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Cuento de aparecidos

LETRAS DURANGUEÑAS

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Ma. Cristina Salas Mijares

En la misma manzana, pero por la calle de Zarco casi esquina con Negrete, había otra casa que en un tiempo fue parte de la de La Castañeda (ex- edificio de la Aduana), después el dueño de la construcción las separó por una barda mal hecha de ladrillo blanqueado directamente (sin cubierta de mezcla o yeso), cuya fealdad contrastaba con el resto de la construcción como un parche mal pegado. Ésta, aunque austera, conservaba su estilo original de habitaciones amplias y techos altos, sin escaparse de sobrellevar algunos "arreglos" y adaptaciones que dejaban manifiesto un eclecticismo totalmente desequilibrado.

Don José Cosaín ya había platicado en repetidas ocasiones sobre sucesos sobrenaturales que se dieron también en la casa de la calle Zarco. Sucesos que según decía, habían sido atemorizantes para los inquilinos en turno. Él, en innumerables conversaciones llegó a comentar que los ocupantes se quejaban de que les hablaban por la noche, y a cualquier hora del día. Él decía: Se sabe que hay dinero enterrado. También repetía lo que otros comentaban: Dicen que ya lo sacaron. Y, no me crean, retaba, pero según algunos vecinos, hasta se encontró un esqueleto encima, y hasta el hoyo dejaron. El hoyo cubierto con tierra nada más apisonada en el espacio donde escarbaron rompiendo el piso de cedmento, así es como yo lo vi cuando me tocó estar en esa casa. También decía don José que algunos coincidían con la idea de que todavía había dinero, "no lo sacron todo por miedo, según creen los vecinos, solamente escarbaron; mas después del descubrimiento dejaron algunos hallazgos en su lugar y cubrieron con la tierra sin reparar el piso roto".

Todo eso comentaba don José Cosaín en las noches de tertulia en la tienda de la esquina.

Un miembro de la familia que ocupó la misma casa , expone lo siguiente cuando se le interroga: " Efectivamente, el patio de cemento tiene dos poyos (los poyos son una estructura de cemento de forma cuadrada o rectangular adosados a las paredes de los patios o en los frentes de la casas que que se usaban para descansar) adosados a la pared a la pared formando esquina, el espacio que hace el ángulo muestra una abertura que carece de cubierta de material como de unos sesenta centímetros por cincuenta más o menos. En ese lugar plantamos un chayote, éste creció por un tiempo y después se secó a pesar de los cuidados y del abundante riego que recibía". Este último inquilino acostumbraba a quedarse trabajando por la noche, por la quietud que reinaba, "como si se hubieran dormido los grillos o soñaran las estrellas", decía. Solía transcribir escritos una vez revisados para adelantarle a los pendientes del día siguiente. El estudio donde trabajaba en casa consistía en una sala pequeña amueblada con un escritorio, un librero y dos sillas, además de una lámpara de mesa y su máquina de escribir Remington Rand. Usaba únicamente papel Bond para sus escritos y lápices del Águila. Tengo mis manías, decía.

Una noche se quedó trabajando hasta las once. Escuchó en el pasillo cuchicheos. Míralo, ahí está. Se levantó asustado y caminó tras la pista de susurros. El silencio se volvió tan pesado como una mole de granito, para luego convertirse en un estruendo sonoro como si chorrearan monedas en una poza o se arrastraran cadenas. Mientras aguzaba toda su atención, volvió a escuchar: Míralo ahí está. Comprobó que no había nadie presente, todos los miembros de la familia acariciaban al sueño con relajada tranquilidad. Muy pensativo ordenó sus papeles sobre el escritorio los que sorpresivamente comenzaron a caer hacia los lados como si una mano invisible los empujara con violencia. Se retiró a su recámara. Y jamás volvió a trabajar de noche, según decía, mientras vivió en esa casa.

Durante la época que allí vivieron, una vez se quedaron jugando dos de las niñas, de ocho y once años respectivamente. Cuando regresaron la madre y la niña mayor de las compras, las encontraron llorando en medio de la acera, muy asustadas porque una sombra daba pasos cargados de cansancio, y recorría toda la casa murmurando a pleno mediodía. Hecho inapropiado para un fantasma, decía la madre. Pero el caso es que las asustó tanto, según se acuerdan todavía, hasta les encendieron y apagaron la luz, que ya no querían regresar a la casa (relato titulado originalmente "La casa de la calle Zarco" en la obra "Arquitectura durangueña con fantasmas", de la propia autora, Editora Tiempo-Sociedad de escritores, 2005).

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS casa, según, volvió, después

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