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Nos lastima la violencia entre estudiantes

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Nos lastima la violencia entre estudiantes

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IGNACIO ESPINOZA GODOY

En redes sociales, al observar recientemente algunos videos relacionados con agresiones físicas entre jovencitas de secundaria, no pude evitar experimentar una sensación de impotencia, coraje y frustración al constatar cómo dos adolescentes, primero, discuten (aunque desconozco el motivo), para luego liarse a golpes de una manera salvaje a tal grado que una de ellas azota a su rival contra la banqueta donde se protagonizaba el penoso incidente. De inmediato, la inevitable interrogante: ¿qué puede originar un pleito entre dos menores de edad, de tal magnitud para que se hagan daño públicamente y, lo peor, sin que alguien intervenga para detenerlo?

Si bien, es cierto que uno de los escenarios donde se desarrolló una de esas peleas se ubicaba a cien metros del plantel de secundaria, donde no podían intervenir las autoridades educativas, sí había compañeros y compañeras de aula de ambas protagonistas, por lo que sigo sin entender por qué sus amigos y amigas (de ambas jovencitas) dejaron que se caldearan los ánimos a tal grado que el desenlace fue el de una violenta agresión en el que ninguna cedió hasta que algún automovilista que pasó por el sitio del incidente se detuvo y bajó de su vehículo para dar por terminado el pleito con matices de salvajismo.

Fue hasta entonces que, aunque de manera tardía, llegaron directivos de dicha secundaria para conocer el saldo de la violenta agresión que, afortunadamente, no pasó a mayores, aunque por la manera en que una de ellas fue azotada contra el cemento, las consecuencias aún están por evaluarse, con posibles secuelas de un traumatismo por la forma en que su cabeza rebotó, una y otra vez, sobre la banqueta donde cayó boca arriba, mientras su "enemiga", llena de ira (a juzgar por las imágenes del video transmitido por televisión abierta), no dejaba de tundirla sin la menor intención de frenar los terribles golpes que le infligía a su rival de ocasión.

De acuerdo con los testimonios periodísticos que recogieron algunos medios de comunicación, las jovencitas fueron atendidas de sus lesiones, al tiempo que se tomaron cartas en el asunto para llamar a sus padres y solucionar este bochornoso problema en el que se vieron involucradas las adolescentes, con la intención de que estas fueran atendidas y valoradas por un especialista en conducta, ya que la actitud de violencia con que ambas actuaron no se puede permitir ni tolerar cuando el objetivo de las escuelas es promover un ambiente de amistad y armonía entre la comunidad estudiantil.

Hasta ahí la historia de uno de esos incidentes de violencia extrema y agresión en los que, hay que decirlo y reconocerlo, se ven involucrados con mucha frecuencia los adolescentes de secundaria, aunque en esta ocasión lo que llamó la atención de la sociedad es que ahora sean jovencitas las que protagonizan esos pleitos que antaño caracterizaban más a los varones por su condición de masculinidad y porque buscaban sobresalir entre sus grupos para demostrar su superioridad sobre sus compañeros de clases. No obstante, y de manera afortunada, esos casos ya se registran en la actualidad con menor incidencia.

La pregunta que sigue en el aire -al menos, para quienes ignoramos el contexto- es el motivo que orilló a las jovencitas de secundaria a agredirse con tal saña que ambas pudieron quedar seriamente lesionadas por la intensidad de los golpes sobre una superficie tan dura como es el cemento, a tal grado que si el automovilista no hubiera intervenido, tal vez, el resultado de ese incidente violento hubiera derivado en una tragedia que pudo haber enlutado a una familia, lo que afortunadamente no ocurrió.

Algo debemos estar haciendo mal los padres para que nuestros hijos resuelvan sus diferencias a golpes, aunque los directivos de la mencionada secundaria argumenten que los jovencitos de esa escuela han adoptado una moda de retarse a golpes, y difícilmente uno de los involucrados podría rechazar el desafío una vez que recibe el primer puñetazo por parte de alguien que de buenas a primeras se le paró enfrente para jactarse de su presunta superioridad en el terreno físico.

Quienes son responsables de fomentar relaciones de respeto y amistad en las escuelas también tienen parte de responsabilidad al no frenar y romper de tajo esas peleas que se suscitan al término de la jornada educativa, lo que se puede realizar con sanciones a los infractores y, sobre todo, con pláticas y conferencias en las que se les concientice sobre las consecuencias de la violencia en sus diferentes expresiones.

Finalmente, los primeros responsables de la conducta de los hijos somos los padres, pues tenemos la obligación de guiarlos y formarlos en un ambiente de amor, respeto y tolerancia hacia los demás, de tal manera que su relación con sus compañeros de escuela se guíe por estos valores universales.

Es cierto que no podemos vigilar todo el tiempo a los hijos, pero lo que sí podemos hacer es observar sus actitudes y comportamiento dentro del hogar, fomentándoles y propiciándoles un ambiente de armonía que se refleje en un trato de respeto hacia quienes les rodean.

Escrito en: Padres e hijos manera, ambas, violencia, jovencitas

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