Los esotéricos generalmente están de acuerdo en que ya en el Antiguo Egipto se conocían los juegos de cartas con propósitos de adivinación. Los gitanos procedentes de la India habrían transportado con ellos algunos mazos de cartas adivinatorias hasta las fronteras europeas; aunque las búsquedas arqueológicas conducidas a tal efecto no han podido todavía confirmar estas hipótesis.
Por su lado, los historiadores han encontrado restos de antiguos juegos adivinatorios que datan de la antigüedad. Desde Cicerón, que condenaba en su literatura los oráculos obtenidos a partir de tabas tiradas al azar, a los tarots iluminados de Visconti y Carlos VI de Francia, las pruebas de la existencia de juegos de tarots adivinatorios se han sucedido a lo largo de la historia, hasta la aparición definitiva de la cartomancia a lo largo del siglo XVII y XVIII.
Desde entonces, recientes hipótesis acercan el Tarot a una antigua iconografía romana ligada al culto a Baco, equivalente del dios griego Dionisio, y a sus rituales iniciáticos, o incluso a la filosofía de los cátaros medievales.
Sea cual sea su origen real, el Tarot ha evolucionado a lo largo de los siglos, adoptando diversos usos. En un primer momento se utilizó como un juego iniciático, pero hoy en día constituye una guía para la vida de las personas aficionadas. El Tarot llegó a ser adaptado por la Iglesia, para relatar a los fieles las historias de la religión. En última instancia, el Tarot se convierte en una herramienta de adivinación en el que las láminas y los colores permiten entrever a la persona entrenada en sus misterios, el devenir de los acontecimientos de su vida.