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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

"¿Por qué quiere usted divorciarse de su esposo?" -le preguntó el juzgador a la mujer. "Por adulterio, señor juez -respondió ella-. Sospecho que no es el padre de mis hijos". Era el primer día de clases en la escuela del ejido Disminuya. (Se llama así porque cuando se hizo la carretera se puso un letrero a los automovilistas: "Ejido. Disminuya", y la gente creyó que aquél era su nombre). El pequeño Silvestrito le pidió permiso a la maestra de ir a la letrina. Regresó a poco y le dijo: "No la pude hallar". La profesora le dio indicaciones precisas para llegar a la letrina, pero el pequeño Silvestrito volvió otra vez y repitió: "No la pude hallar". La maestra le ordenó entonces a un alumno del sexto grado: "Llévalo". Cuando regresaron la docente le preguntó al muchacho: "¿Por qué no la podía hallar?". Explicó éste: "Traía los calzones con lo de atrás para adelante". La secretaria del abogado contrató a una mujer de servicio. Le indicó. "Lo único que tendrá usted que hacer es limpiarle el bufete al licenciado". "¡Ah no! -protestó la afanadora con vehemencia-. ¡Le tendré limpia la oficina, pero el bufete que se lo limpie él mismo!". El doctor Ken Hosanna entró en el cuarto del hospital en el que estaba un niño. En ese preciso momento el chamaquito prorrumpió en un grito desgarrador: "¡No puedo ver! ¡No puedo ver!". El médico se puso una mano en la barbilla a fin de adquirir aire de sapiencia, según había aprendido en la facultad. Le dijo a la mamá del pequeño: "Éste es el caso más dramático de ceguera mental, psíquica o histérica que he presenciado desde que obtuve mi título profesional en la Universidad de Hootenanny, con el segundo lugar de mi grupo (el primero se lo dieron al hijo de una mujer que tenía dimes y diretes con el secretario de la escuela), y aun así fui designado valedictorian de mi generación, y en mi discurso -por cierto muy aplaudido- dije que debíamos cambiar al mundo, pero desgraciadamente el mundo no se dejó cambiar y seguimos en las mismas, todo por culpa del capitalismo y el calentamiento global, mitad y mitad. Pero dígame, señora: ¿Desde cuándo el niño no puede ver?". Respondió la mamá: "Desde que entró usted y se puso delante del televisor". En el departamento 14 vivía una estupenda rubia de sinuosa anatomía y voluptuosa traza. Cierta mañana un individuo llamó a su puerta. "Soy su vecino -le dijo-, y vengo a que me haga el favor de prestarme una taza de azúcar". Contestó la nereida, suspicaz: "Usted no es mi vecino". "Claro que lo soy -replicó el sujeto-. Vivo en la ciudad vecina". Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, se topó en la calle con Famulina, que había sido su trabajadora doméstica. La muchacha iba vestida lujosamente, con prendas finísimas, de marca. Le preguntó doña Panoplia: "¿Cómo hiciste para poder comprar ropa tan cara?". Respondió con desenfado Famulina: "Me quité la ropa barata". Don Añilio cortejaba discretamente a Himenia Camafría, madura señorita soltera. Un día la visitó en su casa, y para dar altura a la conversación le preguntó: "Dígame, amable señorita: ¿le gusta a usted La Traviata?". "¡Señor mío! -se indignó ella-. ¡Soy una mujer decente!". El pintor presentó en la exposición un desnudo femenino. "¡Qué barbaridad! -exclamó su esposa al verlo-. ¡Todos tus amigos, tus colegas, los vecinos de la colonia, los socios del club de tenis y nuestros compadres sabrán que yo posé para ese cuadro!". "¿Cómo podrán saberlo? -se asombró el marido. Le puse un rostro completamente diferente al tuyo". "Sí -replicó la mujer, pero le dejaste el lunar que tengo en la nalga derecha". FIN.

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