Kiosko

El curro de Durango

LETRAS DURANGUEÑAS

El curro de Durango

El curro de Durango

Ofelia Casas de Arenas

En el Durango de antaño corría de boca en boca, la leyenda de un personaje que deambulaba misterioso y elegante por las calles de nuestra ciudad.

Cuentan que a las doce de la noche, hora fatídica y tenebrosa para los que creían en "aparecidos y espíritus chocarreros" el Curro, silencioso, paseaba por la calle Negrete, de oriente a poniente. Recordemos que entonces no estaba tan extendida la mancha urbana. También lo vieron por la calle Aquiles Serdán, por la calle de Pasteur, para enseguida dirigirse a la Plaza de Armas, donde se detenía por varios minutos. Que siempre iba embozado en su capa, roja por el forro y negra en su exterior, balanceando la silueta por la plaza desierta o el jardín Hidalgo.

Unos afirmaban que se apoyaba en un bastón con empuñadura de plata. Otros que alguna vez lograron verle el rostro, decían que era pálido como la cera de cera y que tenía unas grandes ojeras oscuras. Caminaba de trecho en trecho y realizaba un alto para observar a la luna, al tiempo que se le levantaba la pesada capa.

Una persona de la cual jamás me atrevería a poner en duda su palabra, me aportó los datos siguientes:

Por la calle Pasteur y 20 de Noviembre, abordé un carro de sitio con la finalidad de que me trasladara a mi domicilio. Tanto el operador del volante como yo, deseábamos saber la hora , así que más o menos a la altura de la vieja tienda ya desaparecida "Botas Camacho" vimos a un caballero muy elegante caminando a paso lento. Le pregunté: Buenas noches, señor ¿Me puede decir que horas son? El sacó de su bolsillo un reloj de leontina, y me contestó: Faltan quince minutos para las doce de la noche. Y luego, en un instante, desapareció en la oscuridad.

Nací en la calle de Pasteur, en condiciones más que afortunadas, porque mi familia era de rancio abolengo, fui educado en Europa, recorrí medio mundo, aquí en Durango, mi familia llevaba mucha vida social, organizábamos tertulias donde se declamaba y bailaba, yo tocaba el piano acompañando en ocasiones las voces de señoritingas estiradas y ridículas.

Por la casa de mis padres, circulaban potentados, gobernadores, ministros, altos miembros del clero, artistas que de las películas mudas habían pasado al estrellato del cine nacional.

Sin reserva alguna disfrutaba mi juventud sin límite de edad, sexo o ideología. En suma era un aristócrata frívolo.

Fuimos de las primeras familias que echamos a rodar por estas calles de Dios, los primeros automóviles que alcanzaban una velocidad de 60 kilómetros por hora ¡por hora!

Asistíamos a charreadas, coronaciones de lánguidas damitas. Mi juventud, lo decía como refiriéndose a épocas remotas, era intensa, desordenada, llena de amoríos, deslices, aventuras prohibidas, y un día...me sentí…más vacío que nunca, invadido de mortal melancolía. Encerrado en mis habitaciones tuve la certidumbre de que no tenía sentido vivir, dejé de asistir a reuniones, a las tertulias. Me hartaron los egos inflados, gente que se mareaba estando a la altura de un ladrillo, me indignó todo lo que se refería a intereses mezquinos, falsas muestras de amistad, elogios fingidos, y sonrisas forzadas que al mismo tiempo te median de arriba abajo. Tanto tienes, tanto vales. ¿Por qué estoy en el mundo? ¿A qué vine? ¿A dónde iré cuando me muera?

Jamás hice el bien, que yo me acuerde. Me convertí en un ermitaño doméstico, pocos se atrevían a subir a mi cuarto, primero, porque las escaleras eran muy empinadas y retorcidas, en segundo lugar porque les daba con la puerta en las narices.

Dormía todo el día enfundado en mi bata, con las sandalias de seda turca que me regaló mi madre.

A lo largo de muchos años, de meses, de días, me concreté a observar desde lo alto de mi ventana, la vida con sus tragedias y miserias.

Los novios que bajo un romántico farolillo se besaban con un deleite que yo jamás sentí.

Me fui agotando más y más con la vida sedentaria, arrinconado, tirado, escuchando a Enrique Caruso, mientras la crueldad, la violencia, la injusticia se apoderaban cada vez más del mundo entero.

Solamente encuentro un sentido cuando lo salgo a buscar por las noches. Me embriaga el misterio ¿Será o no mi verdadero camino? ¿Me atrae el mal? O mi salvación será, al final, encontrarme con el Curro, para después cambiar de vida?

Salí tras el elegante caballero siguiéndolo a corta distancia, él caminaba como si fuera el dueño de la noche. Llegando a las Alamedas se levantó el sombrero de copa para ver la luna. Prosiguió su camino hasta llegar a las Moreras, se detuvo ante uno de los álamos destrozados por el tiempo. Y lo volví a perder de vista. Mañana volverá, mañana volveré.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS calle, vida, hora, elegante

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas