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La izquierda en Miramar

JESÚS SILVA

Es normal que un partido salga a la pesca de los mejores candidatos para una elección. Un líder social, un activista sin militancia, un empresario destacado, un personaje de respeto puede recibir el apoyo de un partido político para que lo represente en una elección. Sucede con frecuencia. No es raro que un partido político se acerque a un ciudadano y le ofrezca la candidatura a un puesto. De ese modo los partidos se acercan a las organizaciones de la sociedad civil y pueden captar el talento que se cultiva fuera de su campo. Lo que es realmente inusual es que un partido busque a un forastero para dirigirlo. No conozco ningún precedente de un partido político que decida explícitamente ignorar a todos sus cuadros para ofrecerle la dirección a un personaje sin militancia. Eso es lo que hace ahora el Partido de la Revolución Democrática. Ignorando a todos sus legisladores, despreciando a todos sus alcaldes y exalcaldes, pasando por alto a sus abundantes corrientes, los jerarcas del PRD salen de su organización para encontrar al salvador. Le ofrecen, generosamente, el trono.

En 1840 José María Gutiérrez Estrada, un hombre que fascinó a José C. Valadés y a Jesús Reyes Heroles, llegó a la conclusión de que el país estaba al borde de la muerte. El pesimismo del diplomático era denso. No veía futuro para un país envuelto en guerras. La tragedia de México era la inmensidad de sus problemas y la pequeñez de sus liderazgos. Ya no era asunto de cambiar la ley y encontrar la constitución feliz que pusiera remedio a los males. Era necesario encontrar personajes imparciales que pusieran fin a las rivalidades que amenazaban con destrozar a la nación. A golpe de infortunios, se convenció que los mexicanos eran sencillamente incapaces de gobernarse a sí mismos. Si en México no había líderes a la altura de su desgracia, habría que salir a buscarlos al extranjero. Así llegó el antiguo liberal a la conclusión de que había que encontrar a un personaje "ungido por las leyes del destino" que pudiera darle orden y paz a México. Veinte años después de aquella carta pesimista encontraba esperanza para el triste país: un monarca extranjero nos salvaría. Maximiliano de Habsburgo era un hombre joven y elegante, un aristócrata culto, sobrio y mesurado. Era perfecto para el momento de crisis: un conciliador que no tenía ningún vínculo con los grupos y facciones de un país que desconocía pero al que quería querer. En octubre de 1863, junto con otros ocho mexicanos, Gutiérrez de Estrada llegó al palacio de Miramar para ofrecerle la corona del Imperio Mexicano. El pueblo, decía el emisario, rogaba su auxilio y pedía a Dios que se dignara aceptar el trono. Sin su ayuda, el país se desintegraría.

¿No hemos visto la escenificación de esta obra en el campo del Partido de la Revolución Democrática? La escena y los actores han cambiado pero el libreto es el mismo. Una comunidad está al borde de la autodestrucción, su clase dirigente padece un severo desprestigio y es incapaz de confiar en las capacidades de regeneración interna. Emisarios de la corporación salen de sus muros para ofrecerle la corona a un forastero que llegue a sentar la paz y la conciliación. Es un moderado con credenciales académicas. Las reglas, desde luego, no son estorbo. El PRD cambia sus normas de inmediato como un obsequio para convencer al elegido. La legalidad interior se trata como un instrumento al servicio de la cúpula y sus ocurrencias. Las normas se cambian con facilidad para beneficiar al tapado. Si los estatutos exigen, como es natural, un periodo de militancia, se cambian en un tris para remover ese obstáculo y despejarle el camino al ungido.

Al cruzar el océano para encontrar al extranjero que salvara a México, los conservadores confesaban que habían perdido la confianza en sí mismos. No podían ya dar la batalla por el país. Había que salir para darle a otros la conducción del país. Nadie era confiable. Ni siquiera ellos mismos. Lo mismo hace hoy la camarilla que ha gobernado al PRD durante demasiado tiempo. Sigue manteniendo el control de la burocracia pero carece ya de la energía y del prestigio indispensables para encarar una crisis de sobrevivencia. Dando una nueva muestra desprecio a su institucionalidad, ha torcido las reglas para dar la bienvenida a un extranjero y elevarlo de inmediato a la máxima responsabilidad política. La camarilla perredista confiesa que las reglas siguen siendo trapos y la militancia, inservible.

Escrito en: JESÚS SILVA-HERZOG encontrar, partido, país, ofrecerle

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