Durango

MIRADOR

Armando FUENTES AGUIRRE

En el pequeño cementerio de Abrego hay una tumba sin nombre. Los que en las tumbas saben leer -todos debemos aprender ese alfabeto- leen ahí estas palabras:

"Nací. Fui el tonto del pueblo. No asistí a la escuela nunca: mientras los otros niños decían que dos por dos son cuatro y otras tonterías, yo, el tonto, iba libre por el campo, veía cómo las nubes ven pasar a los hombres, escuchaba las voces de todo lo que no tiene voz.

Crecí. También entonces iba a todas partes sin llegar jamás a ninguna. Es decir, hacía lo mismo que hacen los demás. Los aldeanos se reían de mí, pues ignoraban que sus mujeres, cuando me hallaban en las eras, se reían conmigo de otro modo. Se había corrido entre ellas la voz de que para eso no era yo tan tonto.

Morí. Contento, porque en mi locura supe que siempre fui más feliz que aquellos que se reían de mí, y que estuvieron sometidos toda la vida a la dura esclavitud de no parecer tontos. Ahora, en esta tumba mía que no tiene nombre, me pregunto si en verdad yo fui el tonto del pueblo".

Esas palabras pueden leerse en aquella tumba innombrada. Pero nadie las lee. ¡Tontos!

¡Hasta mañana!...

Escrito en: reían, tumba, tiene, tonto

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