Durango

Contrastes en Navidad

Iván Soto Hernández

Su rutina diaria es acompañar y ayudar a sus padres en la pepena de plástico, lámina y cartón en el basurero municipal. Los siete hijos del matrimonio formado por José del Socorro Gallarso Martínez y Laura Vargas sí creen en el Niño Dios y se ilusionan porque pronto será Navidad; sin embargo, la vida les ha enseñado a no pedirle regalos, a no hacerle cartitas. Saben que sería en vano.

Con excepción de Neri Felipe, de 15 años, la señora Vargas viaja todos los días con sus demás hijos en un triciclo amarillento, en del cual traslada a Mauro, de ocho meses, así como a Valeria y Abigail, de dos y cuatro años de edad. El mayor de los siete acompaña a su padre al trabajo desde que amanece para tener una mejor recolección. Entre todos juntarán ésta, como casi todas las semanas, unos 400 pesos.

En el asiento del vehículo de trabajo de la familia Gallarzo Vargas se pasea José, de ocho años, y de pie junto a su madre andan Laura Cecilia y Alejandro, de 12 y 13 años, respectivamente. La ruta siempre es la misma: de la pequeña casa de cartón en la que viven, en la colonia Octavio Paz, al lugar de trabajo, el relleno sanitario de la zona oriente de la ciudad capital.

“Si Dios nos ayuda, a lo mejor les doy un tamalito y un ponche en Nochebuena. Si no hay ni pa´eso, ni modo. Lo bueno es que mis hijos entienden cómo está la situación”, dice con la voz quebrantada Laura Vargas, de 34 años, con el rostro pálido por las malpasadas y las facciones envejecidas, como mostrando cada pómulo el cansancio que refleja mucho más edad en ella.

“Primeramente Dios” –agrega, creyente, la joven madre “a lo mejor no tenemos que trabajar el 24 de diciembre. Si bien nos va en estos días, tal vez el 25 también se quedan los niños en la casa, porque nosotros, yo y José, sí tendremos que salir a buscar qué comer...”.

Laura asegura que todos sus hijos están muy allegados a ella. Al salir de la secundaria, la primaria o la guardería, según sea el caso, la acompañan en el trabajo que les da para malcomer, y que no solamente implica caminar y hurgar entre montones de basura y desechos de todo tipo, sino permanecer en esa pequeña y sucia ciudad de ‘lo que nadie quiere’ durante casi 12 horas, en ese imperio de cartón donde casi nunca alcanzan a llegar ni el Niño Dios, ni Santa Claus ni Los Reyes Magos.

Otra historia, otra vida

En la casa marcada con el número 309 de la calle Lapislázuli, en el fraccionamiento Joyas del Valle, pavo al horno será el plato fuerte durante la cena de Navidad de la familia del niño Jesús Alonso.

Con 11 años de edad, es el menor de los tres hijos que procreó la familia Yescas Guijarro. Con dificultad hizo su cartita al Niño Dios. Pero no porque viera en sus padres una situación económica deprimente, sino porque, entre tantas cosas que le gustan y que ve en las tiendas departamentales, no sabe qué pedir de regalos para la Navidad.

Buena parte del día, Jesús Alonso la pasa jugando con sus amigos al fútbol o las escondidas en el barrio clasemediero en el que habita desde que tiene memoria. Su padre es ingeniero y su madre maestra.

Entre las cosas que sabe sí recibirá la noche del 24 de diciembre próximo, recuerda una bicicleta marca GT, un Play Station y ropa. “Se supone que eso es lo que me van a regalar en Navidad”, dice entre risas, con la seguridad de ver estabilidad económica a su alrededor. Luego recuerda: “¡Ah!... y un patín del diablo, pero eléctrico; un balón y zapatos”.

Jesús Alonso es el más pequeño de los tres hijos de la familia Yescas. Sus hermanos, Mardia de 15 y Manuel de 18 años, ya no le hacen cartitas al Niño Dios ni a Santa Claus, pero saben que abrirán regalos el día que se recuerda el Nacimiento del Niño Jesús.

Es el mayor de la palomilla con la que acostumbra juntarse en las calles del fraccionamiento Joyas del Valle. Y aunque su educación primaria la cursa en escuela particular: el Colegio Valladolid, sus amigos, Gerardo, Ricardo y Susana estudian en la Escuela Primaria “Miguel Ángel Gallardo”, ubicada en el fraccionamiento vecino, el San Gabriel.

A ellos el Niño Dios tampoco los desamparará en lo que a regalos se refiere. Simplemente, el primero de ellos tiene plena seguridad de que sus padres le comprarán un patín del diablo y ropa; Ricardo, con seis de edad, quiere una bicicleta GT, tenis y un Micky Mouse de peluche; y Susana, de ocho años, dice que le llegará el 24 de diciembre una muñeca que hace pipi, dos barbies –la “Blanca Nieves” y la “Cenicienta”-, ropa y zapatos... “¡Ah!” –exclama- “y mucha ropita de barbies”.

