca la famosa ruta que conectaba hace dos mil años a los imperios romano y chino a través de caravanas terrestres que recorrían Asia Central cargadas de artículos básicos y de lujo, entre ellos la seda. Hoy, el gobierno de Xi pretende apuntalar la hegemonía comercial de su país con un plan que incluye inversiones multimillonarias en infraestructuras, créditos de fácil acceso, exportación de bienes de consumo y control de recursos naturales. Carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, poliductos, yacimientos, mercados, etc. forman parte de la estrategia china de expansión económica en Asia, Europa y África, y, más recientemente, América Latina.

Lo que Xi pretende es construir un círculo de valor para su país: capitales chinos invierten en -o prestan a- terceros países para el desarrollo de infraestructuras, compran sus materias primas y producen los artículos que en esos u otros mercados se consumen. Al principio parece una relación ganar-ganar para los más de 70 países que se han adherido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, como oficialmente se le conoce. No obstante, desde Occidente se advierte que las inversiones y los préstamos chinos se aplican a un fuerte costo para el estado que los recibe debido a los altos intereses y las condiciones que muchas veces implican la cesión del control total o parcial de la infraestructura estratégica a las empresas públicas y privadas chinas. Tal es el caso del puerto marítimo de Colombo, el cual, se dijo, iba a ayudar a construir un "nuevo Dubái", y que fue cedido a una empresa china por 99 años. Además, existen un aeropuerto nuevo y un centro de convenciones recién construido que, por su escaso uso, no son rentables.

Para Estados Unidos y algunos países de la Unión Europea, el caso Sri Lanka representa una muestra de los riesgos a los que se enfrentan los estados que adheridos a la NRS. Pero, más allá de ello, Occidente ve con recelo el crecimiento de la influencia de China en el mundo a partir del megaproyecto de Xi Jinping. Y precisamente por eso, el Grupo de los Siete (G7), conformado por las potencias económicas occidentales (EUA, RU, Francia, Alemania, Italia, Canadá y Japón), en su reunión más reciente de finales de junio acordaron el lanzamiento de un plan global de infraestructura para apoyar a países emergentes con el fin de contrarrestar el proyecto chino. Se trata de una inversión inicial de 600,000 millones de dólares que, si bien es relevante, se queda aún corta frente a los casi 900,000 millones que ha invertido Pekín en la NRS. Pero como era de esperarse, China no se ha quedado con los brazos cruzados. El club económico emergente de los BRICS, constituido por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, busca ampliar su peso en el mundo con la integración de nuevos miembros para plantar cara al G7. En las últimas semanas se ha anunciado el interés de incorporar a Turquía, Arabia Saudí, Egipto, Argentina e Irán para crear un G10 que ayude a reconfigurar el orden mundial y establecer nuevos equilibrios. En este tablero de ajedrez geopolítico, Sri Lanka es una de las piezas.

@Artgonzaga

Escrito en: Urbe y orbe Lanka, China, gobierno, países

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas