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Más acá de Trump

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Sujetar el porvenir nacional a cuanto haga o deje de hacer Donald Trump en relación con México, es maña de quienes cifran en el huerfanito de la lotería su más grande esperanza o justifican en la adversidad externa la imposibilidad de hacer algo dentro.

Sí, sin duda, inexorablemente repercutirán en el país las amenazas que ayer se elevaron a rango de política de gobierno en Estados Unidos. Y, de entrada, conviene llamar las cosas por su nombre. No es lo mismo ser amenazado que desafiado. La amenaza supone la intención de provocar daño, el desafío invoca a la rivalidad y la competencia. México se encuentra frente a una amenaza, no ante un desafío. Y daños ya sufre.

Tal amenaza obliga el rediseño de la política exterior, pero esa tarea tiene un prerrequisito: contar con una política interior clara y definida, cimentada en el consenso y el acuerdo, sobre todo, si se pretende la unidad nacional. Sin política interior, no hay política exterior. La segunda depende de la primera. Sin Estado ni gobierno, no hay embajada plenipotenciaria capaz de representarlos fuera. No se puede representar aquello que no existe.

De ahí, la urgencia de redefinir la política interior sin ceder por ello a cuanto venga del exterior. Hoy el país demanda un texto, no un pretexto. Requiere de un conjunto coherente de enunciados, no un conjunto de anuncios sin respaldo que, al final, justifique en el exterior el fracaso interno.

Hoy, el momento mexicano -¡vaya paradoja!- tiene por sello el del peligro de ir a un colapso, no el del riesgo que oscila entre la pérdida y la ganancia o, si se quiere, entre la imposibilidad y la oportunidad.

La amenaza implícita en el discurso de Donald Trump de recuperar para Estados Unidos empleos, fronteras, riquezas y anhelos a partir de dejar de "subsidiar" a otros países, reitera el agravio explícito de concebir a México como cuna de delincuentes, esquiroles y parásitos migrantes que vulnera la posibilidad de esa gran América que alucina aislado el encopetado y nuevo presidente estadounidense.

Y, por si todavía hubiera dudas entre lo implícito y lo explícito de la amenaza, el sitio web de la Casa Blanca las borra: subraya, desde ayer al mediodía, el compromiso de construir un muro "para frenar la inmigración ilegal, las pandillas y la violencia, así como para impedir que las drogas lleguen", así como el compromiso de reabrir el Tratado de Libre Comercio bajo un principio: "si nuestros aliados se niegan a una renegociación que ofrezca un buen trato a los trabajadores estadounidenses, el Presidente expresará la intención de Estados Unidos de abandonar el TLC". ¿Qué clase de negociación es aquella que de saludo, corta cartucho?

Si, durante años se pensó que enganchar el vagón de la economía mexicana a la locomotora de Estados Unidos tenía por destino la prosperidad segura y compartida, hoy no puede ignorarse al maquinista. A Trump sólo le interesa la locomotora, no el ferrocarril. No quiere jalar con un socio, menos arrastrar a un vecino inútil.

Nomás falta que, ahora, de este lado se considere conveniente esperar los primeros cien días de gobierno de Trump para ver si, de veras, es cierto lo que dijo en la precampaña, sostuvo en la campaña, repitió durante la transición, reiteró en la toma de posesión y boletina, ahora, desde la Oficina Oval.

Aun cuando sugiera lo contrario, Trump abomina la certidumbre, la seguridad, el respeto y el progreso, incluido el sentido común.

De fuera viene esa amenaza, de dentro la obsesión por gobernar -es un decir, desde luego- sin la gente. Tal es la obsesión que, de pronto, parece gobernarse en contra de ella.

En el concepto del Ejecutivo, el Legislativo y los partidos establecidos se gobierna a la gente, no se gobierna con ella. En tanto que ésta entregó un mandato, debe sujetarse a las buenas intenciones de sus representantes y, si se desvanecen, aguantar el próximo turno electoral. Ya vendrá la oportunidad de elegir, aunque no haya de donde escoger. Qué importa si el país avanza o retrocede, el punto no es ejercer ni darle sentido al poder, sino estar en él y obtener de él. Lo demás, es lo de menos.

A partir de la divisa de aguantar el vendaval de fuera y de reducir la ciudadanía a la condición de súbditos, la clase dirigente se niega a sí misma y, en esa medida, ensancha el frente externo e interno. Hacia afuera se debilita y hacia adentro pierde legitimidad e insta, sin querer, a la sublevación. Aviva el peligro del colapso.

La paradoja de la circunstancia de la élite en el poder es la oportunidad que está dejando ir.

Desde hace tiempo, importantes y activos sectores de la ciudadanía han mostrado músculo... e inteligencia, eso sí, sin capacidad de articular su movimiento. Gana de resistir, proponiendo y no sólo oponiendo. Resueltos a conjurar el desbordamiento al que invoca, sin querer pero adrede, la propia élite al reducir el debate a las cúpulas, al cerrar los canales de participación civilizada con resultado, al negar espacio a la ciudadanía en la toma de decisiones. Sin partidos, sin instancias de participación, sin parlamento, sin representación, qué espera la élite política de la ciudadanía.

Desde el año pasado, esa ciudadanía proactiva ha formulado propuestas y, a raíz de la combinación de la amenaza de Donald Trump y el gravísimo deterioro de la situación interna, ha intensificado el afán de buscar, ahora sí, un Pacto por México... pero no recibe respuesta. Universitarios, empresarios, exfuncionarios, activistas con causa, incluso legisladores, magistrados y comisionados instan a ensayar otros derroteros.

La pregunta a formular es si hay alguien que abra la puerta en Los Pinos o San Lázaro, sobre todo, considerando la hora.

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Escrito en: Sobreaviso Trump, política, amenaza, ciudadanía

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