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Espejo distante

JUAN VILLORO

En 1976, cuando la transición a la democracia se iniciaba en España, México era un país de Partido Único. Aquel año sólo hubo un candidato a la Presidencia: José López Portillo, del PRI, y España se convirtió en un espejo en el que deseábamos mirarnos.

La transición a la democracia, de la que el rey Juan Carlos fue protagonista, condujo a la apertura de los medios, a la creación de periódicos como Diario 16 y El País, a la "movida" cultural, al gobierno incluyente de Adolfo Suárez y al triunfo posterior del PSOE, capaz de demostrar que una política de izquierda puede construir una amplia clase media. No es extraño que la serie televisiva La transición, dirigida por Victoria Prego, fuera vista en México como un programa de autoayuda para el país. En 1977, la reforma política emprendida por Jesús Reyes Heroles tuvo como uno de sus referentes fundamentales lo que ocurría en España.

En circunstancias muy distintas, volvemos a mirarnos en ese espejo distante. La crisis económica, los gobiernos del PP y el desgaste de la monarquía pusieron un límite a décadas de bonanza española. Sin embargo, la abdicación del rey Juan Carlos, el combate a la corrupción dentro de la propia Casa Real y las recientes elecciones intermedias han mostrado una estimulante reactivación de la política española.

La creación y el éxito electoral de Podemos significa una novedosa participación ciudadana en la política. Más allá de su ideario, lo decisivo de este caso es que revela otra forma de acceso al poder. Los severos plazos y requisitos de la legislación electoral mexicana impiden que surja un partido de ese tipo. Nuestras candidaturas "independientes" son la segunda opción de los políticos profesionales. Las normas varían de sitio en sitio, pero coinciden en su rigidez. Por ejemplo, para aspirar a la presidencia municipal de Morelia es necesario llevar a 13 mil personas a firmar en la oficina correspondiente, algo que sólo se consigue con un milagro cívico o una plataforma ya establecida.

Otra auspiciosa señal de las elecciones españolas es la corrección del rumbo económico y el combate a la creciente desigualdad social. México no ha dejado de ser "el país de la desigualdad" que Humboldt vio en el siglo XIX. Incluso el barón berlinés se asombraría de la forma en que ha aumentado la brecha entre ricos y pobres. En el estudio Desigualdad extrema en México. Concentración del poder económico y político, que Gerardo Esquivel Hernández preparó en 2015 para Oxfam México, es posible leer los siguientes datos: el 1% de la población concentra el 21% de la riqueza, y el 10% concentra el 64%. Además, esto va en aumento. Entre 2007 y 2012, la cantidad de millonarios a nivel mundial disminuyó en 0.3%. En ese mismo periodo, en México aumentó en 32%.

Un tercer signo a comparar en las pasadas elecciones intermedias es el respeto a las autonomías. Figuras como Ada Colau en Barcelona representan un proyecto de unión en la diversidad. Mientras tanto, entre nosotros, los Acuerdos de San Andrés duermen el sueño de lo que se resuelve por abandono.

Si el rey Juan Carlos fue el monarca de la transición, Felipe VI enfrenta otro horizonte de transformación. Para quienes creemos que la república es superior a la monarquía, resulta un tanto esotérico confiar en un monarca. Pero los hechos históricos no pueden soslayarse. Una de las principales iniciativas de Juan Carlos fue la de someter su investidura a la soberanía del pueblo y no al derecho divino. A un año de su coronación, Felipe VI tiene una agenda política más progresista que la del gobierno de Mariano Rajoy, según lo expresa su interés en la reactivación de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba o su aprecio a la diversidad cultural.

Como en los tiempos de la transición, las modificaciones del proceso político español entran en sintonía con la agenda mexicana. Esto no significa que los fantasmas del colonialismo hayan desaparecido: nos independizamos de España pero no de BBVA o HSBC (en 1995 Fobaproa representó una reconquista financiera). Aun así, el juego de espejos retoma su vigencia.

En el siglo XVI, un soldado sin gloria, que había padecido cautiverio en Argel y perdido el uso de una mano, hizo una petición para conseguir un puesto burocrático en América. No lo obtuvo y compensó su precaria situación con un invento: la novela moderna.

Cervantes quiso verse en nuestro espejo. Esa promisoria realidad es hoy un vidrio roto. Los cambios mexicanos no pasan por España, pero algo podemos aprender de sus transformaciones.

Escrito en: Juan Villoro política, México, Juan, elecciones

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