Como la mayor parte de sus compañeros de escuela, la vida de este grupo de niños suena normal: ir a clases y luego jugar. Así como el grueso de los niños con los que conviven, tendrán regalos en Navidad y antes, en Nochebuena, una cena especial será preparada o comprada por sus progenitores.

Por eso Jesús Alonso considera que es feliz. Por eso se dice ilusionado con estrenar ropa y zapatos, con abrir sus regalos y salir a pasear con la palomilla en los “patines del diablo”, aunque será la sensación pues el suyo será eléctrico.

En un mundo aparte

Entre lujosas construcciones y vehículos modernos suele pasear Omar Elizalde Muñoz con su numeroso grupo de amigos en el fraccionamiento Jardines de Durango. De hecho, todos ellos viven ahí.

Omar está de vacaciones y por ello su pasatiempo consiste precisamente en eso: en hacer que pase el tiempo sin aburrirse, pues en lo que a dinero se refiere ni él ni sus camaradas tienen problema.

La Navidad no le despierta ningún otro sentimiento que el de abrir regalos y estrenar tenis y ropa de marca. A sus 12 años es ágil para hablar y entender las cosas, a tal grado que desde hace mucho tiempo, dice, se dio cuenta que los regalos no los trae Santa Claus en Navidad, sino que sus padres los compran.

La petición que le ha hecho a sus progenitores para que se la concedan pasando la Nochebuena no es muy amplia; más bien es costosa. Quiere que su padre, Salvador Elizalde, quien es ingeniero de profesión, haga el gasto de una bicicleta que al parecer vio en una tienda departamental de membresía con un costo de tres mil pesos.

“¿Y juguetes para qué? Mejor un X-Box”, agrega Omar, con la seguridad de que ropa, zapatos y tenis sí le comprarán aunque no lo pida. El año pasado, recuerda, le regalaron una computadora equipada para él, así como dos pares de tenis con la marca de jugadores profesionales de básquetbol. Cada par costó dos mil pesos, aclara.

Muy amigo de Omar es Raúl Villarreal Jaurez, de 13 años, cuyos padres, ambos, laboran para el gobierno federal. Tampoco cree en el mundo color rosa que le pintaron desde chico con respecto al Niño Dios o Santa Clos, sin embargo, lo que sí tiene seguro es ropa, zapatos, tenis, juegos de control remoto costosos y dinero en efectivo para gastar.

También Orlando Corral es del mismo grupo de amigos de Omar Elizalde en el fraccionamiento Jardines de Durango. A sus 14 años ya no quiere abrir regalos, sino que le den unos cinco o seis mil pesos para que él se compre lo que desee. Su padre, Cayetano Corral, trabaja bienes raíces, y su madre, Delia Cháidez, es ama de casa. No obstante el dinero en efectivo, quiere un Game Cube (videojuego) con varios juegos, entre ellos el FIFA 2004.

Ellos nunca se han hecho la pregunta si sus padres podrán en ésta o en las anteriores navidades regalarles lo que esperan. Tampoco se han puesto a pensar si la situación es factible para tener una cena especial en Nochebuena. Eso, ellos, ya lo dan por hecho.

Las diferencias

Mientras que en hogares como el de Omar o Jesús Alonso las expectativas de la Navidad giran en torno a recibir muchos regalos, de preferencia que sean “de marca”, costosos o estén de moda, en la casa de los niños Gallarso Vargas, situada muy cerca del basurero municipal, serían felices si no tienen que ir a pepenar vidrio, cartón o lámina el 24 de diciembre.

La señora Laura Vargas recuerda, con una lágrima que se asoma pero no se atreve a rodar por su mejilla: “Mi muchacho, el de 15 años, anda en el basurero desde los diez años. De ahí para abajo, casi todos han convivido la mayor parte de su niñez con este trabajo que bien o mal nos da de comer”.

Ella sabe que sus menores están rodeados de drogadicción y un ambiente muy poco grato para los niños en el tiradero, pero tampoco tienen otra opción. Con orgullo suelta: “Yo me enseñé a leer y escribir por lo que me enseñaron mis hijos, oiga”.

Se le está haciendo tarde para ir a recolectar la basura que puede ser vendida por montones. Antes de irse, consciente que ni regalos ni una cena especial recibirán sus siete hijos, Laura rememora lo que apenas ese día en la mañana le dijo el mayor de sus muchachos antes de irse a trabajar: “Mami, aunque sea pa´una sonajita pa´l bebé, pero... a lo mejor yo sí le doy algo de regalo al Mauro”.

Escrito en: regalos, años,, Niño, hijos

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