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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Jean Cusset, ateo siempre con excepción de la vez que supo cómo funciona una colmena, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas como siempre- y continuó:

-Aparte de ese gran libro en millones de tomos que se llama la naturaleza, no hay cosa mejor que los buenos libros escritos por los hombres. Yo me entristezco al ver una casa sin libros, porque es como si no tuviera puertas o ventanas.

-Los libros -siguió diciendo Jean Cusset- son la voz viva de los hombres muertos. En ellos está todo lo que dieron y pensaron, todo aquello que fueron los mejores ejemplares de la especie humana. Cuando yo entro en una biblioteca escucho mil voces que me reclaman, como en una hermosa feria: "¡Eh, ven aquí! Soy Homero y te quiero contar algo muy interesante que le pasó a Ulises en su camino a Itaca". "¡Acércate! Yo soy Shakespeare y voy a hablarte acerca de las dudas de los hombres, de su ambición, sus celos, su avaricia y su amor". "Escúchame, soy Cervantes y quiero mostrarte tu retrato en el retrato de dos hombres que inventé". Ansiosamente nos llaman, a nosotros que tenemos ojos para leer y no leemos. Saben que ellos hallaron la verdad, la belleza y el bien, y nos los quieren dar.

-Por eso -concluyó Jean Cusset- para acallar ese vocerío de amor desesperado que nos ensordecería, hay en las bibliotecas ese letrero: "Silencio". No es para los que ahí entran. Es para los que están ahí.

¡Hasta mañana!

Escrito en: Jean, libros, Cusset-, retrato

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