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De Política y Cosas Peores

CATÓN

 E Glogio, mocetón campirano, logró al fin que Bucolina, linda muchacha lugareña, arriara el lábaro de su pudor y le hiciera dación del íntimo reducto de su doncellez, que con tan grande empeño había guardado para entregarlo al hombre a quien daría el dulce título de esposo. Llevó el lúbrico mancebo a la zagala atrás de la nopalera; hizo en la tierra un hoyo golondrino (la expresión es del poeta Lorca), y ahí empezó a gozar cumplidamente de the old in and out (la expresión es del novelista Burgess). En eso un muchachillo de corta edad acertó a pasar por el sitio. Con asombrados ojos miró aquella visión, para él incomprensible. Lo vio a su vez Bucolina (Eglogio no estaba en posición de mirar nada) y llena de azoro le dijo a su amador: "¡Un niño! ¡Un niño!". "¡O una niña! -respondió con urente vehemencia el encendido galán-. ¡Lo que sea, pero muévete!"... Babalucas convalecía de una larga enfermedad. Le indicó su doctor: "Podrá usted reiniciar su actividad sexual cuando sea capaz de subir tres pisos por la escalera sin que se agite su respiración". "Eso me perjudica mucho, médico -opuso el badulaque-. Mi amiga vive en el segundo piso, y se enojará si me ve pasar de largo"... Comentó don Frustracio, el marido de doña Frigidia: "Mi esposa insiste siempre en apagar la luz antes de hacer el amor. Eso me molesta". Le dijo uno: "Muchas mujeres prefieren hacerlo con la luz apagada". "Sí -reconoce don Frustracio-. Pero después de apagar la luz la mía se esconde"... El pitcher lanzó la cuarta bola, y el bateador trotó con lentitud a la primera base. En las tribunas un sujeto que no sabía nada de beisbol le preguntó al amigo que lo había llevado: "¿Por qué ese pelotero camina tan despacio?". "Tiene cuatro bolas" -le explica éste. "¡Caramba! -exclama el ignorante-. ¡Entonces debería caminar lleno de orgullo!"... Un conferencista hablaba acerca de los medios de comunicación. Manifestó: "El 98 por ciento de los hogares norteamericanos tienen por lo menos un aparato de televisión". Preguntó con asombro uno de los asistentes: "Y ¿qué hacen los que no tienen televisor?". Sin vacilar respondió el disertante: "Ellos tienen que generar su propio sexo y su propia violencia". Jactancio, presuntuoso individuo que se las daba de tenorio, se compró una camisa que -pensó- iba muy bien con su personalidad. Sobre fondo color de rosa la prenda se adornaba con flores verdes, rojas, anaranjadas, amarillas y moradas. Grata fue la sorpresa de Jactancio cuando al llegar a su casa descubrió un papelito prendido con un alfiler a la camisa. Decía ese recado: "Soy la chica que en la fábrica cosió esta camisa. Haz contacto conmigo; dame tus datos, y yo me comunicaré contigo". Adjunto venía un correo electrónico. Pensó Jactancio que se trataba de una chica romántica que por ese medio ansiaba conocer a su príncipe azul, como sucede en los cuentos de O. Henry o Saki, y de inmediato respondió el mensaje poniendo todos sus datos personales y su propio correo. Bien pronto recibió la respuesta: "Gracias por tu contestación -decía la muchacha-. Sólo quería saber qué clase de pendejo era el hombre capaz de comprar una camisa así". Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, viajó a un remoto país, y tuvo ahí tratos de fornicio con varias falenas o mariposillas. A consecuencia de eso adquirió una rarísima enfermedad venérea que los médicos diagnosticaron como de extrema gravedad: le dijeron que estaba en inminente riesgo de que su atributo viril se le cayera. Desesperado, Afrodisio buscó datos en la red, y supo de la existencia de un célebre facultativo especializado en problemas de la entrepierna masculina. Hizo el largo viaje al país, igualmente remoto, donde vivía el doctor Salvador Depijas, que así se llamaba el supereminente médico. El galeno revisó con detenimiento la aludida parte y luego hizo el siguiente comentario: "Mmm". Clamó el enfermo: "¡Todos los médicos opinan que se me va a caer, doctor! ¿Qué piensa usted?". Respondió el especialista: "Mmm". Lleno de angustia le preguntó Afrodisio: "¿Cómo puedo conservar mi pichorrita, doctor? ¡La estimo mucho!". Entonces sí habló el facultativo. Le preguntó a Afrodisio: "¿De dónde viene usted?". Respondió, gemebundo, el lacerado: "De México, doctor". "Entonces -le dice el médico-, para que conserve su parte ¿puedo sugerirle una cajita de Olinalá?". FIN.

Escrito en: tienen, preguntó, hombre, propio

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