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299 años de fe en el Señor de Mapimí

Cientos de familias laguneras viajan en mula casi 100 kilómetros para venerarlo.

299 años de fe en el Señor de Mapimí

299 años de fe en el Señor de Mapimí

Saúl Maldonado y Sebastián Gallegos

A casi 300 años (299), la fe que se tiene por el Cristo de Mapimí no se termina y parece incrementarse cada día más; por ello cada inicio de agosto salen decenas y decenas de familias en carretas desde la Flor de Jimulco en Coahuila para llegar hasta Cuencamé, donde se encuentra el Señor de Mapimí, a quien veneran con mucho fervor.

El jueves santo del año 1715, los indios tobosos atacaron el Real de Mapimí (lo que hoy se conoce como el municipio de Mapimí) mientras los habitantes del lugar paseaban al Señor de Mapimí por las calles.

Los indios tenían una encomienda: destruir la imagen a como diera lugar, mientras la gente del pueblo y los españoles trataron de defenderla y en ese pleito hubo muchos muertos; algunos hablan de cientos, entre españoles criollo e indios.

Pero el Cristo no cayó en las manos de los indios y fue trasladado por algunas personas a Santa María de las Parras (Parras de la Fuente, en el estado de Coahuila), donde había un centro misionero.

Sin embargo, cuenta la leyenda, al pasar la imagen por la Sierra de Jimulco, los que portaban al Cristo decidieron esconderla debajo de un mezquite.

La imagen fue encontrada por una india que comunicó del hallazgo a unos soldados escolteros, quienes en ese momento caminaban rumbo a la misión de Santa María de las Parras.

Los escolteros dieron fe del hallazgo de la imagen al padre de Cuencam, quien decide trasladarla a Cuencamé.

Sin embargo los habitantes de Real de Mapimí al enterarse de este hallazgo deciden reclamar el Cristo poniendo al cura en una disyuntiva, que decidió solucionar diciendo que el Cristo eligiera hacia dónde se quiere ir y soltara a las mulas que lo trasladaban para ver qué rumbo tomaba por lo que el camino que siguieron fue con rumbo a Cuencamé.

Ya el cristo en Cuencamé, la gente de Real de Mapimí intentó llevarse no una sino varias veces, pero la leyenda cuenta que cuando el Cristo, de 1.95 metros altura y hecha de caña de maíz, era puesto en una carreta, se hacía pesado y era difícil moverlo, ni con mulas ni a estirones por lo que los habitantes de Real de Mapimí decidieron dejarlo en Cuencamé aceptando que era la decisión del mismo Cristo.

La imagen arribó el 6 de agosto de 1715 a Cuencamé y desde entonces, cada año, llegan habitantes de la Sierra de Jimulco, del Real de Mapimí y de otras partes para velar la imagen día y noche.

La gente recorre durante dos días poco más de 90 kilómetros, pero no en un vehículo, sino en carretas y en este peregrinar viajan familias enteras como sucedió en esta ocasión.

La gente que vive en Cuencamé los recibió con alimentos, agua fiesta y con muchos aplausos, mientras que los peregrinos se dejan querer y aceptan con mucha humildad el apoyo de los cuencamenses, quienes también les ofrecen hospedaje sin conocerlos, lo que habla de una hermandad entre estos dos pueblos.

Los visitantes llegan con alabanzas para el Señor de Mapimí, “¡Gracias te vengo a dar

de haber llegado hasta aquí! ¡Yo te vengo a saludar, oh Señor de Mapimí!”.

Gracias al Señor de Mapimí, las gracias te vengo a dar, ya no alcanza mi talento de haber llegado hasta aquí, para deciros que aquí hoy te vengo a saludar, qué prodigios, qué portento, ¡oh, Señor de Mapimí!”.

Para el jueves los visitantes partirán de nueva cuenta hacia La Flor de Jiumulco, aunque ya no lo harán en caravana como lo hicieron en el regreso: cada quien parte a la hora que lo crea más conveniente, pero muchos, como una gran familia, deciden salir juntos para acompañarse en este camino de regreso.

¡Adiós, mi Padre querido,

mi Señor de Mapimí,

con el pecho adolorido,

nos despedimos de ti!”

Escrito en: señor de Mapimí Mapimí, Señor, imagen, Cristo

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